Queridos Hermanos,
Querido Don Enrico,
En nombre de todos los aquí presentes querría de todo corazón decirle gracias a Usted, Don Enrico, por estos ejercicios, por el modo apasionado y muy personal con el que nos ha guiado en el camino hacia Cristo, en el camino de renovación de nuestro sacerdocio.
Usted ha escogido como punto de partida, como trasfondo siempre presente, como punto de llegada -lo hemos visto ahora- la oración de Salomón a “un corazón que escucha”. En realidad me parece que aquí se resume toda la visión cristiana del hombre. El hombre no es perfecto en sí mismo, el hombre necesita relación, es un ser en relación. Su cogito no puede cogitare toda la realidad. Necesita de la escucha, de la escucha del otro, sobre todo del Otro con mayúscula, de Dios. Sólo así se conoce a sí mismo, sólo así se convierte en sí mismo.
Por mi parte siempre he visto aquí a la Madre del Redentor, la Sedes Sapientiae, el trono viviente de la sabiduría encarnada en su seno. Y como hemos visto, san Lucas presenta a María precisamente como mujer del corazón a la escucha, que está inmersa en la Palabra de Dios, que escucha la Palabra, la medita (synballein) la compone y la conserva, la custodia en su corazón. Los padres de la Iglesia dicen que en el momento de la concepción del Verbo eterno en el seno de la Virgen el Espíritu Santo entró en María a través del oído. En la escucha concibió la Palabra eterna, dio su carne a esta Palabra. Y así nos dice lo que es tener un corazón a la escucha.
María está aquí rodeada de los padres y las madres de la Iglesia, de la comunión de los santos. Y así vemos y entendemos propiamente en estos días que en el yo aislado no podemos escuchar realmente la Palabra: sólo en el nosotros de la Iglesia, en el nosotros de la comunión de los santos.
Y Usted, querido Don Enrico, nos ha mostrado, ha dado voz a cinco figuras ejemplares del sacerdocio, comenzando por Ignacio de Antioquía hasta el querido y venerable Papa Juan Pablo II. Así hemos realmente percibido de nuevo lo que quiere decir ser sacerdote, convertirse cada vez más en sacerdotes.
Usted también ha destacado que la consagración va hacia la misión, está destinada a convertirse en misión. En estos días hemos profundizado con la ayuda de Dios nuestra consagración. Así, con nuevo coraje, queremos ahora afrontar nuestra misión. El Señor nos ayude. Gracias a Usted por su ayuda, Don Enrico.