ZALĂU, martes 6 de julio de 2010 (ZENIT.org).- El pasado domingo 4 de julio se celebraba en la iglesia parroquial de Bocşa (distrito de Sălaj, al noroeste del país) la primera misa greco-católica después de 62 años, en medio de un ambiente “festivo y emocionante”, según informa la agencia católica rumana Catholica.ro.
La particularidad de esta parroquia es que, en virtud de un acuerdo alcanzado entre la Iglesia ortodoxa y la greco-católica, será de uso compartido entre ambas comunidades.
El caso de la parroquia de Bocşa se ha convertido también en un ejemplo de resolución de conflictos entre ortodoxos y católicos, a menudo enfrentados por cuestiones patrimoniales en los países del antiguo Telón de Acero.
La parroquia de Bocşa fue confiscada por las autoridades comunistas en 1948 y entregada a la Iglesia ortodoxa, tras la abolición forzosa de la Iglesia greco-católica. Ésta sobrevivió en la clandestinidad y tras su legalización, su jerarquía fue restablecida en 1990 por el Papa Juan Pablo II.
Desde ese momento, la comunidad greco-católica lucha legalmente por la devolución de los templos confiscados (unas 2.600 propiedades), mientras que los ortodoxos piden que se tenga en cuenta el nuevo equilibrio de fieles, ya que los greco-católicos han descendido significativamente en número en las últimas décadas.
En el caso concreto de Bocşa, la comunidad greco-católica llevaba años pidiendo a los ortodoxos la devolución de la parroquia, o buscar una alternativa sobre el uso del templo, con la negativa consiguiente.
El caso fue llevado a los tribunales, mientras que por parte greco-católica siguió ofreciéndose una propuesta de acuerdo, sin ser escuchados. A principios de 2010, los tribunales dieron la razón a los greco-católicos, quienes a pesar de ello siguieron ofreciendo un acuerdo a los ortodoxos, sin resultado.
Ante la falta de entendimiento, los tribunales procedieron el pasado 1 de julio a la ejecución de la condena, devolviendo el templo a los católicos. A las pocas horas, los ortodoxos comunicaron que aceptaban la propuesta de acuerdo, que se firmó posteriormente ante las autoridades judiciales de Sălaj.
En virtud del mismo, ambas comunidades se han comprometido a compartir el uso del templo en horarios distintos.
La primera misa greco-católica se celebró a las 9 de la mañana del pasado domingo, presidida por el padre Valer Părău, deán de la Iglesia greco-católica de Zalău.
Valer lamentó que haya tenido que llegarse a la ejecución de la condena para que los ortodoxos aceptasen llegar a un acuerdo. Sin embargo, insistió en el perdón “para poder cerrar heridas”: "bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios".
“Creemos que con esta relación realista, pragmática y acorde con el espíritu del Evangelio del Señor, se pueden resolver y otros casos en que los católicos griegos se ven obligados por las circunstancias a orar en lugares inadecuados. En la misma iglesia hay espacio para unos y para otros”.