CIUDAD DEL VATICANO, martes, 25 diciembre 2007 (ZENIT.org).- La humanidad espera a Dios, pero cuando «el Verbo creador primordial entra en el mundo», cuando llega el día de la Natividad del Señor, «¿puede entrar Él en nuestra vida?, planteó Benedicto XVI en la misa de Nochebuena.
Los fieles y peregrinos que colmaron la basílica de San Pedro, en el Vaticano, y millones de personas de todo el mundo, escucharon las palabras del Papa, siguiendo la solemne celebración de la Misa del Gallo que transmitieron en directo 95 emisoras de televisión de 60 países y miles de radios.
Concelebraron con el Santo Padre más de una treintena de cardenales, numerosos obispos y sacerdotes. También muchos peregrinos se sumaron a la Eucaristía desde la plaza de San Pedro, en una noche romana espléndida, a través de pantallas gigantes.
Representando a los niños de todo el planeta, cuatro pequeños participaron en la procesión de entrada, llevaron flores a Jesús Niño y presentaron al Papa las ofrendas.
Como es costumbre, se cantó la «Kalenda», el anuncio solemne del nacimiento del Salvador. Y en el canto del «Gloria», que entonó el Santo Padre, repicaron las campanas en el momento gozoso en que el Niño Jesús fue colocado frente al altar, junto al Evangelio.
María dio a luz a Jesús y lo acostó en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada, según el relato del evangelio de Lucas leído en la Misa de Nochebuena. Son frases que «nos llegan al corazón siempre de nuevo», reconoció en su homilía Benedicto XVI .
«En cierto modo, la humanidad espera a Dios, su cercanía», «pero cuando llega el momento, no tiene sitio para Él»; «está tan ocupada consigo misma» «que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios», lamentó.
En ello profundiza el evangelio de Juan, cuando escribe: «Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron». «Se refiere a toda la humanidad -recalcó el Santo Padre--: Aquél por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial, entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge».
E invitó a reflexionar a cada uno y a la sociedad en su conjunto: «¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo?».
«¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?», añadió.
«El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se nos muestra sin duda una realidad que vemos cotidianamente»; con todo «nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera» -confirmó el Papa-, que «Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo», y que «hay hombres que ven su luz y la transmiten».
«Mediante la palabra del Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia, la luz del Redentor entra en nuestra vida»; nos llama «a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo», exhortó.
Y «lo adoramos -puntualizó-- abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera».
Y es que Cristo ha venido «para volver a dar a la creación, al cosmos, su belleza y su dignidad: esto es lo que comienza con la Navidad», «fiesta de la creación renovada» --describió--; la humanidad nueva se forma por la comunidad «de cuantos se dejan atraer por el amor de Cristo y con Él llegan a ser un solo cuerpo».
Cinco idiomas se eligieron para la oración de los fieles, a continuación: en francés se pidió para que la Iglesia «reavive en el mundo la esperanza con el anuncio de que el misterio de la Navidad está cerca de cada hombre».
En árabe se oró «por el mundo entero, para que la paz que Jesús ha traído con su nacimiento se construya en cada lugar con la aportación de cada persona y comunidad».
La plegaria «por las víctimas de la violencia, por los perseguidos, los marginados y los oprimidos», se hizo en alemán, para que en aquellos «se reconozca y se honre» «la imagen del Hijo de Dios hecho hombre».
En chino se pidió «por cuantos buscan a Dios y la verdad, para que de cada uno de nosotros, con palabras y obras, reciba el anuncio de que hoy ha nacido el Salvador».
Finalmente se rezó, en portugués, por cada uno de los fieles que participaron en la celebración de medianoche, para que acoja y viva «la gracia de la Navidad en la fe de que Cristo, que ha venido a vivir entre nosotros, está siempre con nosotros todos los días».
Al concluir la Solemne Misa de Nochebuena, acompañado por el Santo Padre, Jesús Niño fue llevado en procesión al Nacimiento preparado en la basílica vaticana, en la capilla lateral de la Presentación.
El Papa -visiblemente contento, acababa de recorrer la nave central bendiciendo y saludando a los fieles--, inciensó al Divino Niño e hizo una pausa de adoración ante el Pesebre, junto a los concelebrantes, mientras resonaba el canto del célebre villancico «Tu scendi dalle stelle, oh re del cielo...» [«Desciendes de las estrellas, oh rey del cielo...»], compuesto por san Alfonso María de Ligorio.
Por Marta Lago