CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la intervención del Papa hoy, durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI, con los peregrinos procedentes de todo el mundo.
Queridos hermanos y hermanas
Estamos en el centro de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, una iniciativa ecuménica, que se ha ido estructurando desde hace ya más de un siglo, y que atrae cada año la atención sobre un tema, el de la unidad visible entre los cristianos, que implica a la conciencia y estimula al compromiso de cuantos creen en Cristo. Y lo hace ante todo con la invitación a la oración, a imitación del propio Jesús, que pide al Padre por sus discípulos: “Que sean uno, para que el mundo crea” (Jn 17,21). La llamada perseverante a la oración por la plena comunión entre los seguidores del Señor manifiesta la orientación más auténtica y más profunda de toda la búsqueda ecuménica, porque la unidad, antes que nada, es don de Dios. De hecho, como afirma el Concilio Vaticano Segundo: "el santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo, una y única, supera todas las fuerzas humanas" (Unitatis Redintegratio, 24). Por tanto, más allá de nuestro esfuerzo de llevar a cabo relaciones fraternas y de promover el diálogo para aclarar y resolver las divergencias que separan a las Iglesias y Comunidades eclesiales, es necesaria la invocación confiada y concorde al Señor.
El tema de este año está tomado del Evangelio de san Lucas, de las últimas palabras del Resucitado a sus discípulos: “Vosotros sois testigos de esto” (Lc 24,48). La propuesta del tema ha sido pedida por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, de acuerdo con la Comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias, a un grupo ecuménico de Escocia. Hace un siglo, la Conferencia Mundial para la consideración de los problemas en referencia al mundo no cristiano tuvo lugar precisamente en Edimburgo, in Escocia, entre el 13 y el 24 de junio de 1910. Entre los problemas entonces discutidos estuvo el de la dificultad objetiva de proponer con credibilidad el anuncio evangélico al mundo no cristiano por parte de cristianos divididos entre sí. Si a un mundo que no conoce a Cristo o que se ha alejado de Él, o que se muestra indiferente al Evangelio, los cristianos se presentan desunidos, al contrario, a menudo contrapuestos, ¿será creíble el anuncio de Cristo como único Salvador del mundo y nuestra paz? La relación entre unidad y misión desde aquel momento ha representado una dimensión esencial de toda la acción ecuménica y su punto de partida. Y es por esta aportación específica por lo que esa Conferencia de Edimburgo permanece como uno de los puntos firmes del ecumenismo moderno. La Iglesia católica, en el Concilio Vaticano II, retomó y reafirmó con vigor esta perspectiva, afirmando que la división entre los discípulos de Jesús “no solo contradice abiertamente a la voluntad de Cristo, sino que es escándalo para el mundo y daña la santísima causa de la predicación del Evangelio a toda criatura” (Unitatis Redintegratio, 1).
En este contexto teológico y espiritual se sitúa el tema propuesto en esta Semana para la meditación y la oración: la exigencia de un testimonio común de Cristo. El breve texto propuesto como tema, “Vosotros sois testigos de esto”, hay que leerlo en el contexto de todo el capítulo 24 del Evangelio según Lucas. Recordemos brevemente el contenido de este capítulo. Primero las mujeres se acercan al sepulcro, ven los signos de la Resurrección de Jesús y anuncian cuanto han visto a los Apóstoles y a los otros discípulos (v. 8); después el mismo Resucitado aparece a los discípulos de Emaús a lo largo del camino, se aparece a Simón Pedro y, sucesivamente, a los Once y a los demás que estaban con ellos" (v. 33). Él abre la mente a la comprensión de las Escrituras sobre su Muerte redentora y su Resurrección, afirmando que “en su nombre se predicará a todas las gentes la conversión y el perdón de los pecados" (v. 47). A los discípulos que se encuentran “reunidos” juntos y que han sido testigos de su misión, el Señor Resucitado les promete el don del Espíritu Santo (cfr v. 49), para que juntos den testimonio de él a todos los pueblos. De este imperativo - “De todo esto”, de esto vosotros sois testigos (cfr Lc 24,48) –, que es el tema de esta Semana por la unidad de los cristianos, nacen para nosotros dos preguntas. La primera: ¿qué es “todo esto”? La segunda: ¿cómo podemos nosotros ser testigos de “todo esto”?
Si vemos el contexto del capítulo, "todos esto" quiere decir ante todo la Cruz y la Resurrección: los discípulos han visto la crucifixión del Señor, ven al Resucitado y así empiezan a entender todas las Escrituras que hablan del misterio de la Pasión y del don de la Resurrección. “Todo esto” por tanto es el misterio de Cristo, del Hijo de Dios hecho hombre, muerto por nosotros y resucitado, vivo para siempre y así garantía de nuestra vida eterna.
Pero conociendo a Cristo – este es el punto esencial – conocemos el rostro de Dios. Cristo es sobre todo la revelación de Dios. En todos los tiempos, los hombres perciben la existencia de Dios, un Dios único, pero que está lejos y no se muestra. En Cristo este Dios se muestra, el Dios lejano se convierte en cercano. “Todo esto” es por tanto, sobre todo con el misterio de Cristo, que Dios se ha hecho cercano a nosotros. Esto implica otra dimensión: Cristo nunca está solo; Él vino en medio de nosotros, murió solo, pero resucitó para atraer a todos hacia sí. Cristo, como dice la Escritura, se crea un cuerpo, reúne a toda la humanidad en su realidad de la vida inmortal. Y así, en Cristo que reúne a la humanidad, conocemos el futuro de la humanidad: la vida eterna. Todo esto, por tanto, es muy sencillo, en última instancia: conocemos a Dios conociendo a Cristo, su cuerpo, el misterio de la Iglesia y la promesa de la vida eterna.
Venimos ahora a la segunda pregunta: ¿Cómo podemos nosotros ser testigos de “todo esto”? Podemos ser testigos sólo conociendo a Cristo y, conociendo a Cristo, también conociendo a Dios. Pero conocer a Cristo implica ciertamente una dimensión intelectual – aprender lo que conocemos de Cristo – pero es siempre mucho más que un proceso intelectual: es un proceso existencial, es un proceso de la apertura de mi yo, de mi transformación por la presencia y por la fuerza de Cristo, y así es también un proceso de apertura a todos los demás, que deben ser cuerpo de Cristo. De esta forma, es evidente que conocer a Cristo, como proceso intelectual y sobre todo existencial, es un proceso que nos hace testigos. En otras palabras, podemos ser testigos sólo si a Cristo lo conocemos de primera mano, y no sólo a través de otros, desde nuestra propia vida, de nuestro encuentro personal con Cristo. Encontrándole realmente en nuestra vida de fe, nos convertimos en testigos y podemos contribuir a la novedad del mundo, a la vida eterna. El Catecismo de la Iglesia católica nos da una indicación también para el contenido de este “todo esto”. La Iglesia ha reunido y resumido lo esencial de cuanto el Señor nos ha dad en la Revelación, en el "Símbolo llamado niceno-costantinopolitano, el cual trae su gran autoridad del hecho de ser fruto de los dos primeros Concilios Ecuménicos (325 e 381)" (CCC, n. 195). El Catecismo precisa que este Símbolo "es aún hoy común a todas las grandes Iglesias de Oriente y de Occidente” (Ibid.). En este Símbolo por tanto se encuentran las verdades de la fe que los cristianos pueden profesar y testimoniar juntos, para que el mundo crea, manifestando, con el deseo y el compromiso por superar las divergencias existentes, la voluntad de caminar hacia la comunión plena, la unidad del Cuerpo de Cristo.
La celebración de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos nos lleva a considerar otros aspectos importantes para el ecumenismo. Ante todo, el gran progreso realizado en las relaciones entre Iglesias y Comunidades Eclesiales tras la Conferencia de Edimburgo de hace un siglo. El movimiento ecuménico moderno se ha desarrollado de forma tan significativa que se ha convertido, en el último siglo, en un elemento importante en la vida de la Iglesia, recordando el problema de la unidad entre todos los cristianos y sosteniendo también el crecimiento de la comunión entre ellos. Éste no sólo favorece las relaciones fraternas entre las Iglesias y las Comunidades eclesiales en respuesta al mandamiento del amor, sino que estimula también la investigación teológica. Además, implica a la vida concreta de las Iglesias y de las Comunidades eclesiales con temáticas que tocan la pastoral y la vida sacramental, como por ejemplo el mutuo reconocimiento del Bautismo, las cuestiones relativas a los matrimonios mixtos, los casos parciales de comunicatio in sacris en situaciones particulares bien definidas. En el surco de este espíritu ecuménico, los contactos han ido ensanchándose también a movimientos pentecostales, evangélicos y carismáticos, para un mayor conocimiento recíproco, aunque no falten problemas graves en este sector.
La Iglesia católica, desde el Concilio Vaticano II en adelante, ha entrado en relaciones fraternas con todas las Iglesias de Oriente y las Comunidades eclesiales de Occidente, organizando, en particular, con la mayor parte de ellas, diálogos teológicos bilaterales, que han llevado a encontrar convergencias o incluso consenso en diversos puntos, profundizando así los vínculos de comunión. En el año apenas transcurrido, los diálogos han registrado pasos positivos. Con las Iglesias ortodoxas la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico ha comenzado, en la XI Sesión plenaria celebrada en Paphos (Chipre) en octubre de 2009, el estudio de un tema crucial en el diálogo entre católicos y ortodoxos: El papel del obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio, es decir, en el tiempo en el que los cristianos de Oriente y Occidente vivían en la comunión plena. Este estudio se extenderá a continuación al segundo milenio. Ya he pedido muchas veces la oración de los católicos por este diálogo delicado y esencial para todo el movimiento ecuménico. También con las Antiguas Iglesias ortodoxas de Oriente (copta, etíope, siria, armenia) la análoga Comisión Mixta se reunió del 26 al 20 de enero del año pasado. Estas importantes iniciativas atestiguan que existe actualmente un diálogo profundo y rico de esperanzas con todas las Iglesias de Oriente no en plena comunión con Roma, en su propria especificidad.
Durante el año pasado, con las Comunidades eclesiales de Occidente se han examinado los resultados alcanzados en los diversos diálogos en estos cuarenta años, deteniéndose, el particular, en los mantenidos con la Comunión Anglicana, con la Federación Luterana Mundial, con la Alianza Reformada Mundial y con el Consejo Mundial Metodista. Al respecto, el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos realizó un estudio para evidenciar los puntos de convergencia a los que se ha llegado en los relativos diálogos bilaterales, y señalar, al mismo tiempo, los problemas abiertos sobre los que habrá que iniciar una nueva fase de confrontación.
Entre los recientes acontecimientos, quisiera mencionar la conmemoración del décimo aniversario de la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, celebrado por católicos y luteranos juntos el 31 de octubre de 2009, para estimular la prosecución del diálogo, como también la visita a Roma del arzobispo de Canterbury, el doctor Rowan Williams, el cual ha mantenido también coloquios sobre la particular situación en que se encuentra la Comunión Anglicana. El compromiso común de continuar las relaciones y el diálogo son un signo positivo, que manifiesta cuán intenso es el deseo de unidad, a pesar de todos los problemas que se oponen. Así vemos que hay una dimensión de nuestra responsabilidad en hacer todo lo posible para llegar realmente a la unidad, pero que hay otra dimensión, la de la acción divina, porque solo Dios puede dar unidad a la Iglesia. Una unidad “autohecha” sería humana, pero nosotros deseamos la Iglesia de Dios, hecha por Dios, el cual cuando quiera y cuando nosotros estemos preparados, creará la unidad. Debemos tener presente también los progresos reales que se han alcanzado en la colaboración y en la fraternidad en todos estos años, en estos últimos cincuenta años. Al mismo tiempo, debemos saber que el trabajo ecuménico no es un proceso lineal. De hecho, problemas viejos, nacidos en el contexto de otra época, pierden su peso, mientras que en el contexto actual nacen problemas nuevos y nuevas dificultades. Por tanto, debemos estar siempre disponibles para un proceso de purificación, en el cual el Señor nos haga capaces de estar unidos.
Queridos hermanos y hermanas, por la compleja realidad ecuménica, por la promoción del diálogo, como también para que los cristianos de nuestro tiempo puedan dar un nuevo testimonio común de fidelidad a Cristo ante este nuestro mundo, pido la oración de todos. Que el Señor escuche la invocación nuestra y de todos los cristianos, que en esta semana se eleva a Él con particular intensidad.
[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos celebrando estos días la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, en la cual se nos invita a rezar pidiendo al Señor por la unidad de todos sus discípulos, puesto que ésta es ante todo un don que viene de Dios. El tema propuesto este año nos recuerda la exigencia de dar un testimonio común de Cristo, ya que la división de los cristianos dificulta el anuncio eficaz del Evangelio en el mundo. El movimiento ecuménico moderno se ha desarrollado de manera notable, hasta convertirse en el último siglo en un elemento importante en la vida de la Iglesia. A partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica ha establecido relaciones fraternas con todas las Iglesias de Oriente y las Comunidades eclesiales de Occidente, organizando con la mayor parte de ellas diálogos teológicos bilaterales, que han servido para alcanzar consensos sobre varias cuestiones, profundizando de esta manera los vínculos de comunión. Os pido a todos vuestra oración para superar las divergencias y promover el diálogo y la fraternidad, así como para que los cristianos de hoy puedan dar un nuevo testimonio común de fidelidad a Cristo.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española aquí presentes, en particular, al grupo de la familia del Cardenal Rafael Merry del Val, a los peregrinos de Torrelodones, de Córdoba, y a los venidos de México, así como de otros países latinoamericanos. Os animo a todos a intensificar vuestra vida de oración y vuestra participación ferviente en la Eucaristía, para que unidos cada vez más a Cristo trabajéis en la Iglesia y en el mundo por la salvación y el bien de vuestros hermanos. Muchas gracias.