IUDAD DEL VATICANO, viernes, 23 marzo 2007 (ZENIT.org).- Una alerta ante el pecado de la indiferencia hacia los pobres y un llamamiento a reducir el escandaloso abismo que les separa de los saciados lanzó este viernes el predicador de la Casa Pontifica ante el Papa y sus colaboradores de la Curia.
En su tercera predicación de Cuaresma, en torno a las Bienaventuranzas Evangélicas, el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., abordó la aplicación práctica de la que se refiere a los pobres y hambrientos.
Y lo hizo integrando cuanto recogen los evangelios de Lucas y Mateo: «Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados» el primero; y la del segundo, que habla de los que tienen hambre y sed de «justicia».
Los que tienen hambre son los pobres « considerados en el aspecto más dramático de su condición, la falta de alimento»; «paralelamente, los "saciados" son los ricos que en su prosperidad pueden satisfacer no sólo la necesidad, sino también la voluntad al comer», apuntó.
Resaltó la advertencia evangélica respecto a los «ricos»: «no son condenados por el simple hecho de ser ricos, sino por el uso que hacen, o no, de su riqueza».
Y mostró la actualidad la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro, refiriéndola a cuanto sucede, a escala mundial, entre el primer mundo y el tercer mundo.
«El mayor pecado contra los pobres y los hambrientos es tal vez la indiferencia», lamentó el predicador del Papa, recordando que «ignorar las inmensas muchedumbres de mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor –como escribía Juan Pablo II en la encíclica "Sollicitudo rei socialis" - «significaría parecernos al rico epulón que fingía no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta».
Por eso hay que «echar abajo las barreras y dejarse invadir por una sana inquietud a causa de la espantosa miseria que hay en el mundo» -exhortó-, a ejemplo de Cristo, que suspiraba de compasión ante las carencias de la gente.
«Eliminar o reducir el injusto y escandaloso abismo que existe entre los saciados y los hambrientos del mundo es la tarea más urgente y más ingente que la humanidad ha llevado consigo sin resolver al entrar en el nuevo milenio», constató.
Y es «una tarea en la que sobre todo las religiones deberían distinguirse y hallarse unidas más allá de toda rivalidad», -recalcó el predicador del Papa- porque «una empresa de esta envergadura no puede promoverla ningún líder o poder político, condicionado como está por los intereses de la propia nación y frecuentemente por poderes económicos fuertes».
Ejemplo, al respecto, ha dado Benedicto XVI con su «fuerte llamamiento» -recordó el padre Cantalamessa- del pasado enero al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede: « el escándalo del hambre –dijo en aquella ocasión el Santo Padre--, que tiende a agravarse, es inaceptable en un mundo que dispone de bienes, de conocimientos y de medios para subsanarlo».
Sumó a su reflexión a los que «tienen hambre de justicia», pues «estar de lado de los hambrientos y de los pobres entra en las obras de justicia».
«Toda la justicia que Dios pide del hombre se resume en el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo --recalcó el padre Cantalamessa--. Es el amor al prójimo por lo tanto el que debe impulsar a los hambrientos de justicia a preocuparse de los hambrientos de pan. Y éste es el gran principio a través del cual el Evangelio actúa en el ámbito social».
«Jesús nos ha dejado una antítesis perfecta del banquete del rico epulón, la Eucaristía», surbayó: «en ella se realiza la perfecta "comensalidad"», «la misma comida y la misma bebida, y en la misma cantidad, para todos».
Pero advirtió de lo que sucede -«objetivamente, si bien no siempre culpablemente»- incluso «entre millones de cristianos que, en los distintos continentes, participan en la Misa dominical», pues «hay algunos que, de regreso a casa, tienen a disposición todo bien, y otros que no tienen nada que dar de comer a sus propios hijos».
La reciente exhortación post-sinodal de Benedicto XVI sobre la Eucaristía [«Sacramentum caritatis» ] «recuerda con fuerza» -insistió el predicador de la Casa Pontificia-: «El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor».