CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 7 noviembre 2008 (ZENIT.org).- El trasplante de órganos, ya sea en vida o tras la muerte del donante, es siempre un acto de amor, aseguró Benedicto XVI, quien ha denunciado la tentación de someter esta práctica a la lógica del mercado.
Según el Papa, "el acto de amor, que se expresa con el don de los propios órganos vitales, es un testimonio genuino de caridad que sabe ver más allá de la muerte para que siempre venza la vida".
Siendo arzobispo de Munich, el cardenal Joseph Ratzinger se hizo miembro de una organización de donación de órganos. Años después, antes de llegar a ser Papa, dijo que siempre llevaba la tarjeta consigo y que estaba dispuesto a donar si alguien pudiera necesitar sus órganos.
El Santo Padre afrontó el argumento al recibir en la mañana a una audiencia formada en buena parte por médicos y expertos en bioética, convocados por la Academia Pontificia para la Vida, en colaboración con la Federación Internacional de las Asociaciones Médicas Católicas y el Centro nacional Italiano de Trasplantes.
El pontífice consideró que el beneficiado de un transplante de órganos debe ser consciente del valor de este gesto: "es destinatario de un don que va más allá del beneficio terapéutico. Antes que un órgano recibe un testimonio de amor que debe suscitar una respuesta igualmente generosa, de manera que se incremente la cultura del don y de la gratuidad".
Por este motivo, promovió "la difusión de una cultura de la solidaridad que se abra a todos sin excluir a nadie".
"Una medicina de los trasplantes coherente con una ética de la donación exige el compromiso de todos por invertir todo esfuerzo posible en la formación y en la información para sensibilizar cada vez más a las conciencias en un problema que afecta diariamente a la vida de muchas personas".
"Será necesario, por tanto, superar prejuicios y malentendidos, disipar desconfianzas y miedos para sustituirlos con certezas y garantías, permitiendo que crezca en todos una conciencia cada vez más difundida del gran don de la vida", dijo.
El cuerpo no está en venta
Si los trasplantes son un acto de amor, entonces no pueden convertirse en objeto de mercado, siguió advirtiendo Benedicto XVI.
"El cuerpo nunca podrá ser considerado como un mero objeto; de lo contrario se impondría la lógica del mercado", aclaró citando su primera encíclica, "Deus caritas est".
"Eventuales motivos de compraventa de órganos, así como la adopción de criterios discriminadores o utilitaristas, desentonarían hasta tal punto con el mismo significado de la donación de que por sí mismos se pondrían fuera de juego, calificándose como actos moralmente ilícitos", aseguró.
Por eso, "los abusos en los trasplantes y su tráfico, que con frecuencia afectan a personas inocentes, como los niños, tienen que encontrar el rechazo unido de la comunidad científica y médica por ser prácticas inaceptables. Por tanto, deben ser condenadas con decisión como abominables".
"El mismo principio ético debe ser subrayado cuando se quiere llegar a la creación y destrucción de embriones humanos destinados a objetivos terapéuticos. La misma idea de considerar el embrión como "material terapéutico" contradice los fundamentos culturales, civiles y éticos sobre los que se basa la dignidad de la persona", aclaró.