ROMA, viernes, 2 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Una pequeña campana, regalo de Juan Pablo II, marca el paso de las horas en el monasterio de mujeres «Mater Unitatis», en Piatra Neant, Rumanía.
La campana había sido entregada al anterior pontífice, en 2000, por el presidente de Hungría y es una reproducción de la misma campana que el 7 de octubre de 1571, tras la victoria de Lepanto, Pío V ordenó que repicara para dar gracias a la Virgen.
Pasados más de cuatro siglos, el tañido de aquella campana vuelve a subrayar un momento decisivo para la cristiandad. Y es también un 7 de octubre la fecha profética. Esta vez, el redoble ha invadido los espacios del recién estrenado monasterio, el único benedictino y el primero católico en este país ortodoxo, en el día de su dedicación.
El proyecto se inició el 13 de octubre de 1994, cuando el obispo de Iasi, monseñor Petru Gherghel, de visita al archicenobio San Andrés Apóstol de Arpino, Frosinone, Italia, manifestó a la abadesa, madre Maria Cristina Pirro, el deseo de que se pudiera construir, también en Rumanía, un monasterio tan bello como ése.
Una frase que no cayó en el vacío. «Aunque pobrísimas --relata la madre Cristina a Zenit--, han sido justo estas monjas italianas las que han permitido que el sueño se realizara. Gracias también al regente de la Prefectura de la Casa Pontificia, monseñor Paolo De Nicolò y a tantos benefactores, sobre todo italianos, que han creído en el proyecto de las monjas de clausura».
Las mismas que, en oración, ante la estatura de Nuestra Señora de Loreto, osaron esperar lo que entonces parecía imposible: «Tú sabes que hemos recibido una invitación a fundar un monasterio --imploraron, dirigiéndose a María--, pero sabes también que no tenemos ni jóvenes, ni dinero para construirlo. Estamos sin embargo disponibles a cualquier sacrificio y si quieres este monasterio, procura tú las vocaciones y dinero».
Pasados trece años, rodeado de una generosa naturaleza, el monasterio benedictino surge allí, engarzado en un conjunto de monasterios ortodoxos, los de Agapia, Varatec y Bistrita. «Hemos visto allí la mano de la providencia», confiesan las religiosas.
No han faltado dificultades, como cuando el 25 de marzo de 1998 llevaron al Vaticano la primera piedra del futuro edificio, para que Juan Pablo II la bendijera. No se sabe cómo, la piedra rodó por tierra y se rompió en pedazos.
«Los pobres monseñores, una vez recogidos los muchos fragmentos, con urgencia los confiaron a los restauradores de la Fábrica de San Pedro y, estos, sumamente eficaces, contrarreloj, restituyeron a la piedra su primitiva belleza. De hecho nadie se dio cuenta de lo que había sucedido».
En aquella ocasión, refiriéndose al comprometido proyecto, Juan Pablo II habló de «una providencial iniciativa», augurando que el monasterio pudiera convertirse en un «centro propulsor de animación espiritual, según el espíritu de San Benito».
Las monjas corrieron riesgos, como cuando había que pagar el terreno adquirido en el que se construiría el monasterio. El 30 de junio de 1997, la madre Cristina pasó la frontera llevando consigo el dinero necesario para concluir la negociación.
En aquella época, si la hubieran detenido en la entrada a Rumanía, le habrían confiscado toda la suma y adiós monasterio. «Hoy, se haría una transferencia, pero entonces no tenía un banco al que recurrir», explica.
«¿Cómo hacer? El ecónomo de la diócesis de Iasi, al no ver otra solución, me dijo que me fiara de Dios y que lo llevara encima y así hice. Al atravesar el control fronterizo, me encomendé a Jesús, a la Madre de la Unidad, al ángel de la guarda y a todos los santos y ánimas del purgatorio».
Todo fue como la seda pero, de pronto, un nuevo problema: «A causa de la inestabilidad del Gobierno rumano, se temía que a las monjas católicas, y para colmo extranjeras, no les dieran permiso para construir un monasterio en tierra ortodoxa».
Me aconsejaron entonces que no hablara del proyecto. La versión hacia fuera fue que el párroco del lugar adquiría el terreno para una casa de reposo de sacerdotes». La verdad podía conocerse sólo después.
«Como los impuestos eran muy altos, nos sugirieron revelar la identidad del edificio. Los monasterios ortodoxos pagaban poco o casi nada. Informamos al obispo, que eligió un nuevo nombre: “Centro monástico ‘Mater Unitatis’”, al que el Gobierno, en 2002, confirió incluso personalidad jurídica».
Hoy, todos saben que el monasterio es benedictino y se llama «Mater Unitatis». Es más, el ayuntamiento, tras la primera profesión solemne en 2003 de una religiosa del lugar, sor Maria Lauretana Balas, hizo colocar, en dirección al monasterio, una flecha con el letrero en rumano «Maica Unitatii».
Encima, otra flecha señala el cercano monasterio ortodoxo de Bisericani. «En esta coincidencia --sonríe la madre Cristina--, vemos prefigurada la unión que un día se realizará entre la Iglesia católica y la ortodoxa».
Un paso histórico ya se ha dado, pues hoy la iglesia y la hospedería del «Mater Unitatis», como proféticamente dice el nombre, son visitadas por todos, sin distinción de credo. Las visitas «más agradecidas» son, sin embargo, las de los ortodoxos «que estiman mucho a San Benito y muestran interés por nuestra vida, en la que reencuentran también sus valores».