Queridos hermanos y hermanas:
En los días pasados, como sabéis, he hecho los ejercicios espirituales, junto con mis colaboradores de la Curia Romana. Ha sido una semana de silencio y oración: la mente y el corazón han podido dedicarse totalmente a Dios, a la escucha de su Palabra, a la meditación de los misterios de Cristo. Salvando las distancias, es algo así como lo que les sucedió a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, cuando Jesús los llevó a lo alto del monte, en un lugar separado, solos, y mientras rezaba se "transfiguró": su rostro y su persona se volvieron luminosos, resplandecientes. La liturgia vuelve a proponer este famoso episodio precisamente hoy, en este segundo domingo de Cuaresma (Cf. Marcos 9,2-10). Jesús quería que sus discípulos, en particular los que tendrían la responsabilidad de guiar a la Iglesia naciente, hicieran una experiencia directa de su gloria divina para afrontar el escándalo de la cruz. De hecho, cuando llegue la hora de la traición y Jesús se retire a rezar en Getsemaní, tendrá a su lado a los mismos Pedro, Santiago y Juan, pidiéndoles que velen y recen por Él (Cf. Mateo 26,38). Ellos no lo lograrán, pero la gracia de Cristo les apoyará y les ayudará a creer en la Resurrección.
Quisiera subrayar que la Transfiguración de Jesús fue esencialmente una experiencia de oración (Cf. Lucas 9,28-29). La oración, de hecho, alcanza su culmen, y por ello se convierte en luz interior, cuando el espíritu del hombre adhiere al de Dios y sus voluntades se funden, como formando una sola cosa. Cuando Jesús subió al monte, se sumergió en la contemplación del designio de amor del Padre, que le había mandado al mundo para salvar a la humanidad. Junto a Jesús aparecieron Elías y Moisés, para mostrar que las Sagradas Escrituras concordaban en anunciar el misterio de su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su gloria (Cf. Lucas 24,26.46). En aquel momento, Jesús vio cómo ante sí se presentaba la Cruz, el extremo sacrificio necesario para liberarnos del dominio del pecado y de la muerte. Y, en su corazón, una vez más repitió su "amén". Dijo "sí", "heme aquí", "que se cumpla, Padre, tu voluntad de amor". Y, como había sucedido tras el Bautismo en el Jordán, llegaron del Cielo los signos de la complacencia de Dios Padre: la luz, que transfiguró a Cristo, y la voz, que proclamó al "Hijo querido" (Marcos 9, 7).
Junto con el ayuno y las obras de misericordia, la oración conforma la estructura que rige nuestra vida espiritual. Queridos hermanos y hermanas, os exhorto a encontrar en este tiempo de Cuaresma momentos prolongados de silencio, si es posible de retiro, para revisar la propia vida a la luz del designio de amor del Padre celestial. Dejaos guiar en esta escucha más intensa de Dios por la Virgen María, maestra y modelo de oración. También ella, en la profunda oscuridad de la pasión de Cristo, no perdió sino que custodió en su espíritu la luz del Hijo divino. ¡Por este motivo, la invoquemos como Madre de la confianza y de la esperanza!
[Después del Ángelus, el Papa añadió:]
La fecha de hoy, 8 de marzo, nos invita a reflexionar sobre la condición de la mujer y a renovar el compromiso para que siempre y en todo lugar cada persona pueda vivir y manifestar en plenitud sus propias capacidades, obteniendo pleno respeto por su dignidad. De este modo se han expresado el Concilio Vaticano II y el magisterio pontificio, en particular la carta apostólica Mulieris dignitatem de siervo de Dios Juan Pablo II (15 de agosto de 1988). Ahora bien, los testimonios de los santos tienen más valor que los documentos; y nuestra época ha tenido el de la Madre Teresa de Calcuta: humilde hija de Albania, convertida, por la gracia de Dios, en ejemplo para todo el mundo en el ejercicio de la caridad y en el servicio de la promoción humana. ¡Otras muchas mujeres trabajan cada día, en lo escondido, por el bien de la humanidad y por el Reino de Dios! Aseguro hoy mi oración por todas las mujeres para que sean cada vez más respetadas en su dignidad y valoradas en sus positivas potencialidades.
Queridos hermanos y hermanas, en el clima de más intensa oración que caracteriza a la Cuaresma, os encomiendo los dos viajes apostólicos que, si Dios quiere, realizaré próximamente. La semana que viene, del 17 al 23 de marzo, iré a África, primero a Camerún y luego a Angola, para manifestar mi cercanía concreta y la de la Iglesia a los cristianos y a las poblaciones de ese continente, que me es particularmente querido. Después, del 8 al 15 de mayo, realizaré una peregrinación a Tierra Santa para pedir al Señor, al visitar los lugares santificados por su paso terreno, el precioso don de la unidad y de la paz para Oriente Medio y para toda la humanidad. Desde ahora cuento con el apoyo espiritual de todos vosotros para que Dios me acompañe y llene con sus gracias a quienes encontraré en mi camino.
[A continuación, el Papa saludó en diferentes idiomas a los peregrinos. En español, les dijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de las parroquias de Santa Elena, de Plasencia, Nuestra Señora de la Asunción, del Casar de Cáceres, Cristo Rey, de Salamanca, Nuestra Señora del Carmen, de Oviedo, y Sagrado Corazón de Jesús, de Ponferrada, así como a los estudiantes del Colegio Mayor San Pablo, de Madrid. Queridos hermanos, prosigamos con determinación y perseverancia nuestro camino de conversión cuaresmal, para que, con la luz de la palabra divina y la alegría de sentirnos hijos amados de Dios, nos transformemos en verdadera imagen de Cristo. Feliz domingo.