CASTEL GANDOLFO, domingo 29 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras pronunciadas hoy por el Papa Benedicto XVI hoy durante el rezo del Ángelus, con los peregrinos reunidos en el patio interior del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo.
Queridos hermanos y hermanas,
en el Evangelio de este domingo (Lc 14,1.7-14), encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe de los fariseos. Dándose cuenta de que los invitados elegían los primeros puestos en la mesa, Él contó una parábola, ambientada en un banquete nupcial. “Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: 'Déjale el sitio' ... Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio” (Lc 14,8-10). El Señor no pretende dar una lección sobre etiqueta, ni sobre la jerarquía entre las distintas autoridades. Él insiste más bien en un punto decisivo, que es el de la humildad: “el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14,11). Esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la posición del hombre en relación con Dios. El “último lugar” puede representar de hecho la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición por la cual sólo la encarnación del Hijo Unigénito puede ensalzarla. Por esto el propio Cristo “tomó el último lugar en el mundo – la cruz – y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente” (Enc. Deus caritas est, 35).
Al final de la parábola, Jesús sugiere al jefe de los fariseos que invite a su mesa no a sus amigos o parientes o vecinos ricos, sino a las personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de devolvérselo (cfr Lc 14,13-14), para que el don sea gratuito. La verdadera recompensa, de hecho, al final, la dará Dios, “que gobierna el mundo... Nosotros le prestamos nuestro servicio en lo que podamos y hasta que Dios nos dé la fuerza para ello” (Enc. Deus caritas est, 35). Una vez más, por tanto, vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de Él aprendemos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, a la espera de que Aquél que nos ha invitado nos diga: “Amigo, sube más arriba” (cfr Lc 14,10); el verdadero bien, de hecho, es estar cerca de Él. San Luis IX, rey de Francia – cuya memoria se celebraba el pasado miércoles – puso en práctica lo que está escrito en el Libro del Eclesiástico: “Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor" (3,18). Así lo escribía en su “Testamento espiritual al hijo": "Si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas" (Acta Sanctorum Augusti 5 [1868], 546).
Queridos amigos, hoy recordamos también el martirio de san Juan Bautista, el más grande entre los profetas de Cristo, que supo negarse a sí mismo para dejar espacio al Salvador y que murió por la verdad. Pidámosle a él y a la Virgen María que nos guíen por el camino de la humildad, para poder ser dignos de la recompensa divina.
[Después del Ángelus, dijo]
El próximo 1 de septiembre se celebra en Italia la Jornada por la salvaguarda de la Creación, promovida por la Conferencia Episcopal Italiana. Se trata de una cita ya habitual, importante también en el plano ecuménico. Este año nos recuerda que no puede haber paz sin respeto del medio ambiente. Tenemos, de hecho, el deber de entregar la tierra a las nuevas generaciones en un estado tal que también ellas puedan habitarla dignamente y conservarla ulteriormente. ¡Que el Señor nos ayude en esta tarea!
[En español dijo]
Al saludar cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, quisiera recordar con particular afecto a los mineros que se encuentran atrapados en el yacimiento de san José, en la región chilena de Atacama. A ellos y a sus familiares los encomiendo a la intercesión de San Lorenzo, asegurándoles mi cercanía espiritual y mis continuas oraciones, para que mantengan la serenidad en la espera de una feliz conclusión de los trabajos que se están llevando a cabo para su rescate. Y a todos os invito a acoger hoy la Palabra de Cristo, para crecer en fe, humildad y generosidad. Feliz domingo.