ROMA, miércoles 13 de octubre de 2010 (ZENIT.org).-
La tercera tradición oriental es la armenia, vinculada a la nación del mismo nombre. Un halo trágico rodea a los cristianos armenios en toda su historia, especialmente tras el genocidio perpetrado por los turcos durante la primera Guerra Mundial.
Armenia fue evangelizada, según la tradición, por los Apóstoles Bartolomé y Judas Tadeo, aunque el nacimiento de una Iglesia propiamente armenia tuvo lugar en el siglo III, con Gregorio llamado “el Iluminador”.
Gregorio evangelizó Armenia, que con la conversión de su rey Tirídates, quien proclamó, por primera vez en la historia, el cristianismo como religión oficial del Estado. Armenia es, por tanto, la primera nación cristiana de la historia.
Inicialmente, la Iglesia armenia dependía de Cesarea de Capadocia, pero se convirtió en seguida en autónoma, a todos los niveles, incluyendo el litúrgico y el disciplinar.
Al desaparecer el Estado armenio independiente muy pronto, a finales del siglo IV, el cristianismo se convirtió para los armenios en elemento cohesionador de su propia identidad.
Dominados por los persas y luego por los bizantinos, los armenios se vieron arrastrados también por las disputas cristológicas de Calcedonia, rechazando este Concilio más por razones políticas que realmente religiosas.
En el siglo XI, el territorio armenio es conquistado por los turcos, con lo que la población tuvo que emigrar masivamente a Asia Menor, donde fundan la Pequeña Armenia. Allí entraron en contacto con los cruzados, especialmente con los francos, pero a pesar de ello no hubo vuelta a la comunión con Roma.
Los armenios quedaron por tanto dentro del Imperio Otomano, donde adquirieron una cierta autonomía. Sin embargo, las luchas balcánicas de los siglos XVIII y XIX de algunos pueblos contra los turcos, alentadas por Rusia y Occidente, y su propio anhelo de independencia, les convirtieron en sospechosos a los ojos de los turcos.
A finales del siglo XIX pero sobre todo a principios del XX, el pueblo armenio fue objeto de un auténtico genocidio, con casi 1,5 millones de muertos y cientos de miles de deportados, al Líbano, Europa, Estados Unidos y Sudamérica.
Iglesia católica armenia
Aunque desde la época de las Cruzadas ya existían comunidades armenias católicas que mantenían lazos con Roma, no fue sino hasta 1742 cuando el papa Benedicto XIV constituyó el Patriarcado de Cilicia de los armenios, cuyos patriarcas llevan desde entonces el nombre de Pedro (Bedrós) junto a su propio nombre.
Los armenios católicos son, actualmente, alrededor de 270.000. También ellos se vieron afectados por el genocidio: según el experto Pier Giorgio Gianazza murieron 7 obispos, 130 sacerdotes y cerca de 100.000 fieles. Actualmente, están presentes en todo Oriente Medio, en Francia, Estados Unidos y Argentina, principalmente.
El cabeza actual de la Iglesia católica armenia es el Patriarca Nérses Bedrós XIX Tarmouni, y tiene su sede en Beirut.
El rito se celebra en armenio. Las iglesias armenias suelen tener muy pocos iconos, y tienen una cortina que divide al sacerdote y al altar del resto de la gente durante partes de la liturgia, en relación con el ritual sacerdotal judío.
Celebran con panes ácimos y hay elevación del Cuerpo de Cristo durante la consagración, cosa que no sucede con otros ritos orientales. Estos y otros elementos similares al rito romano extraordinario son, según el experto Juan Nadal Cañellas, de clara influencia latina.
Según Gianazza, la Iglesia católica armenia ha tenido un papel importante en el diálogo ecuménico entre los armenios ortodoxos y Roma. Desde la época de Pablo VI se han firmado varias declaraciones conjuntas con los respectivos Patriarcas. La última tuvo lugar entre Juan Pablo II y Aram I en 1997.
En 1991, Juan Pablo II beatificó a uno de los obispos católicos armenios, Ignacio Maloyán, fusilado junto con varios centenares de fieles por negarse a convertirse al Islam, durante el genocidio de 1915.