CIUDAD DEL VATICANO, jueves 12 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- La unidad en la Iglesia, el diálogo ecuménico y las relaciones con otras religiones, forman parte de la misma prioridad de este pontificado, y son la clave que explica la decisión del Papa de levantar la excomunión a los “lefebvrianos”.
Así lo explica el propio Papa en su carta a los obispos de todo el mundo, hecha pública hoy por la Santa Sede. En ella, tras explicar los hechos del caso y los errores cometidos, así como el futuro del diálogo con los seguidores de monseñor Lefebvre, Benedicto XVI explica las motivaciones profundas que le han llevado a tomar esta decisión.
En ella, Benedicto XVI se cuestiona si la reconciliación con los “lefebvrianos” era “una prioridad” y si no había cosas “más importantes y urgentes”. Para responder a ello, repasa cuáles han sido y son las prioridades de su pontificado.
La prioridad para el Papa es “conducir a los hombres a Dios”, de lo que “se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes”.
“En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios”, explica, y de ahí la razón de que “el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos –al ecumenismo- está incluido en la prioridad suprema”.
En este objetivo se incluye el diálogo interreligioso, es decir, “la necesidad de que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz”.
“Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas”, explica.
Aparte del revuelo causado, del que el Papa afirma que “hay que tomar nota”, se pregunta no obstante si el gesto ha sido en sí una “equivocación”.
“¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que tiene quejas contra ti y buscar la reconciliación? ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios –en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias?”, se pregunta.
El Papa explica cómo, cuando decidía escribir la presente carta, tuvo que comentar el texto de san Pablo a los Gálatas, en los que el Apóstol advertía contra el uso equivocado de la libertad separado del amor.
“Desgraciadamente este 'morder y devorar' existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada”, afirma. “Una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor”.
En este sentido, agradece “a los numerosos obispos y fieles que en este tiempo me han dado pruebas conmovedoras de confianza y de afecto y, sobre todo, me han asegurado sus oraciones”.
No pueden ser excluidos
El Papa afirma que los seguidores de monseñor Lefevre “no podían ser excluidos” del diálogo, sino que era necesario “comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto”.
“A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele –en este caso el Papa- también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas”.
“Yo mismo he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la gran y amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces, de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto”.
Afirma también que no se puede ser indiferente ante “una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles”.
Sobre la actitud de algunos de sus miembros, el Papa admite que “desde hace mucho tiempo y después una y otra vez, en esta ocasión concreta hemos escuchado de representantes de esa comunidad muchas cosas fuera de tono: soberbia y presunción, obcecaciones sobre unilateralismos, etc.”.
Sin embargo, afirma, “por amor a la verdad, debo añadir que he recibido también una serie de impresionantes testimonios de gratitud, en los cuales se percibía una apertura de los corazones. ¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada?”
“¿Y acaso no debemos admitir que también en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida de tono?”, añade.
En referencia a los sacerdotes de la Fraternidad, el Papa supone que “no se hubieran decidido por el sacerdocio si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo”.
“¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?”, se pregunta finalmente el Papa.