ROMA, 14/03/2010 (ZENIT.org).- El padre Paul Gunter, profesor en el Pontificio Instituto Litúrgico y Consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, nos ofrece en este artículo una panorámica sobre los Ritos de Comunión de la Santa Misa (forma ordinaria y extraordinaria), concentrando la atención sobre el sacerdote celebrante.
De su exposición surge el significado litúrgico y espiritual de estos ritos, que disponen al sacerdote y a los fieles a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo con las debidas disposiciones del alma, de modo que la Comunión eucarística produzca frutos de conversión y de santidad en sus vidas (don Mauro Gagliardi).
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El sacerdote que se prepara a los ritos de Comunión en la Misa está predispuesto por la Plegaria Eucarística, que acaba de completar, a reconocer que "en el relato de la institución, la eficacia de las palabras y de la acción de Cristo, y el poder del poder del Espíritu Santo, hacen sacramentalmente presentes bajo las especies del pan y del vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido sobre la cruz una vez para siempre" [1]. Por otro lado, cuando llega el momento en que el sacerdote y los fieles reciben la Santa Eucaristía, o sea, cuando se preparan a comer el Cuerpo del Señor y a beber su Sangre, es necesario acordarse del discurso de Jesús en Cafarnaúm, que representa la recepción de la Santa Eucaristía tanto como una venida que como un encuentro [2].
Por cuanto respecta al tema de la venida, el Evangelio de san Juan dice: "el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo" [3]. Sobre el encuentro, la Eucaristía es incluso concebida como expresión de la relación interna en la Santísima Trinidad, atestiguada en la relación filial de Jesús con su Padre celestial. Jesús la explica con las palabras: "No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida" [4]. "Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" [5]. En consecuencia, la preparación personal y pública para recibir la Santa Eucaristía, que los Ritos de Comunión favorecen de forma tan intensa, tanto en la forma ordinaria como en la extraordinaria de la Misa, no preparan al sacerdote y a los fieles a recibir una cosa, sino a una Persona. Come resume Romano Guardini: "No esto, sino a Él, la Persona suprema alabada por toda la eternidad" [6].
La forma ordinaria del Rito Romano
En la forma ordinaria (o Misa de Pablo VI), al inicio de los Ritos de Comunión, guiados por el sacerdote, el pueblo está en pie. A nivel simbólico, la imagen del sacerdote que está en el centro del altar, rodeado por la asamblea en pie, representa una anticipación de la Iglesia que estará con Cristo en el cielo al final de los tiempos. El sacerdote introduce el Pater Noster utilizando una de las fórmulas previstas, antes de que se recite o se cante juntos la oración del Señor. Las palabras que Jesús nos enseñó para que rezásemos con confianza, y que nosotros utilizamos antes de acercarnos a la Santa Eucaristía, han sido comentadas por numerosos autores. Por ejemplo, algunos textos tomados del comentario de san Cipriano de Cartago sobre la oración del Señor fueron insertados en el Oficio de Lecturas de la Liturgia de las Horas, en la semana undécima del Tiempo Ordinario, para educarnos a un mayor aprecio del significado de estas palabras [7]. Los textos de san Cipriano recuerdan al sacerdote que cada recitación del Pater Noster es un acto eclesial, que trae consecuencias en la vida de los demás. San Cipriano escribió:
"Ante todo, el Maestro de la paz y de la unidad no quiso que orásemos por cuenta nuestra y en privado, de manera que cada uno rezase sólo para sí mismo. Por eso no decimos Padre mio que estás en el cielo, o Dame hoy mi pan [...]. Nuestra oración es pública y para todos y, cuando rezamos, lo hacemos no por una persona sola, sino por todas, porque nosotros todos somos uno" [8].
La oración Libera nos continua difundiendo dulcemente los ecos del Pater Noster y describe la indignidad humana y la necesidad de liberación del mal con que nos acercamos a la Eucaristía. El sacerdote, que reza a favor de cada uno, reconoce, por un lado, las circunstancias que inciden sobre nuestra paz, en vidas manchadas por pecados y angustias; y por la otra, la gozosa esperanza que trae la venida del Señor. El pueblo completa la oración con una doxología, que expresa la expectativa de que el Señor cumplirá su promesa de ser glorificado en nosotros. La oración Domine Iesu Christe se concentra sobre nuestros pecados y angustias y reposa sobre la fe de la Iglesia que espera la paz y la unidad del reino, como cumplimiento de la voluntad de Dios. Después, el sacerdote extiende las manos e intercambia el saludo con la asamblea: Pax Domini sit semper vobiscum. Se responde: Et cum spiritu tuo.
El intercambio efectivo de la paz no representa un componente obligatorio de la liturgia: el diácono o el sacerdote pueden, si es oportuno, invitar a los presentes a intercambiarse el signo de la paz. Las discusiones respecto al momento más apropiado para intercambiarse la paz dentro de la liturgia sin distintas de las que se refieren al modo de intercambiarla. El Misal mantiene las debidas distinciones eclesiológicas. Ciertamente, el intercambio de la paz no es un momento en el que de una actitud formal se pase a una informal, sino más bien un momento en el que las relaciones humanas, que son parte intrínseca del orden de las cosas, se revelan en sus justas proporciones. "Se trata de un rito de intercambio, no de un saludo por las buenas" [9]. Santo Tomás de Aquino expresó esta relación entre las relaciones humanas y el buen orden en su bello himno al Santísimo Sacramento con el título Pange Lingua, cantado el Jueves Santo y en el día del Corpus Domini en la liturgia romana [10]. La tercera estrofa recita: "En la noche de la Cena, / sentado a la mesa con sus hermanos, / tras haber observado plenamente las prescripciones de la ley..." [11].
El sacerdote intercambia la paz con el diácono o con el ministro asistente. No está previsto que deje el presbiterio para saludar a los fieles en la nave. Estos se intercambian la paz sólo con aquellos que están más cerca. El libro distingue estos dos gestos (es decir, el del celebrante y el de los fieles), lo que impide que haya un malentendido eclesiológico, que podría brotar de una visión puramente horizontal.
La fracción del pan, que sigue, posee un aspecto práctico y uno simbólico. Desde el punto de vista ritual, en muchos casos el celebrante rompe la Hostia grande, que consume en primera persona. Por otro lado, este rito permite que se use también una Hostia más grande respecto a lo normal, que se haga pedazos para distribuirlos a los fieles. Una partícula de ésta debe meterse en el cáliz, mientras el sacerdote dice en secreto: "El Cuerpo y la Sangre de Cristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna".
El Agnus Dei que acompaña esta acción pide perdón y se dirige a Jesús, que es el Cordero pascual, cuyo cuerpo sacrificado ha derramado su sangre para el perdón de los pecados. La imagen de Jesús como Cordero está representada en un modo extraordinario por un retablo de la catedral de San Bavón, en Gante, en la que se ve un cordero de pie sobre el altar, que derrama su sangre en un cáliz [12]. El Agnus Dei se remite al Libro del Apocalipsis, que proclama la dignidad del Cordero que fue inmolado [13] y la bendición de aquellos que son invitados al banquete de bodas del Cordero [14]. La antigüedad del Agnus Dei en el Rito Romano es tal que muchos expertos sostienen que fue el papa Sergio I (687-701) quien lo introdujo en la Misa. La tercera invocación del Agnus Dei pide la paz porque la Santísima Eucaristía es Sacramento de Paz, en cuanto que es el medio a través del cual todos aquellos que lo reciben se estrechan en un vínculo de unidad y de paz [15].
El sacerdote reza en secreto una oración preparatoria personal a la Santa Comunión, entre las dos que propone el Misal. En la primera, pide ser liberado de sus iniquidades y de todo otro mal, a través del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y pide la gracia de permanecer en los mandamientos del Señor para que nada pueda nunca separarle de él. En la segunda, el sacerdote ora para que su recepción del Cuerpo y la Sangre de Cristo no traiga sobre él un juicio de condena, sino al contrario, represente una defensa y una cura para el alma y el cuerpo. La Comunión del sacerdote, que siempre precede a la de los fieles, se hace bajo las dos especies, para completar la acción litúrgica de la Misa. Él ora para que el Cuerpo y la Sangre de Cristo lo conduzcan a la vida eterna. En cambio, en la purificación de los vasos sagrados, reza en favor de los que han comulgado (incluido, por tanto, él mismo), para que lo que han recibido con los labios sea recibido por un corazón puro, y para que de simple don hecho en el tiempo, la Comunión eucarística se convierta en un remedio que dura para la vida eterna. El conjunto de estas palabras y acciones revela que aquí se ha celebrado un gran misterio: la Celebración eucarística es un kairos - tiempo favorable del Señor - que ha interceptado el chronos, o sea, el tiempo que es simple sucesión de acontecimientos que tienen lugar alrededor nuestro. Por eso aquí, ante Dios, el silencio representa en el fondo la única respuesta personal apropiada que proviene de la parte más íntima de nuestro ser para expresar fe, reverencia y comunión de amor con Aquel que hemos recibido.
Este momento de silencio debería ser salvaguardado con atención. Debería durar minutos y no segundos, para proporcionar un espacio de oración claramente definido. En la oración después de la Comunión, que también prevé una pausa de silencio después del Oremus, sobre todo si esta no ha sido observada en precedencia, el sacerdote guía el agradecimiento de la Iglesia y reza para que el don de la Comunión, que ha sido distribuido, pueda dar fruto en nosotros. El Amén con el cual los fieles responden a esta oración concluye los Ritos de Comunión, que habían iniciado con la invitación del sacerdote a rezar el Pater Noster.
La forma extraordinaria
El sacerdote en los Ritos de Comunión de la forma extraordinaria (o Misa de san Pío V) realiza gestos más complejos, que indican la identidad y la función sacerdotales, en preparación a la Santa Comunión. Siguiendo el mismo orden usado para exponer los ritos de la forma ordinaria, consideremos ahora la extraordinaria, comenzando por la introducción al Pater Noster hasta la conclusión de la oración tras la Comunión. Se notan ciertamente diferencias entre ambas formas que componen el Rito Romano. Dado que el Misal Tridentino prevé celebraciones con distintos grados de solemnidad, en estos casos los ministros asistentes llevan a cabo acciones que en cambio son realizadas por el propio sacerdote cuando celebra la Misa Baja (no solemne). El sacerdote recita el Pater Noster él solo y el ministro asistente responde: sed libera nos a malo. El Libera quaesumus incluye las intercesiones de todos los santos, y además de mencionar a la Virgen María y a los santos Pedro y Pablo, incluye también a san Andrés, probablemente como signo de particular devoción hacia el apóstol.
Cuando el sacerdote reza para obtener la paz en nuestros días [16], hace el signo de la cruz sobre sí mismo con la patena y la besa sobre la orla superior, antes de ponerla bajo la Hostia, para preparar el desarrollo de la fracción del pan. En su explicación de las oraciones y ceremonias de la Santa Misa, Guéranger ofrece un comentario que describe el objetivo de la fórmula Haec Commixtio, que se dice en el momento de inserir la partícula de la Hostia en el cáliz - comentario que al mismo tiempo revela la tendencia de este autor hacia la alegoría:
"El sacerdote después deja caer la partícula que tenía en la mano dentro del cáliz, mezclando así el Cuerpo y la Sangre del Señor, diciendo al mismo tiempo: Haec commixtio et consecratio Corporis et Sanguinis Domini nostri Iesu Christi fiat accipientibus nobis in vitam aeternam. Amen. ¿Cual es el significado de este rito? ¿Qué cosa se significa en la mezcla de la Partícula con la Sangre que está en el cáliz? Este rito no es de los más antiguos, aunque tiene casi mil años. Su fin es demostrar que, en el momento de la resurrección de Nuestro Señor, su Sangre se unió de nuevo a su Cuerpo, circulando en sus venas como antes. No habría sido suficiente que se fuese reunida a su Cuerpo solo su Alma; debía suceder lo mismo con su Sangre, de modo que el Señor estuviese íntegro y completo. Nuestro Salvador, por eso, en la resurrección retomó su Sangre que había sido antes derramada en el Calvario, en el Pretorio y en el Huerto de los Olivos" [17].
Tras el Agnus Dei, hay tres plegarias que el sacerdote dice antes de la Santa Comunión, con los ojos fijos sobre la sagrada Hostia y cuyo contenido se encuentra largamente en los Ritos de Comunión de la forma ordinaria. Después, teniendo la Hostia dice la fórmula Domine, non sum dignus por tres veces y simultáneamente se bate el pecho. Cuando purifica la patena en el cáliz antes de consumir la preciosa Sangre, cita el Salmo 115: "¿Cómo al Señor podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre del Señor", y añade: "Alabando invocaré al Señor y me salvará de mis enemigos" [18]. Durante la purificación del cáliz, tras el Quod ore sumpsimus, el sacerdote reza para que no quede en él alguna mancha de sus faltas y que el Cuerpo y la Sangre de Cristo que ha recibido transformen todo su ser.
Se ve que el énfasis reposa sobre el carácter sacerdotal y sobre las acciones litúrgicas del sacerdote en los Ritos de Comunión son extremamente alentadores. Mientras no esconden la conciencia que el sacerdote posee de su propia indignidad, subrayando con todo su dignidad única y le recuerdan cómo debe luchar para volverse puro y santo como Cristo. Por ello estos ritos invitan - e invitan de un modo inmediato - al sacerdote que realiza el sacrificio a entrar en una unión más estrecha con Jesucristo, Sumo Sacerdote y Víctima. Además invitan a los fieles a reconocer con alegría el ministerio del sacerdocio, cuyo misterio es esencial para la Eucaristía, como "Fuente y culmen de la vida y la misión de la Iglesia" [19]. En estos aspectos distintos de la misma invitación, la Iglesia entrevé las maravillas del amor de Dios, que se humilló a sí mismo para compartir nuestra humanidad; amor que renueva su invitación cada vez que su alianza de amor se hace presente sobre el altar, cuando Cristo arrastra nuestra existencia humana cada vez más profundamente a su vida resucitada. Como atestigua el autor del Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" [20].
Por Paul Gunter, O.S.B.
Imágen : Santo P.Pio en el momento de la Consagración Litúrgica.
Note
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1353.
[2] Jn 6.
[3] Jn 6,33.
[4] Jn 6,46-48.
[5] Jn 6,57.
[6] R. GUARDINI, Meditations Before Mass, tr. ingl. E. CASTENDYK, Sophia Institute, Manchester (NH) 1993 (rist.), 174.
[7] Cipriano de Cartago, De Oratione dominica, 4-30, PL 3A, 91-113.
[8] Cipriano de Cartago, De Oratione dominica, 8.
[9] J. DRISCOLL, What happens at Mass, Gracewing, Leominster 2005, 123.
[10] Durante la solemne traslación del Santísimo Sacramento del Jueves Santo y como Himno en las Vísperas del Corpus Domini.
[11] «In supremae nocte caenae recumbens cum fratribus, observata lege plene...».
[12] J. VAN EYCK, Adoración del Cordero, escena del retablo, 1432, Catedral de San Bavón, Gante, Bélgica.
[13] Ap 5,11-12.
[14] Ap 19,7.9. El sacerdote introduce el Domine, non sum dignus, formula basada en Mt 8,8 y Lc 7,6-7 los cuales, en el Misal de Pablo VI, se añadió la imagen de la fiesta del Cordero.
[15] "Oh signo de unidad, oh vínculo de caridad": Agustín de Hipona, In Joannis evangelium tractatus, 26, 13: PL 35, 1613; cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 47.
[16] «Da propitius pacem in diebus nostris».
[17] P. Guéranger, Explanation of the Prayers and Ceremonies of Holy Mass, tr. ingl. L. Shepherd, Stanbrook Abbey, Worcestershire 1885, 61.
[18] «Laudans invocabo Dominum et ab inimicis meis salvus ero».
[19] Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, n. 3.
[20] Ap 3,19-20.