¡Queridos hermanos y hermanas!
Se renueva hoy en la Plaza de San Pedro la fiesta de la santidad. Con alegría os dirijo mi cordial bienvenida a los que habéis llegado, también de muy lejos, para participar en ella. Un particular saludo a los Cardenales, a los Obispos y a los Superiores Generales de los Institutos fundados por los nuevos Santos, así como a las Delegaciones oficiales y a todas las Autoridades civiles. Juntos buscamos acoger lo que el Señor nos dice en las sagradas Escrituras recién proclamadas. La liturgia de este domingo nos ofrece una lección fundamental: la necesidad de rezar siempre, sin cesar. A veces nosotros nos cansamos de rezar, tenemos la impresión de que la oración no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por eso somos tentados a dedicarnos a la actividad, a emplear todos los medios humanos para lograr nuestros objetivos, y no recurrimos a Dios. Jesús en cambio afirma que es necesario rezar siempre, y lo hace mediante una parábola específica (cf. Lc 18, 1-8).
Ésta habla de un juez que no teme a Dios y no mira por nadie, un juez que no tiene respeto al prójimo. El otro personaje es una viuda, una persona en una situación de debilidad. En la Biblia, la viuda y el huérfano son las categorías más necesitadas, porque están indefensas y sin medios. La viuda va al juez y le pide justicia. Sus posibilidades de ser escuchada no casi nulas, porque el juez la desprecia y ella no pude presionarlo. Y menos apelar a principios religiosos, porque el juez no teme a Dios. Por eso esta viuda parece privada de toda posibilidad. Pero ella insiste, pide sin cesar, es inoportuna, y así al final se las arregla para obtener el resultado del juez. En este punto Jesús hace una reflexión, usando el argumento a fortiori: si un juez injusto al final se deja convencer por la súplica de una viuda, cuanto más Dios, que es bueno, escuchará a quien le ruega. Dios de hecho es la generosidad en persona, es misericordioso, y por tanto está siempre dispuesto a escuchar las oraciones. Por tanto, nunca debemos desesperar, sino insistir siempre en la oración.
La conclusión del fragmento evangélico habla de la fe: “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (Lc 18,8). Es una pregunta que quiere suscitar un aumento de fe por nuestra parte. Está claro de hecho que la oración debe ser expresión de fe, en caso contrario no es verdadera oración. Si uno no cree en la bondad de Dios, no puede rezar de una manera verdaderamente adecuada. La fe es esencial como base de la actitud de la oración. Así lo hicieron los seis nuevos Santos que hoy son propuestos a la veneración de la Iglesia universal: Stanisław Sołtys, André Bessette, Cándida María de Jesús Cipitria y Barriola, Mary of the Cross MacKillop, Giulia Salzano y Battista Camilla Varano.
[La homilía continuó en diversas lenguas. En polaco, dijo:]
San Stanislaw Kazimierczyk, religioso del siglo XV, puede ser también para nosotros ejemplo e intercesor. Toda su vida estuvo ligada a la Eucaristía. Primero en la iglesia del Corpus Domini en Kazimierz, la Cracovia de hoy, donde, junto a su madre y a su padre, aprendió la fe y la piedad; donde emitió los votos religiosos en los Canónigos Regulares; donde trabajó como sacerdote, educador, atento al cuidado de los necesitados. De manera particular, sin embargo, estaba ligado a la Eucaristía a través del amor ardiente a Cristo presente bajo las especies del pan y del vino; viviendo el misterio de la muerte y de la resurrección, que se cumple de manera incruenta en la Santa Misa; a través de la práctica del amor al prójimo, del cual es fuente y signo la Comunión.
[En francés, dijo:]
El hermano André Bessette, originario de Québec, en Canadá, y religioso de la Congregación de la Santa-Cruz, conoció muy pronto el sufrimiento y la pobreza. Éstos le condujeron a recurrir a Dios por la oración y una vida interior intensa. Conserje del colegio Notre Dame en Montréal, muestra una caridad sin límites y se esfuerza por aliviar las angustias de los que van a confiarse a él. Muy poco instruido, entendió, sin embargo, dónde se encontraba lo esencial de su fe. Para él, creer significa someterse libremente y por amor a la voluntad divina. Habitado todo él por el misterio de Jesús, vivió la bienaventuranza de los corazones puros, la de la rectitud personal. Esta simplicidad ha permitido a muchos ver a Dios. Él hizo construir el Oratorio San José de Mont Royal donde permanecerá como guarda fiel hasta su muerte en 1937. Fue testigo de innumerables curaciones y conversiones. “No busquéis que os quiten las pruebas”, dijo, “pedid más bien la gracia de sobrellevarlas bien”. Para él, todo hablaba de Dios y de su presencia. ¡Que nosotros podamos, siguiéndole, buscar a Dios con sencillez para descubrirlo siempre presente en medio de nuestra vida!
¡Que el ejemplo del Hermano André pueda inspirar la vida cristiana canadiense!
[En español, dijo:]
Cuando el Hijo del Hombre venga para hacer justicia a los elegidos, ¿encontrará esta fe en la tierra? (cf. Lc 18,8). Hoy podemos decir que sí, con alivio y firmeza, al contemplar figuras como la Madre Cándida María de Jesús Cipitria y Barriola. Aquella muchacha de origen sencillo, con un corazón en el que Dios puso su sello y que la llevaría muy pronto, con la guía de sus directores espirituales jesuitas, a tomar la firme resolución de vivir “sólo para Dios”. Decisión mantenida fielmente, como ella misma recuerda cuando estaba a punto de morir. Vivió para Dios y para lo que Él más quiere: llegar a todos, llevarles a todos la esperanza que no vacila, y especialmente a quienes más lo necesitan. “Donde no hay lugar para los pobres, tampoco lo hay para mí”, decía la nueva Santa, que con escasos medios contagió a otras Hermanas para seguir a Jesús y dedicarse a la educación y promoción de la mujer. Nacieron así las Hijas de Jesús, que hoy tienen en su Fundadora un modelo de vida muy alto que imitar, y una misión apasionante que proseguir en los numerosos países donde ha llegado el espíritu y los anhelos de apostolado de la Madre Cándida.
[En inglés, dijo:]
“Recordad quiénes fueron vuestros maestros -de ellos podéis aprender la sabiduría que conduce a la salvación a través de la fe en Jesucristo”. Durante muchos años, innumerables jóvenes en toda Australia han sido bendecidos con profesores inspirados en el ejemplo valiente y santo de celo, perseverancia y oración de la Madre Mary McKillop. Ella se dedicó como joven a la educación de los pobres en dificultad en el difícil terreno de la Australia rural, inspiró a otras mujeres a unirse a ella en la primera comunidad femenina de hermanas religiosas de ese país. Atendió las necesidades de cada joven confiado a ella, sin reparar en posición social ni riqueza, proporcionando formación tanto intelectual como espiritual. A pesar de los numerosos desafíos, sus oraciones a San José y su incansable devoción al Sagrado Corazón de Jesús, a quien dedicó su nueva congregación, dieron a esta mujer santa las gracias necesarias para permanecer fiel a Dios y a la Iglesia. ¡Que, a través de su intercesión, sus seguidores puedan continuar hoy sirviendo a Dios y a la Iglesia con fe y humildad!
[En italiano, dijo:]
En la segunda mitad del siglo XIX, en Campania, al sur de Italia, el Señor llamó a una joven maestra de primaria, Giulia Salzano, e hizo de ella una apóstol de la educación cristiana, fundadora de la Congregación de las Hermanas Catequistas del Sagrado Corazón de Jesús. La Madre Giulia comprendió bien la importancia de la catequesis en la Iglesia, y, uniendo la preparación pedagógica al fervor espiritual, se dedicó a ella con generosidad e inteligencia, contribuyendo a la formación de personas de toda edad y clase social. Repetía a sus hermanas que deseaba hacer catecismo hasta la última hora de su vida, demostrando con todo su ser que si “Dios nos ha creado para conocerLo, amarLo y servirLo en esta vida”, no había que anteponer nada a esta tarea. Que el ejemplo y la intercesión de santa Giulia Salzano sostengan a la Iglesia en su perenne tarea de anunciar a Cristo y de formar auténticas conciencias cristianas.
Santa Battista Camilla Varano, monja clarisa del siglo XV, testimonió hasta el fondo el sentido evangélico de la vida, especialmente perseverando en la oración. Habiendo entrado a los 23 años en el monasterio de Urbino, se insertó como protagonista en ese vasto movimiento de reforma de la espiritualidad femenina franciscana que intentaba recuperar plenamente el carisma de santa Clara de Asís. Promovió nuevas fundaciones monásticas en Camerino, donde fue elegida abadesa varias veces, en Fermo y en San Severino. La vida de santa Battista, totalmente inmersa en las profundidades divinas, fue una ascensión constante en el camino de la perfección, con un heroico amor a Dios y al prójimo. Estuvo marcada por grandes sufrimientos y consolaciones místicas; había decidido de hecho, como ella mismo escribe, “entrar en el Sacratísimo Corazón de Jesús y ahogarse en el océano de sus muy amargos sufrimientos”. En un momento en que la Iglesia sufría una relajación de las costumbres, ella recorre con decisión el camino de la penitencia y de la oración, animada por el ardiente deseo de renovación del Cuerpo místico de Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor por el don de la santidad, que resplandece en la Iglesia y hoy se refleja en el rostro de estos hermanos y hermanas nuestros. Jesús también nos invita a cada uno de nosotros a seguirlo para heredar la vida eterna. Dejémonos atraer por estos ejemplos luminosos, dejémonos guiar por sus enseñanzas, para que nuestra existencia sea un cántico de alabanza a Dios. Nos obtengan esta gracia la Virgen María y la intercesión de los seis nuevos Santos que hoy con alegría veneramos. Amén.