Queridos Hermanos y amigos: Paz y Bien.
Me ha conmovido la noticia insólita que han divulgado diversos informativos. Un niño, con sus once años casi infantiles aún, se apresura a llevar a una casa de embargos un pequeño montón de cosas suyas, que se dispone a empeñar. Unos libros, unos discos, cuatro escasas cosas. ¿Estaría preparando algún viaje con los compañeros de curso?, ¿necesitaba dinero para cambiar de móvil?, ¿un capricho, tal vez, que se quería subvencionar? Nada de eso.
El chaval llegaba para sacar del apuro a su padre, que habiendo quedado en el paro, no encontrando trabajo por ningún sitio, tenía a toda la familia en una situación límite, desesperada, sin saber ya qué hacer ni por donde tirar. Y a este crío, no se le ocurrió más solución que la de implicarse a sí mismo, poniendo en juego lo único de lo que él disponía: su breve e infantil ajuar.
Por más que sea tierna esta historia real, y verdaderamente conmovedora, tiene un transfondo muy duro, que es el que sucede a las personas reales. El transfondo es ese cuando en un hogar, en una familia, no entran desde hace tiempo los recursos necesarios para vivir, para sobrevivir, con serena dignidad y alegre esperanza. No se trata de las personas cuyos nombres anónimos para nosotros leemos en los periódicos, sino que se trata también -y cada vez más- de las personas cercanas que conozco en mi barrio, en la escalera de mi casa, en la propia familia, en tu mismo hogar. Y es entonces cuando la noticia que nos relata el gesto de este pequeño, pierde su inocente ternura para empezar a percibirla como directa acusación que nos hace pensar.
¿Acaso lo que en este mundo necesitamos los que en él vivimos se ha evadido a otra galaxia? Parece ser que no, porque el mundo está bien hecho por Dios Creador. Pero Él nos ha dejado la libertad de administrar lo que se nos ha concedido con el don de la vida. Y es aquí donde comienza la descripción de la tragedia de una crisis que siendo económica tiene su origen en la tremenda crisis moral que estamos padeciendo: el egoísmo insolidario, la codicia insaciable, la usura aprovechona, el despilfarro materialista, la injusticia de guante blanco, la injusticia manchada de sangre, los intereses del poder dominante, el hedonismo frívolo y embustero que promete lo que no dará jamás, el relativismo atroz, la mentira como argumento, la utilización del hombre y la expulsión de Dios de nuestro paraíso terrenal.
Hay una llamada a lo mejor (porque lo tienen) de nuestros políticos y de nuestros distintos agentes sociales, para que dejen de calcular la crisis sólo en clave de poder: sopesar las medidas necesarias a tomar contemplado no el bien de las personas sino únicamente el desgaste o el oportunismo electoral que tales medidas pueden contraer. Hay demasiadas personas sufriendo de veras, angustiadas por un horizonte negruzco, a las que debemos responder con las actitudes contrarias a las que nutren la crisis moral y provocan la crisis económica.
En nuestras comunidades cristianas, en particular desde cuanto se está haciendo en Cáritas y otras organizaciones eclesiales afines, miramos con asombro agradecido el ejemplo de un pequeño que dando lo que tenía se parece a aquel otro chaval que llevó a Jesús tan sólo dos peces y cinco panes, con los que el Señor dio de comer hasta saciarse a una inmensa multitud. Este es el milagro que hace siempre Dios cuando ponemos en sus manos la aportación sincera de nuestros bienes todos: los de la fe, los de la esperanza y los de la caridad.
Recibid mi afecto y mi bendición.