AO PAULO, jueves, 9 mayo 2007 (ZENIT.org).- Más de dos mil jóvenes rehabilitados de sus adicciones esperan, en la Granja de la Esperanza de Guarantinguetá, la visita el próximo sábado, 12 de mayo, del Papa Benedicto XVI, que desde este miércoles se encuentra en tierras brasileñas, en su primer viaje apostólico al país.
El responsable del Departamento Latinoamérica II de AIN, Ultich Kny, ha señalado que «el hecho de que el Santo Padre destine un día de su breve estancia en Brasil a la Granja de la Esperanza demuestra la importancia del problema de las drogas y hasta qué punto valora la iniciativa del padre Frei Hans Stapel».
«Esta iniciativa no gira sólo en torno a la desintoxicación, sino también al descubrimiento de que Dios nos ama y al intento de empezar de cero --añade--. Los rehabilitados dan un vivo testimonio de curación a través de Dios en nuestros días, y así el Evangelio tiene una continuación».
«Las drogas son un sustituto para la falta de amor»
Vanderson comenzó a consumir drogas y alcohol con tan sólo ocho años. A su adicción le siguió la delincuencia, el abandono del hogar y la pérdida sucesiva del trabajo.
Todo eso le lleva, ahora, a afirmar que se convirtió «en un paria de la sociedad». Mario comenzó su «idilio» con las drogas más tarde, con diecisiete años. La muerte de dos hermanos y la quiebra que sufrió su familia motivaron que el consumo esporádico de hachís se convirtiera en habitual. Hace cuatro años su mujer vio en Internet un anuncio de las Granjas de la Esperanza, y decidieron que Mario debía trasladarse a la granja de Santa Rita, en Gararú.
De camino a la granja Mario no paró de beber alcohol, por lo que llegó completamente ebrio a sus instalaciones. La acogida que recibió en Santa Rita le hizo comprender, reconoce, que las drogas son un sustituto para la falta de amor, la ausencia de autoestima, la carencia de amor a la vida, al prójimo y, sobre todo, de amor a Dios. En 2004 abandonó curado la granja.
Las de Vanderson y Mario son sólo dos historias «surgidas» de las Granjas de la esperanza, una iniciativa apoyada por Ayuda a la Iglesia Necesitada que brinda un futuro a personas abandonadas por la sociedad, a personas que se han criado lejos de Dios o que se han apartado de Él.
Porque, además de centros de desintoxicación de drogas y alcoholismo, las Granjas de la esperanza se han convertido en auténticos centros de reevangelización para las personas que llegan hasta sus instalaciones.
Frei Hans y el origen de las Fazendas
El origen de las Granjas de la esperanza se remonta a la llegada, en 1979, del sacerdote franciscano Hans Stapel a la parroquia de Nuestra Señora de la Gloria, en Guaratinguetá (Sao Paulo).
«Frei Hans» --que así es como le conocen allí-- puso en marcha una serie de iniciativas sociales basadas en el Evangelio: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».
Un joven de la parroquia, Nelson Giovanelli, se tomó especialmente en serio estas palabras, y se esforzó al máximo por ayudar, de forma concreta, a los jóvenes drogadictos de la zona donde vivía.
Estableció contacto con ellos, y con gestos de caridad y amor desinteresados se fue ganando su confianza, hasta que un día el grupo decidió establecerse como comunidad.
Dicho grupo, acompañado de Frei Hans, no sólo se propuso trasladar, día a día, a la práctica el Evangelio del amor cristiano, sino también vivir de su propio trabajo.
Estos dos aspectos siguen siendo, hasta el día de hoy, la fórmula del éxito de estos centros. En la actualidad, hay más de treinta granjas en Brasil, una en Paraguay, una en Argentina y otra en Filipinas.
En Alemania también están funcionando otras dos granjas, y en estos momentos, el proyecto de rehabilitación de drogadictos está extendiéndose por México, Guatemala e incluso Mozambique.
Ni drogas sustitutivas, ni psicólogos
El índice de éxito del 84% se alcanza sin drogas sustitutivas, sin medicación ni ayuda de psicólogos. En su lugar, los drogadictos deben vivir en comunidad y trabajar para asegurarse el sustento.
De esta forma aprenden que cada persona es importante y que todos deben contribuir para que la comunidad no se desintegre. Cada grupo desempeña una tarea específica, dependiendo de la situación particular de cada granja y las oportunidades que ofrezcan para subsistir.
Una de las últimas Granjas de la Esperanza es la de Santa Rita, que comenzó a funcionar en dos edificios situados a orillas del río San Francisco, junto a los que se distribuyen varios establos para animales.
En la actualidad viven ahí 16 personas en vías de recuperación. Podrían ser más, pero para ello habría que ampliar y mejorar la infraestructura y, entre otras iniciativas quieren convertir un antiguo orfanato en una pequeña fábrica de dulces de leche y miel, cuya venta ayudaría a cubrir los gastos de funcionamiento de la Granja de la esperanza.
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