CIUDAD DEL VATICANO, jueves 30 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- La Sagrada Congregación para la Educación Católica ha hecho público hoy el documento “Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio”, presentado en rueda de prensa por el prefecto, cardenal Zenon Grocholewsky, y por el secretario, monseñor Jean-Louis Bruguès.
El texto resalta la importancia de que los obispos y formadores puedan orientar a los aspirantes en una sólida madurez psicológica y afectiva, así como en una rica vida espiritual que les permitan afrontar las exigencias propias de la vocación al sacerdocio, especialmente en lo que tiene que ver con el tema del celibato.
El documento asegura que quien siente la vocación cristiana al sacerdocio, además de estar llamado a vivir las virtudes morales y teologales, debe tener un “sólido equilibrio humano y psíquico, particularmente en el plano afectivo, de forma que permitan al sujeto estar predispuesto de manera adecuada a una donación de sí verdaderamente libre en la relación con los fieles, según la vida celibataria”.
Señala también las cualidades que deben caracterizar a todo sacerdote: “el sentido positivo y estable de la propia identidad viril y la capacidad de relacionarse en forma madura con otras personas o grupos de personas; un sólido sentido de pertenencia, fundamento de la futura comunión con el presbiterio y de una responsable colaboración con el ministerio del Obispo”.
Según el documento, el candidato podrá tener una correcta comprensión del significado de su vocación si esta se cultiva en un “clima de fe, oración, de meditación de la Palabra de Dios, del estudio de la teología y de la vida comunitaria”.
También advierte que quienes aspiran entrar al Seminario reflejan en mayor o menor medida los males de la sociedad actual como el materialismo, la inestabilidad familiar, el relativismo moral, una visión errada de la sexualidad y una influencia negativa de parte de los medios de comunicación.
El papel de los formadores
El documento recalca que la persona que se encarga de la formación de seminaristas debe ser “un buen conocedor de la persona humana, sus ritmos de crecimiento, sus potencialidades y debilidades y de su modo de vivir la relación con Dios”.
Asegura que es necesario que se conozca prudentemente la historia del candidato, pero que este no debe ser el único criterio decisivo sino que es necesario que el formador mire a “la persona en su globalidad y en su progreso de desarrollo” para así evitar que se cometan errores en el discernimiento, muchas veces frecuentes en la preparación para los candidatos a la vida sacerdotal.
Indica también que es deber de los formadores conocer con precisión “la personalidad, las potencialidades, las disposiciones y la diversidad de los probables tipos de heridas, valorando su naturaleza e intensidad”. Y advierte las tendencias de algunos de candidatos a “minimizar o negar las propias debilidades, temiendo a la posibilidad de no ser entendidos y, por este motivo, no ser aceptados”.
Ayuda de la psicologia
La publicación asegura en los casos excepcionales que presenten particulares dificultades, el recurso al psicólogo puede “ayudar al candidato en la superación de aquellas heridas en vista siempre a una cada vez más estable y profunda o interiorización del estilo de vida de Jesús, Buen Pastor, Cabeza y Esposo de la Iglesia”.
Para ello recomienda la realización de tests o entrevistas con el "previo, explícito, informado y libre consentimiento del candidato" y a su vez pide evitar “el uso de técnicas psicológicas y psicoterapéutas especializadas por parte de los formadores”.
Los psicólogos que realicen este tipo de trabajos, deben por su parte tener una “sólida madurez humana y espiritual” así como una “concepción cristiana sobre la persona humana, la sexualidad, la
vocación al sacerdocio y al celibato”.
El documento deja claro que el candidato debe hacer una libre elección sobre el psicólogo que le sea de su mayor agrado. Y aclara que “la dirección espiritual no puede quedar en ningún modo sustituida por formas de análisis o de ayuda psicológica” y que la vida espiritual “por sí misma favorece un crecimiento en las virtudes humanas , si no existen bloqueos de naturaleza psicológica”.