ROMA, domingo, 15 junio 2008 (ZENIT.org).- La libertad artística y los estándares éticos están en el centro de un debate surgido en Australia tras la reciente confiscación, por parte de la policía, de las fotografías de una exhibición de arte.
El Sydney Morning Herald informó el 23 de mayo que las autoridades se habían hecho con las imágenes de la Galería Roslyn Oxley9, de Sydney, con niños desnudos en poses sexualmente sugerentes.
Las fotografías fueron tomadas por Bill Henson, cuya obra, según el periódico, ha generado controversias durante años.
Las imágenes de 12 y 13 años fueron consideradas "repugnantes" por el primer ministro australiano, Kevin Rudd, informaba el periódico Australian el 23 de mayo.
"Los niños tienen derecho a que se proteja la inocencia de su infancia. Tengo muy clara esta idea. Por Dios, dejemos que los niños sean niños", declaraba Rudd.
La inquietud por la exposición la despertó la columnista del Sydney Morning Herald, Miranda Devine. En un artículo publicado en su periódico el 22 de mayo, Devine comentaba la erosión de los estándares de la comunidad y cómo es posible proteger a los niños de una cultura cargada de imágenes sexuales.
La opinión pública comienza a mostrar su inquietud por esta tendencia, y Devine observaba que, a nivel nacional, existe actualmente una investigación del senado sobre la sexualización de los niños en los media.
La actuación policial, así como los comentarios del primer ministro, pronto recibieron las críticas de miembros del mundo del arte. Una carta firmada por artistas, escritores y otros personajes de la industria de los medios censuraron los hechos, afirmando que dañaban la reputación cultural de la nación y corrían el riesgo de crear "un clima represivo de condena histérica", informaba el 28 de mayo el periódico Age.
Límites a lo permitido
Algunos comentaristas, sin embargo, apoyaron la confiscación de las fotos. El escritor Kevin Donnelly, en un artículo de opinión en el Age del 25 de marzo, sostenía que en cualquier sociedad civilizada existen restricciones a la licencia artística y que los derechos de los artistas tienen que estar en equilibrio con la ley y lo que el público considera decente.
Donnelly también observaba que si las fotografías confiscadas hubieran sido colgadas en Internet o en el portátil de alguien, los responsables hubieran sido acusados de pornografía infantil.
"Presentar a chicas jóvenes de esta forma tan vulnerable y expuesta es especialmente malo dado el modo en que la sexualidad de los niños está siendo comercializada y explotada en la publicidad, el marketing y la cultura popular", afirmaba.
Al final, sin embargo, la policía anunció que no encausaría a Hanson por las fotografías, que ahora se espera que vuelvan a la galería, informaba el 6 de junio el periódico Australian.
La inquietud por el arte contemporáneo no se limita a la utilización de fotos pornográficas. El año pasado, Carol Strickland, crítica de arte para el Christian Science Monitor, escribía una serie de tres artículo sobre lo que está mal en el arte occidental.
En su primer artículo, el 19 de diciembre, Strickland comentaba que el arte moderno no sólo sacude a la gente, sino que también la deja fría. Esto ocurre porque tiene como objetivos o nuestros sentidos o nuestra mente, pero no ambos a la ve. De igual forma, observaba que una buena parte del arte reciente está impregnado de bromas juveniles, de cinismo y de comercio.
Corazón, mente y espíritu
Strickland recomendaba en su lugar la creación de arte "con una forma significante que comunique ideas y emociones al corazón, a la mente y al espíritu".
La segunda parte de la serie, publicada el 20 de diciembre, pedía que el arte atrajera nuestra atención, pero no sólo de forma sensacionalista. "El buen arte atrae nuestra atención, luego profundiza con múltiples estadios que expanden nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos, y nos hace ver y sentir y pensar de formas diversas".
Estos sentimientos los comparte Andrew Frost en un artículo de opinión publicado el 19 de abril en el Sydney Morning Herald. Comentaba algunas de las últimas exhibiciones de arte de Sydney. Una de las obras de arte pedía a los espectadores que introdujeran su cabeza en un cubo de basura para ver un vídeo.
"La experiencia me hizo darme cuenta de que lo que realmente quiero ver es una obra maestra", afirmaba Frost.
Se hacen muchas afirmaciones en nombre del arte contemporáneo, diciendo que desafía esto o mina lo otro. La realidad es que la mayor parte de él juega sobre seguro, afirmaba Frost.
"No tengo problema alguno con que se me pida poner mi cabeza en un cubo de basura; sólo pido que una vez dentro pueda ver o experimentar algo que tenga la pretensión o la ambición de ir más allá del día a día a algún lugar nuevo y excitante y que de verdad desafíe a su audiencia", concluía.
El arte contemporáneo ha perdido su conexión con la belleza y los valores espirituales, comentaba Roger Kimball, co-editor de la revista New Criterion, en la entrega de junio-julio de la revista First Things.
"Al universalizar el espíritu de oposición, el proyecto de vanguardia ha transformado la práctica del arte en un empresa meramente negativa, en la que el arte o es oposición o no es nada", afirmaba.
Uno de los problemas del arte moderno, explicaba Kimball, es la excesiva fe en el poder de la razón humana y de la tecnología que le ha hecho difícil mantener la visión tradicional de la belleza como unidad del ser y la verdad.
Observaba además: "Cuando la razón humana se hace la medida de la realidad, la belleza pierde su base ontológica y se convierte en mera estética - un tema de mero sentimiento".
"Sin lealtad a la belleza, el arte degenera en una caricature de sí mismo".
Verdad y belleza
Sobre la cuestión del arte, el Catecismo de la Iglesia católica observa: "El arte, en efecto, es una forma de expresión propiamente humana; por encima de la satisfacción de las necesidades vitales, común a todas las criaturas vivas, el arte es una sobreabundancia gratuita de la riqueza interior del ser humano" (número 2501).
El Catecismo sigue diciendo: "arte entraña así cierta semejanza con la actividad de Dios en la creación, en la medida en que se inspira en la verdad y el amor de los seres".
Más específicamente sobre la cuestión de la moral en el arte, en su asamblea plenaria del 2006, el Consejo Pontificio para la Cultura consideraba el tema de la belleza y la evangelización. En su documento conclusivo la asamblea comentaba que solemos enfrentarnos a una situación de decadencia, en la que el arte y la cultura dañan la dignidad humana.
El documento observaba que "la belleza en sí no puede reducirse a un simple placer de los sentidos: esto la privaría de su universalidad, su valor supremo, que es trascendente" (Sección II, 1).
Dado que nuestra percepción y expresión de la belleza requiere educación y depende de la subjetividad humana, las conclusiones del consejo advertían contra el dejar que la belleza se reduzca a un esteticismo efímero o permitir que se "instrumentalice y se vuelva servil ante las modas cautivadoras de la sociedad de consumo".
En su carta de 1999 a los artistas, el Papa Juan Pablo II reconocía que la sociedad necesita su aportación para el crecimiento y el desarrollo de la comunidad. El Pontífice observaba: "Precisamente porque obedecen a su inspiración en la realización de obras verdaderamente válidas y bellas, non sólo enriquecen el patrimonio cultural de cada nación y de toda la humanidad, sino que prestan un servicio social cualificado en beneficio del bien común" (No. 4).
El Papa también daba, sin embargo, una advertencia, afirmando que deben llevar a cabo su tarea "sin dejarse llevar por la búsqueda de la gloria banal o la avidez de una fácil popularidad, y menos aún por la ambición de posibles ganancias personales".
"Existe, pues, una ética, o más bien una « espiritualidad » del servicio artístico que de un modo propio contribuye a la vida y al renacimiento de un pueblo", añadía Juan Pablo II. La libertad artística, por tanto, necesita vivirse en relación con una ética y unos ideales profundos, o corre el riesgo de degenerar en decadencia.
Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado