CIUDAD DE VATICANO, jueves, 29 mayo 2008 (ZENIT.org).- Los países ricos no pueden apropiarse de lo que pertenece a los países pobres, ha alertado Benedicto XVI.
En un discurso a los nuevos embajadores ante la Santa Sede de nueve países --Tanzania, Uganda, Liberia, Chad, Bangladesh, Bielorrusia, República de Guinea, Sri Lanka y Nigeria--, abogó este jueves por basar las relaciones internacionales en la justicia, la solidaridad y la fraternidad.
Su intervención se convirtió en un llamamiento a garantizar que "los países que cuentan con bienes en su suelo o en su subsuelo puedan ser los primeros beneficiarios".
"Los países ricos no pueden apropiarse, por ellos mismos, de lo que procede de otras tierras", advirtió en su alocución en francés.
La clave del discurso del obispo de Roma se puede resumir en la concepción de la política, tanto a nivel nacional como internacional, como un servicio y no como un instrumento de poder.
"En el mundo de hoy los responsables de las naciones tienen un papel importante, no sólo en su propio país, sino también en las relaciones internacionales para que toda persona, allí donde vive, pueda beneficiarse de condiciones de vida decentes", constató.
Por este motivo, "la medida primordial en materia política es la búsqueda de la justicia para que siempre se respeten la dignidad y los derechos de todo ser humano, y para que todos los habitantes de un país puedan participar en la riqueza nacional. Lo mismo sucede a nivel internacional".
Ahora bien, siguió profundizando, "la comunidad humana también está llamada a ir más allá de la simple justicia, manifestando su solidaridad a los pueblos más pobres, con la preocupación de una mejor distribución de las riquezas".
"Es un deber de justicia y de solidaridad que la comunidad internacional vigile sobre la distribución de los recursos, prestando atención a las condiciones propicias para el desarrollo de los países que más lo necesitan", reconoció.
Asimismo, "más allá de la justicia, es necesario desarrollar también la fraternidad para edificar sociedades armoniosas en las que reinen la concordia y la paz, para resolver los eventuales problemas que surjan a través del diálogo y la negociación, y no a través de la violencia en todas sus formas, que sólo puede afectar a los seres humanos más débiles y pobres".
Según el Santo Padre, "la solidaridad y la fraternidad revelan, en definitiva, el amor fundamental que debemos dispensar a nuestro prójimo, pues toda persona que tiene una responsabilidad en la vida pública está llamada a hacer que su misión sea, ante todo, un servicio a todos sus compatriotas y más en general a todos los pueblos del planeta".