Partes de esta serie: Radiografía de la increencia ·
Salmo 57 (56) INSK, 08/10/05 (ZENIT.org).- Publicamos un pasaje de la conferencia del cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, pronunciada durante una conferencia en el Instituto Teológico de los Santos Cirilo y Metodio en Minsk (Bielorrusia) el 10 de diciembre.
a) La cambiante cara de la increencia
A principios de este año puse en consideración de los miembros y consultores del Pontificio Consejo de la Cultura una reflexión que buscaba dar un nuevo ímpetu para responder a los desafíos de la increencia y la indiferencia religiosa. Comenzamos haciendo un mapa y un análisis actualizados de la increencia en el mundo.
En lo que concierne al análisis del estado de increencia en el mundo de hoy, déjenme compartir con ustedes las siguientes conclusiones:
1. Globalmente, la increencia no está creciendo en el mundo. Es un fenómeno visto sobre todo en el mundo occidental. El modelo cultural que ella inspira se extiende a través de la globalización, y ejerce influencia sobre las diferentes culturas del mundo, y desde ellas erosiona la religiosidad popular.
2. El ateísmo militante retrocede y ya no tiene influencia determinante en la vida pública, excepto en aquellos regímenes donde un sistema política ateo está todavía en el poder. Sin embargo, se está extendiendo cierta hostilidad cultural contra las religiones.
3. El ateísmo y la increencia han cambiado su perfil. Hoy estos fenómenos parecen más conectados con el estilo de vida.
4. La indiferencia religiosa o el ateísmo práctico crecen rápidamente. Una gran parte de las sociedades secularizadas vive sin referencia a una autoridad o a unos valores religiosos. Para el «homo indifferens», «Dios quizá no existe, no importa, de todas formas no lo echamos de menos». El bienestar y la cultura de la secularización provocan en las conciencias un eclipse de la necesidad y el deseo de todo lo que no sea inmediato. Reducen la aspiración hacia lo trascendente a una simple necesidad subjetiva de espiritualidad, y la felicidad al bienestar material y la gratificación de los impulsos sexuales.
5. Puede verse, en estas sociedades marcadas por la secularización, un número decreciente de presionas que van a la iglesia. Pero este hecho innegablemente preocupante no significa que la increencia esté en aumento. Más bien, señala una forma degradada de creencia: creer sin pertenecer. Es un fenómeno de «desconfesionalización» del «homo religiosus», que, rechazando la pertenencia a una confesión obligatoria, salta de aquí para allá a una confusión sin fin de movimientos heterogéneos. Este éxodo a menudo silencioso suele conducir a las sectas y a los nuevos movimientos religiosos.
6. En occidente, donde ni la ciencia ni la tecnología moderna han suprimido el sentido religioso ni lo han satisfecho, se está desarrollando una nueva búsqueda que es más espiritual que religiosa, pero no es una vuelta a las prácticas religiosas tradicionales. A menudo, este despertar espiritual se convierte en una forma de actuar autónoma y sin ningún lazo con los contenidos de la fe y de la moral sostenidas por la Iglesia.
7. Finalmente, al amanecer del nuevo milenio, está teniendo lugar un desafecto tanto en términos de ateísmo militante como en términos de fe tradicional. En las culturas occidentales es un desafecto debido al rechazo o al simple abandono de las creencias tradicionales, y afecta tanto a la práctica religiosa como a la adhesión a los contenidos doctrinales y morales de la fe.
El hombre al que llamamos «homo indifferens» nunca deja de ser un «homo religiosus»; sólo está buscando una nueva y siempre cambiante religiosidad. El análisis de este fenómeno revela una situación caleidoscópica donde puede ocurrir cualquier cosa y su opuesto: por un lado, quienes creen sin pertenecer, y por otro, los que pertenecen sin creer en el contenido pleno de la fe y que, sobre todo, no se sienten obligados a respetar la dimensión ética de la fe. Realmente, sólo Dios sabe qué es lo que está en el fondo de nuestro corazón, donde su gracia trabaja secretamente.
Puedo darles una descripción similar leyendo un informe de cualquiera de los grupos de obispos que cada cinco años llegan a Roma para rezar en las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. El informe nos vuelve a presentar una historia familiar:
«En muchas partes del mundo occidental, está descendiendo el número de quienes asisten a la Iglesia, mientras que el número de quienes viven como si Dios no existiera y el de quienes se catalogan como ?creer sin pertenecer? sigue aumentando. Paradójicamente, la ?fe? en el ateísmo está también cayendo a niveles de sólo un 1 o un 2%. Los viejos interlocutores del diálogo con los no creyentes, los famosos teóricos del ateísmo, como Nietzsche y Marx, son algo pasado y nadie los ha reemplazado de forma seria. Por el contrario, hay un notable incremento de la indiferencia y una disminución del debate y el diálogo bien informados. Vivimos en una cultura de la indiferencia y, lo que es pero, de la ignorancia».
b) Las causas de la increencia: secularismo e indiferencia
El cristianismo tiene un curioso lugar en el proyecto europeo. Por un lado proporciona la inspiración filosófica, antropológica y moral tras el proyecto. Por otro, debido a los diversos cambios culturales suele dejársele de lado o, peor, excluírsele positivamente. El reciente affaire Rocco Buttiglione es un caso ejemplar. A causa de su testimonio público sobre el matrimonio y la homosexualidad, fue excluido de un importante puesto en la Comisión Europea. Esto refleja una separación en aumento en la política y en el foro público entre lo religioso y lo secular.
El secularismo es una tendencia que ha surgido del liberalismo. Es un efecto secundario malvado y exige una corrección. Podemos tener confianza porque el secularismo nunca excluirá la religión del mundo, por el simple hecho de que todos y cada uno de los hombres son fundamentalmente religiosos. Pero lleva la emotividad y el individualismo entre los valores que lo definen, como se ejemplifican en la New Age de abandono cultural y de religión privatizada y su consiguiente reducción de la búsqueda de lo trascendental a un mero progreso tecnológico y a una sensación de bienestar.
Y esto está teniendo efectos devastadores en Europa. El secularismo también significa relativismo porque comporta la negación de la Verdad. Esta ideología ha llevado a la indiferencia y a la increencia que antes mencionaba en nuestro mapa de la increencia. Es una actitud que ha llevado al así llamado dogma de diseño y al alejamiento entre el gobierno socialista de España y los obispos católicos sobre cuestiones relacionadas con el valor de la vida, la solidaridad y la familia, y conlleva los males del aborto, y el desacertado matrimonio civil de los homosexuales.
En palabras de otro análisis:
«Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (Encíclica «Centessimus Annus», No. 46).
Ustedes son más conscientes que yo de los peligros del totalitarismo, pero en Europa occidental también, los valores espirituales fundamentales han sido presa del secularismo. Como resultado, incluso en países tradicionalmente cristianos como Francia, Inglaterra y España, se ha dado la vuelta a la jerarquía de valores y la Verdad, la Belleza, y la Bondad han sido relegadas por debajo de los valores individuales, relativos y sociales.
Se ha promovido la centralidad del individuo pero se ha olvidado el verdadero valor de la persona humana. De esta forma la democracia se considera como el valor supremo superior a la Verdad, más que un medio privilegiado para discernir, reflexionar y proteger la Verdad. Otro efecto de la pérdida de la cultura cristiana se ve en el hecho de que ahora es necesario ofrecer cursos básicos sobre cristianismo a los estudiantes de arte de manera que puedan comprender las obras maestras y comprender su propia cultura cristiana. Porque sin él, ¿cómo pueden apreciar el pleno valor de la «Pasión según San Juan» de Bach, el «Mesías» de Haendel, la «Missa Solemnis» de Beethoven o la Pietà de Miguel Ángel?
¡Pero seamos cuidadosos para no arrojar al bebé fuera del agua! El secularismo no es la secularización, y no todo lo que no es explícitamente religioso está mal. ¡La realidad trascendental puede inspirarnos de otras formas! Cierto aprecio del arte puede venir incluso del ateo. Y éste es el punto de partida para la evangelización de hoy. Los santos han marcado la historia durante 2.000 años ? algunos han desarrollado diversas expresiones de espiritualidad cristiana, otros han salvaguardado nuestra herencia bíblica, otros han desarrollado ideas fundamentales sobre la ley y los valores, y otros han sido fuente del continuo renacimiento que ha marcado la historia europea y sus desarrollos culturales. Es tarea nuestra seguir sus pasos, revelando la verdad sobre la humanidad a nuestros compañeros hombres y mujeres, para abrir el camino a la fuente trascendental de todos los valores, de manera que Europa pueda volver una vez más a sus raíces.
La respuesta de la Iglesia: una nueva evangelización de la cultura
La evangelización no se detiene con el pasado, sino que debe traspasarse a la siguiente generación. Para responder a esta tarea el Pontificio Consejo para la Cultura respalda diversas iniciativas para evangelizar la cultura, que incluyen la oración, el diálogo personal, los centros culturales, especialmente los institutos teológicos, la evangelización del deseo, una conocimiento renovado de la antropología cristiana, una fuerte presencia en el foro público, la promoción de los valores de la familia y de la vida, la buena formación cristiana, la «via pulchritudinis», el uso evangélico del patrimonio cristianos, la utilización de los lenguajes complementarios de la razón y el sentimiento, así como la promoción de peregrinaciones y de temas conexos.
La evangelización de la cultura tiene como objetivo dejar que el Evangelio penetre la situación actual de las vidas de las personas de una determinada sociedad. «Para ello, la pastoral ha de asumir la tarea de imprimir una mentalidad cristiana a la vida ordinaria» («Ecclesia in Europa», No. 58). Más que convencer, dicha evangelización busca preparar la tierra y permitir la escucha, es un tipo de pre-evangelización. Si el problema básico es la indiferencia, la tarea que se necesita es atraer la atención, despertar el interés de la gente. Identificando las claves o puntos de anclaje para la proclamación del Evangelio y actuando sobre ellos, la evangelización de la cultura tiene algunos temas, ideas, lugares y métodos recurrentes, tres de los cuales querría presentarles brevemente a continuación.
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