OMA, lunes, 3 junio 2007 (ZENIT.org).- El sacerdote, de 35 años de edad, estudió siete años en la Universidad Pontificia Angelicum de Roma con una beca de AIN y finalizó ahí sus estudios de eclesiología ecuménica.
En su carta decía: «Sólo quería hacerles saber que siempre rezo por todos ustedes para que el Señor los proteja de todo mal».
El padre Ganni aseguraba que, para él, era un «privilegio» haber podido demostrar en todo momento que «la providencia divina se revela a través de personas humildes, cuyo único objetivo es trabajar por el Reino de Dios siguiendo el ejemplo de Jesús».
Marie-Ange Siebrecht, jefa de la Sección encargada de Irak en la Asociación, que conoció personalmente al padre Ragheed Gianni, asegura que los jóvenes sacerdotes como él son un signo de esperanza para la Iglesia iraquí, porque están dispuestos a sacrificarse por su país.
Ahora, el padre Ganni incluso ha dado la vida, pero la señora Siebrecht asegura que no ha sido en vano, pues, en palabras de Tertuliano, la sangre de los mártires es la semilla del Cristianismo.
No obstante, su muerte le ha provocado una profunda conmoción. «Debemos ser solidarios con los cristianos iraquíes», ha añadido.
El sacerdote regresó a su país hace cuatro años. Según informan los medios de comunicación, recibió amenazas en repetidas ocasiones. Finalmente, le dispararon tras oficiar la santa misa, y junto a él murieron otros tres subdiáconos.
El padre Gianni informaba en su carta de la creciente carencia de sacerdotes, pues muchos clérigos abandonan el país debido a la difícil situación y con el fin de asistir a los refugiados iraquíes. Los secuestros y abusos violentos que padecen los cristianos se suceden, sobre todo, entre los miembros del clero.
El padre Ragheed Ganni escribió en su carta a AIN que consideraba una bendición haber tenido la oportunidad de conocer personalmente al fundador de AIN, el sacerdote premonstratense Werenfried van Straaten: «El encuentro con este santo varón fue para mí un momento inolvidable».
Para el P. Werenfried van Straaten, la asociación fundada por él en 1947 no era en primer lugar una organización de ayuda, porque consideraba que su tarea principal consistía en «escribir un martirologio de los tieimpos modernos», pero «no desde una oficina, sino como testigo presencial y, por tanto, con la mayor compasión y emoción».
El fundador de AIN solía decir: «El sufrimiento de los mártires es útil para todos nosotros. De ahí que sufrir por el nombre de Jesús, estar unido con el Jesús que sufre y participar de su obra de redención sea una gran distinción».