lfa & Omega, 11/08/07 -
¿Qué le ha movido a viajar por todo el mundo buscando cimas y aventuras?
Desde muy joven sólo quería imitar a mis compañeros mayores, a los que admiraba. Luego quise ser uno de los mejores, a costa de grandes esfuerzos y entrenamientos. Los Alpes, las grandes montañas del mundo, el Cáucaso y los Andes me hicieron sentirme un explorador. Ahora sigo deseando llegar a las cumbres para traer reflexiones e ideas renovadas, que trato de comunicar a los demás. Busco con afán la esencia de la existencia.
¿Cuál ha sido el mayor logro de su vida, lo que le ha dado más satisfacciones?
Creo que fui valiente escalando la pared norte del Eiger, en los Alpes suizos, la pared más temida de las montañas del mundo, en la década de los 60. Fue para mí una revelación y contribuyó mucho a saber quién era yo, una mezcla de idealista y de perseguidor de utopías. Paralelamente, participar en las operaciones de salvamento en montaña me produjo siempre una gran satisfacción. Acudir en socorro del que necesitaba auxilio me sigue pareciendo algo grandioso y lleno de humanidad.
Después de tantas experiencias, ¿cuál de ellas le provocó mayor temor?
Siento miedo ante el abismo, ante mi debilidad, ante las reacciones crueles de los hombres. Colgado de mi parapente, de las cimas, siento miedo ante los zarandeos del viento, compruebo mi fragilidad y doy gracias a Dios por haberme protegido en tantas aventuras. Ahora quiero volver al Himalaya, y siento temor ante esas escaladas extenuantes, que quiero superar con mi corazón gastado pero con las ilusiones intactas.
¿Qué tiene la montaña que enseñarnos en nuestra vida diaria?
Las montañas son el camino del conocimiento, el que puede aclararnos mejor quién somos y a dónde y cómo tenemos que ir en la vida, un reto de ilusión, una superación de cansancios... Si llegara a leer mi discurso en la Real Academia de Doctores de España, en la que fui admitido hace cinco años, diré que la montaña nos conduce al fondo de nosotros mismos.
Usted ha sufrido varios infartos y accidentes en sus expediciones, pero no ha tirado la toalla nunca. ¿Por qué merece la pena arriesgarse en la vida? ¿Y qué le ha hecho seguir adelante?
He sufrido dos infartos, uno escalando el Everest, y el otro ascendiendo al Gulak Kangri, en el Tíbet. Yo era el responsable de la expedición, y me esforcé más de lo que convenía a mi salud, tratando de que todos estuvieran seguros. Sentí que moría, me quedé solo arriba y, en vez de estar en la UVI, tuve que descender 1.000 metros hasta el campamento.
Todas las cimas de la vida hay que ganarlas con esfuerzo y sufrimiento. Hoy tenemos una sociedad que marcha a las montañas, en donde está la luz y el deporte; yo tengo alguna responsabilidad, como mentalizador social, a través de mis programas de televisión y de radio, de mis reportajes en los grandes medios de información durante tantos años. Y, ahora, estas comunicaciones hacen falta más que nunca; estamos acomodados y ejercitamos mucho el egoísmo, marginando la solidaridad, negando el esfuerzo y el valor. Mis libros empiezan a leerse, hay gente que me lo dice, y mis conferencias abren expectativas.
La montaña ha sido siempre lugar de encuentro con Dios y con la espiritualidad. ¿Lo ha vivido usted así? ¿Ha tenido alguna experiencia en este sentido?
He caído por precipicios, en cimas difíciles; y en el monte Olivia, de Tierra de Fuego, recuerdo que yo gritaba histéricamente socorro, pidiéndole a Dios ayuda -¡a quién si no!-, mientras recibía golpes y me veía a mí mismo desde fuera, cayendo... He estado colgado de abismos pavorosos, entre tormentas de rayos. Una vez, un compañero, ilustre catedrático, dijo algo de Dios, y yo le contesté: ¡Dios es el único que puede sacarnos de aquí! Y lo hizo, dándonos fuerzas y claridad mental para seguir escalando por donde creíamos que ya no podríamos. Es en la montaña y en la grandiosa naturaleza, en los momentos extremos donde más se ve a Dios. No soy nada ejemplar, y menos como cristiano, pero camino descalzo con cierta frecuencia, a pesar de mis pies congelados, muchos kilómetros, para llegar a una basílica y agradecer a Dios seguir vivo. Tendría muchas experiencias que contar, pero diré que soy lo que soy, sólo gracias a Dios.
Ha dicho en algún lugar que ha buscado siempre los horizontes verticales. ¿Qué ve ahora en el horizonte de su vida?
Tengo precisamente un libro, editado por Mondadori, que se titula Horizontes verticales, en el que narro algunas experiencias de esta vida asombrosa y esforzada. Sé que ya llega el inevitable declive -al que procuro distanciar con ilusiones y entrenamientos intensos-, y aún no debo renunciar a las grandes aventuras que encierran el drama de la vida. Pero ahora es cuando estoy en condiciones de poder analizar mis vivencias y descifrar esa profunda metafísica del alpinismo, que es un exponente de toda vida bella, sufriente y difícil.
Creo que, si sigo en la montaña, sabiendo el peligro al que me enfrento, podré investigar y llegar a describir estos mandatos del alma que encierra la escalada de las montañas: un camino de dignidad espiritual que lleva a la sabiduría de la bondad, como dijo Descartes. Si mi corazón resistiese, sabría ahora intentar descifrar su significado para poder contarlo. ¡Sería extraordinario!
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo