IUDAD DEL VATICANO, domingo, 20 mayo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la Presentación de Benedicto XVI al libro «La última vidente de Fátima – Mis coloquios con Sor Lucía» [«L'ultima veggente di Fatima - I miei colloqui con Suor Lucia», Ed. Rai Eri – Rizzoli, 2007] que ha escrito el actual secretario de Estado del Papa, el cardenal Tarcisio Bertone, con la colaboración del periodista (vaticanista) Giuseppe De Carli.
El autor dedica sus cerca de doscientas páginas «a Juan Pablo II, el Papa de Fátima» y «a Benedicto XVI, el Papa de la Virgen Negra de Altötting».
A Señor Cardenal
TARCISIO BERTONE
Secretario de Estado
A las páginas del libro «La última vidente de Fátima», usted, Venerado Hermano, confía muchos recuerdos para que no se queden en un precioso acervo de emociones personales, sino que, tratándose de eventos que han caracterizado la Iglesia del último tramo del siglo XX, sean entregados a la memoria colectiva como huellas no carentes de significado en la historia secular.
En realidad, el capítulo que trata de la publicación de la tercera parte del secreto de Fátima lo vivimos juntos en aquel memorable tiempo que fue el Jubileo del año 2000: en mi caso, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y Usted, como Secretario del mismo Dicasterio. El gran Pontífice que me precedió, Juan Pablo II, fecundo de inspiraciones proféticas y personalmente convencido de que la «mano materna» de la Virgen había desviado la bala que podía haber sido para él mortal, vio que había llegado el momento de disolver el halo de misterio que recubría la última parte del secreto entregado por la Virgen a los tres pastorcillos de Fátima. De ello se encargó la Congregación para la Doctrina de la Fe, que conservaba el precioso documento escrito por Sor Lucía.
Fue un tiempo de luz, no sólo porque el mensaje pudo así ser conocido por todos, sino también porque se desvelaba de esta manera la verdad en el confuso marco de las interpretaciones y especulaciones de tipo apocalíptico que circulaban en la Iglesia, creando turbación entre los fieles más que invitarles a la oración y a la penitencia. Por otro lado, no obstante, se podía constatar el confortante desarrollo de la piedad mariana, auténtica fuente de vida cristiana, en torno al imponente santuario elevado en Fátima, y en toda parte del mundo donde la devoción a la Virgen, por influencia de las apariciones de Fátima, se enraizaba profundamente en la fe del pueblo, invitando a hombres y mujeres a consagrarse al Corazón Inmaculado de María.
Los coloquios entre la vidente, última que quedó de los tres pastorcillos, y Usted, como Obispo enviado por el Papa, no constituyeron sólo una importante verificación de la veracidad de los hechos, sino también la ocasión para conocer la límpida frescura del alma de Sor Lucía, la inteligencia del corazón típica de su feminidad, transferida en una robusta fe cristiana. También a través de la experiencia de esta humilde religiosa se vislumbra el papel de la Virgen María, que acompaña al cristiano con mano materna en las asperezas de la vida.
Me encargué yo mismo de redactar el comentario teológico de la cuestión [V. Zenit, 26 junio 2000. Ndr], después de haber orado intensamente y de haber meditado profundamente las palabras auténticas de la tercera parte del secreto de Fátima, contenidas en las hojas escritas por Sor Lucía. Me quedó impresa, como síntesis y precioso sello, la consoladora promesa de la Virgen Santísima: «Mi Corazón Inmaculado triunfará». Como escribí: «El fiat de María, la palabra de su corazón, ha cambiado la historia del mundo, porque ella ha introducido en el mundo al Salvador, porque gracias a este “sí” Dios pudo hacerse hombre en nuestro mundo y así permanece ahora y para siempre». Y también: «Desde que Dios mismo tiene un corazón humano y de ese modo ha dirigido la libertad del hombre hacia el bien, hacia Dios, la libertad hacia el mal ya no tiene la última palabra». El mensaje de Fátima es de ello una ulterior confirmación.
Invoco sobre todos los que se acerquen al testimonio ofrecido con este libro la protección de la Virgen Santísima de Fátima, y a Usted, Señor Cardenal, y al doctor Giuseppe De Carli, que ha compartido el esfuerzo de la redacción de esta memoria, imparto la Bendición Apostólica.
En el Vaticano, 22 de febrero de 2007
Benedictus PP XVI