IUDAD DEL VATICANO, lunes, 4 octubre 2004 (ZENIT.org).- Para Juan Pablo II, el obispo de Roma que más santos y beatos ha proclamado, estas figuras pueden convertirse para cada cristiano en compañeros en la vida hacia la meta del cielo.
Así lo constató este lunes al encontrarse en el Aula de las Audiencias del Vaticano con varios miles de peregrinos que han llegado a Roma para participar este domingo en la proclamación de cinco nuevos beatos.
Los nuevos beatos son Carlos I (1887-1922), emperador de Austria y rey de Hungría; Anna Katharina Emmerick (1774-1824), religiosa agustina y mística alemana; los sacerdotes franceses Pierre Vigne (1670-1740), fundador de la Congregación de las Religiosas del Santísimo Sacramento y Joseph-Marie Cassant (1878-1903), trapense; así como la religiosa italiana María Ludovica de Angelis (1880-1962), misionera en Argentina.
«¡Que los nuevos beatos os acompañen a través de la peregrinación hacia la Patria celestial!», deseó el Papa al dirigirse a los peregrinos que le acogieron entre cantos y aplausos.
En su intervención en italiano, francés, castellano y alemán, el Santo Padre repasó brevemente el ejemplo que dejan los nuevos beatos.
De Carlos de Austria recalcó su voluntad de «servir en todo momento a la voluntad de Dios. La fe fue para él norma fundamental en las responsabilidades como soberano y padre de familia. Que la confianza en Dios, siguiendo su ejemplo, os dé firmeza para vuestras vidas».
Hablando de Anna Katharina Emmerick, la «mística de Münster» --como la llama el Papa--, recordó que «en su relación interior con el Salvador que sufre cumplió con la máxima del apóstol de completar por amor del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, con lo que todavía falta a la pasión de Cristo».
«Que Dios abra vuestros corazones, por intercesión de la beata Anna Katharina a las necesidades interiores y exteriores de vuestros semejantes. Que el modelo de la beata refuerce en todos la virtud de la paciencia y el espíritu de sacrificio», deseó el pontífice.
Al hablar de la Madre Ludovica de Angelis, el Papa recalcó que su vida «estuvo consagrada a la gloria de Dios y al servicio de los hermanos».
«Los largos años pasados en el Hospital de Niños de La Plata --centro que hoy lleva su nombre-- tuvieron como programa: "Hacer el bien a todos, no importa a quién" --añadió--. En esta tarea se desvivió por atender a los niños enfermos, trabajando con competencia con el personal sanitario y siendo como superiora de la comunidad ejemplar para sus hermanas. Su vida fue un continuo camino hacia la santidad, presentándose a nuestra consideración como intercesora y testimonio de caridad».
Por último, el Santo Padre recordó conjuntamente a Pierre Vigne y Joseph-Marie Cassant, considerando que su ejemplo «exhorta a dirigir la mirada con amor hacia el Señor Jesús, cabeza de la Iglesia, presente en el sacramento de la Eucaristía».
«Uno y otro han contemplado durante mucho tiempo este misterio en el silencio de la oración y han encontrado en este alimento espiritual el deseo de seguir a Cristo así como la gracia de la conversión», indicó.
«Que su ejemplo y su intercesión ayuden a las comunidades cristianas de hoy a poner la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, en el centro de su existencia. Que suscite el empuje misionero del que necesita el mundo para escuchar la Buena Nueva», deseó el pontífice.
El Papa constató implícitamente tanto en la audiencia como en su homilía cómo los nuevos beatos están unidos por una fuerte pasión por la Eucaristía. La beatificación prepara la celebración del Año de la Eucaristía, que comenzará al concluir el Congreso Eucarístico Internacional, previsto en Guadalajara (México), del 10 al 17 de octubre de 2004.