OMA, domingo, 8 julio 2007 (ZENIT.org).- La reciente Carta del Papa a los católicos de China trasluce «un gran doble amor por la Iglesia y por China», recuerda el portavoz vaticano.
El padre Federico Lombardi S.I. retoma la misiva papal en el último editorial de «Octava Dies», semanario producido por el Centro Televisivo Vaticano del que es director, transmitido por canales de televisión de todo el mundo.
«La Carta del Papa a los católicos chinos marca ciertamente una etapa nueva y fundamental en la historia de las relaciones entre la Iglesia y la nación más numerosa del mundo, aunque se necesitará tiempo para conocer y valorar sus resultados efectivos», reflexiona.
En cualquier caso, según el padre Lombardi, «los mensajes de reconciliación y unidad dentro de la Iglesia y de disponibilidad al diálogo con las autoridades chinas no podían ser más claros, ni mejor expresados en el marco de una profunda presentación de la naturaleza y de la misión de la Iglesia».
En cuanto a las relaciones con las autoridades del país asiático, es notable en la misiva –recalca- «la serenidad y el respeto del discurso del Papa, quien, sin negar los problemas objetivos, se manifiesta desprovisto de toda recriminación y orientado a un futuro de comprensión recíproca, en la distinción de los planos y de las responsabilidades políticas y religiosas».
«Pero detrás de estas palabras lúcidas y equilibradas –elogia el padre Lombardi la carta del Papa-, existe una pasión: un gran doble amor por la Iglesia y por China. Un doble amor que en realidad viene de lejos, dura siglos».
Alude el padre Lombardi al caso del jesuita italiano Matteo Ricci (1552-1610), a quien define como «fundador de la historia moderna del cristianismo en China».
De hecho, introdujo en China en el siglo XVI los conocimientos científicos de Europa, como modelo de amistad e intercambio cultural entre los dos continentes. El padre Ricci falleció en Pekín después de haber fundado algunas de las primeras comunidades católicas en el país.
De ahí que el padre Lombardi especifique que el gran encuentro, «positivo y desinteresado», «entre la cultura china y el anuncio del Evangelio ya se produjo, y es patrimonio reconocido en la historia de la nación china», así que «entenderse, respetarse, colaborar para fines elevados y nobles es posible».
«Deseamos y esperamos intensamente que ello se repita. El contexto es inmensamente distinto, pero la Iglesia tiene confianza en poderse reencontrar en China plenamente china y plenamente católica; es más, plenamente china precisamente porque es plenamente católica, esto es, universal, capaz de ser ella misma y de servir al Evangelio en el interior de cada pueblo, raza y cultura», concluye.