OMA, jueves, 23 diciembre 2004 (ZENIT.org).- El coordinador nacional italiano de la Renovación en el Espíritu Santo explica en la Navidad del Año de la Eucaristía que el mismo Cristo que se hizo «carne» en Belén sigue haciéndose «carne» en el sacramento de su presencia real.
Salvatore Martínez, exponente de esta realidad surgida del movimiento carismático, ha compartido con la redacción de Zenit una meditación sobre Navidad y Eucaristía al acercarse el 25 de diciembre.
«En este año especial dedicado a la Eucaristía, la Navidad de Jesús se presenta ante nuestras conciencias con la misma fuerza profética del acontecimiento histórico de Belén --aclara --: el canto de adoración de los ángeles se une a nuestras palabras de júbilo, nuestras rodillas dobladas ante el Cristo eucarístico continúan ene l tiempo el gesto de los pastores y de los magos postrados ante el Cristo histórico».
De hecho, afirma Martínez citando al Papa Pío XII, «hay que afirmar que no hay confusión entre el Cristo histórico y el Cristo presente en el Sacramento del altar. En el culto eucarístico los fieles testimonian la fe en la Iglesia por la que se cree que uno e idéntico es el Verbo de Dios y el Hijo de María, presente y escondido en la Eucaristía» (Discurso del 14 de mayo de 1942).
«Cristo, que en Navidad se hizo "carne", sigue siendo "carne" en la Eucaristía. Cada Navidad de Jesús, en el fondo, restablece el primado de la Eucaristía, del cuerpo viviente de Cristo, que no conoce la corrupción mortal de la carne: es un misterio de presencia sin fin» (Cf. Mateo 28, 20), indica el exponente de la Renovación carismática.
La Navidad de Cristo, añade Martínez, «nos recuerda que el afecto, el cariño, la piedad, la protección, la misericordia, la solidaridad, la justicia de Dios se manifestaron en medio de los hombres: ¡todo habla de su amor!».
«Jesús nos enseña a ser "carne de su carne", es decir, a transmitir su sensibilidad humano-divina, a ser capaces de compasión por los sufrimientos morales, espirituales, materiales de este tiempo. ¡Cuánta ternura en el Hijo de Dios, que puede ser experimentada por todos en la presencia real eucarística!».
«Nadie queda excluido del Nacimiento de Dios en medio de los hombres si no dejamos de adorar y de hacer profético el misterio de su presencia en la historia», concluye.