ARAZONA, sábado, 11 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la cara que ha escrito monseñor Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, con el título «Dios ama también a los homosexuales».
Porque son personas, creadas por Dios para su gloria. Dios ama todo lo que Él ha creado y no desprecia a ninguna de sus criaturas. No hay personas de primera y personas de segunda. Ni menos aún, personas desechables. «Existo, luego Dios me ama inmensamente», puede decir toda persona, sea cual sea su condición, sea cual sea su situación.
En el principio, Dios creó al hombre, varón y mujer los creó. «Y vio Dios que era muy bueno». Dios no se arrepiente de ninguna de las criaturas que Él trae a este mundo. Y todos venimos a este mundo como fruto de un amor personal y creativo de Dios, en el que colaboran nuestros padres como pro-creadores, pero el Creador sigue siendo insustituiblemente Dios. Dios no se ha equivocado al crearnos a cada uno de nosotros.
Dios crea el alma espiritual, de manera única e irrepetible, como el principio que anima todo nuestro ser. No somos pura materia, o simple conjunto de reacciones químicas. Somos personas libres e inteligentes, que tienen alma, creada por Dios y dada directamente a cada uno. Somos un fruto del amor de Dios, y en nuestro propio crecimiento influyen muchas personas que nos rodean.
Pero en el origen de la historia de la humanidad entró el pecado, por iniciativa humana. La tentación del demonio fue sugerirle al hombre y a la mujer: «Seréis como dioses», y, fascinados por esta pretensión engañosa, ellos se apartaron de Dios, desobedecieron su santa ley, pecaron contra Dios y trastornaron toda la naturaleza creada. Este es el pecado original, con el que todos nacemos.
El pecado original introdujo un apagón universal, que sólo la luz de Cristo ha podido restaurar. A partir del pecado original, la naturaleza entera sufre un trastorno, un desequilibrio, que nos afecta a todos. Y dentro de la naturaleza, el hombre nace herido por el pecado. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, constata que esta imagen está enmarañada, desdibujada. No todo lo que al hombre se le ocurre, es bueno. Más aún, tiene muchas ocurrencias y sentimientos que van contra Dios, y que le hacen daño a sí mismo y a los demás.
Uno no elige su propio sexo, por más que lo diga el Parlamento. Sea cual sea su inclinación (dejemos ahora lo que haya de biológico, psicológico o educacional), debe aceptarse a sí mismo como es y debe vivir su sexualidad en un clima de castidad, que le enseñe a amar gratuitamente. La sexualidad humana también esta dañada por el pecado, y debe ser redimida por un amor creciente, para el que todo hombre cuenta con la gracia de Dios.
También una persona con inclinación homosexual es amada por Dios y está llamada al amor, que no necesariamente se expresa por el ejercicio de la sexualidad. Un mundo supererotizado hace más difícil vivir la castidad sin represión, pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, y la redención de Cristo es gracia abundante para vivir la castidad con libertad, en la situación personal en la que cada uno se encuentre. La Virgen María, que fue librada de todo pecado, incluso del pecado original, es madre que nos ama a cada uno y entiende de estos temas. Mirándola a ella entendemos mejor la nueva humanidad a la que Dios nos llama. Ella es «dulzura y esperanza nuestra».
La ley de identidad de género recientemente aprobada en las Cortes, por la que uno puede cambiar de sexo es contraria a la verdad del hombre. Es una extorsión del plan de Dios, no ayuda a las personas con dificultad en este campo y siembra la confusión en el ambiente social donde vivimos. A un niño o a un joven hoy le es más difícil vivir el plan de Dios con estas leyes que enrarecen el ambiente. Por eso, hemos de buscar la luz donde se encuentra, en Cristo resucitado hombre nuevo, también para estos temas de sexualidad, que a tanta gente perturban.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Tarazona