OTAWA, viernes 29 de enero de 2010 (ZENIT.org).- En medio de los preparativos para los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver 2010, los obispos de Canadá temen que con este motivo se incrementen la explotación sexual o el trabajo forzado.
La Comisión Episcopal Justicia y Paz advierte, en una carta pastoral publicada el 26 de enero, que este acontecimiento internacional suscita viva inquietud en Vancouver y en otras partes, especialmente en las asociaciones de lucha contra la trata de personas “pues algunos ven en él una ocasión de hacer beneficio en detrimento de la dignidad y los derechos humanos”.
Los obispos constatan que, “con motivo de algunos acontecimientos deportivos de envergadura, se ponen a punto estructuras para satisfacer la ‘demanda’ de diversiones sexuales”, que puede ser el riesgo de los Juegos de Vancouver.
Como pastores, denuncian “la trata de personas bajo todas su formas, ya sea organizada para el trabajo forzado (trabajo doméstico, trabajo agrícola o en las fábricas) o para la explotación sexual (prostitución, pornografía, matrimonios forzados, bares de striptease, etc)”.
Invitan “a los y las creyentes a tomar conciencia de esta violación de los derechos humanos y de la banalización del discurso que rodea a la prostitución en nuestro país”.
“En seguimiento de Jesús que vino al mundo para dar vida y vida en abundancia (Jn 10,10), podemos juntos compadecer los sufrimientos de las víctimas y cambiar los comportamientos y las mentalidades que mantienen la violencia institucionalizada en esta nueva forma de esclavitud que es la trata de personas”, exhortan.
La amplitud de la trata de personas es alarmante. Aunque es difícil obtener cifras precisas, los obispos señalan que la Organización Mundial de Trabajo (OIT) estima nada menos en unos 2,4 millones el número de víctimas de la trata; de este número, en torno a 1,3 millones de personas están implicadas en las diversas formas de explotación sexual. En otro estudio, el Departamento de Estado estadounidense estima en torno a 800.000 el número anual de víctimas de la trata mundial, de las que la mayor parte son mujeres y niños. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la droga y el crimen (UNODC), la forma más extendida de trata de personas es la explotación sexual (79%).
“Esta actividad del crimen organizado aporta miles de millones de dólares a los proxenetas y a los propietarios de bares de stripease, salones de masaje, burdeles legales e ilegales, sin contar los beneficios de las tasas impuestas por los gobiernos, que cierran a menudo los ojos sobre esta realidad”, constatan los prelados.
“¡Cómo es esto posible?”, se preguntan. Y responden: “En un contexto de mundialización económica donde la brecha de riqueza se agranda entre los países, las poblaciones pobres del Sur y del Este se hacen más vulnerables a la trata. Pues su deseo de mejores condiciones de vida les empujan a franquear las fronteras hacia el Norte o el Oeste, para encontrar allí un empleo. Cuando el hambre amenaza la vida de la familia, se es más proclive a creer las promesas de un traficante sin escrúpulos o a ceder a los atractivos del turismo sexual”.
“Hoy –añaden--, la facilidad de comunicación por internet y el teléfono móvil favorecen el reclutamiento de personas que se se encuentran algunas horas más tarde en otro país, a menudo sin conocer el idioma, desposeídos de su pasaporte, a la merced de proxenetas que exigen el reembolso de los gastos del traslado de sus víctimas. Las mujeres y los niños, la mayor parte del tiempo bajo el efecto de las drogas, deben entonces entregarse a la prostitución bajo el ojo vigilante de los proxenetas que se embolsan los beneficios y que, en caso de huída o de insumisión, amenazan con matar a su víctimas o a los miembros de su familia que han quedado en el país natal”.
En Canadá, aseguran los prelados, “mujeres autóctonas y sus hijas desaparecen de su aldea sin que se las vuelva a ver; inmigrantes cada vez más jóvenes recorren las calles de los centros de las ciudades o trabajan en los bares y los salones de masaje; los acompañantes responden a los llamamientos gracias a los pequeños anuncios de los periódicos. Varias de ellas testimonian su vida en este infierno con el apoyo de organismos no gubernamentales que luchan contra la trata. Son nuerosos los testimonios que asocian los sufrimientos de las víctimas a los síntomas postraumáticos que viven los supervivientes de las guerras”.
“¿Qué podemos hacer?”, se preguntan los obispos. “En primer lugar –responden--, tomar conciencia de esta realidad presente entre nosotros y en otras partes: verla, analizarla con otros y actuar en nuestro medio para contrarrestar la trata”.
“Tomar también conciencia –añaden- de que la demanda de prostitución alimenta el mercado de la trata. Sin los clientes que requieren servicios sexuales, no habría prostitución, y por tanto tampoco trata. En un país que considera la igualdad de mujeres y hombres como un valor fundamental, en un país con gran mayoría cristiana que promueve la dignidad de toda persona creada a imagen y semejanza de Dios, ¿cómo tolerar la prostitución que es una forma de violencia institucionalizada que destruye la integridad física, psicológica y espiritual de las personas?”.
Según los obispos, existen varias pistas de solución para combatir este problema: “Sostener a las organizaciones ya comprometidas con las víctimas de la trata y pedir a nuestros gobiernos un programa de educación y de prevención de la violencia hacia las mujeres. Para ayudar a las mujeres a salir de la prostitución de la que son, en general, las primeras víctimasd, es necesario ofrecer recursos en sanidad, asistencia psicológica, curas de desintoxicación, alojamiento seguro, empleos decentes y acompañamiento espiritual”.
Los obispos concluyen prometiendo que sus oraciones “sostendrán también la esperanza de tantas personas privadas de libertad y de humanidad por la trata de personas, y el valor de los grupos que les acompañan”.