CIUDAD DEL VATICANO, lunes 18 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación de la Relatio post disceptationem (Relación después de la Discusión), que fue presentada hoy al Papa Benedicto XVI, durante la XI Congregación General del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio
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Santo Padre,
Eminencia, Beatitudes, Excelencias,
Hermanos Delegados de las Iglesias Hermanas y de las Comunidades Eclesiales,
Queridas Hermanas y Hermanos, Auditores, Asistentes, Invitados y Expertos,
INTRODUCCIÓN
“Al contrario, vosotros recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). El día de Pentecostés, los Apóstoles recibieron el prometido Espíritu Santo, y obedecieron a la misión que Cristo les había confiado. Viajaron por todo el mundo, predicando a Cristo y el Evangelio para ser sus testigos hasta el testimonio supremo: el martirio. Una Asamblea Sinodal es una renovación y una prolongación de Pentecostés. También hoy el Espíritu Santo está obrando, con nosotros y en nosotros, como hace siempre con su Iglesia. Por una feliz y providencial coincidencia, la Asamblea Especial para el Sínodo de los Obispos para Oriente Medio inicia sus trabajos el 11 de octubre de 2010, día del 48 aniversario de la inauguración del Concilio Ecuménico Vaticano II (11.10.1962) por el Beato Papa Juan XXIII, cuya festividad celebramos el mismo día. Este año se conmemora también el 45 aniversario de la constitución del Sínodo de los Obispos por el Papa Pablo VI, el 15 de septiembre de 1965.
En este Sínodo consagrado a la “Comunión y al testimonio”, hemos estado presentes Cardenales, Patriarcas, Obispos, Religiosos y Religiosas, Laicos, Hermanos y Hermanas, invitados todos en torno al Santo Padre y guíados por el Espíritu Santo, en una comunión no teórica, sino visible y práctica.
Renovamos nuestra gratitud al Santo Padre, que ha tomado la iniciativa de convocarnos a esta Asamblea histórica, donde hemos experimentado la atmósfera fraternal, calurosa y optimista que nos hace esperar muchos frutos beneficiosos para el futuro de nuestras Iglesias y su misión. Desearíamos que este Sínodo fuera válido para todas las Iglesias de Oriente como de Occidente y que lleve a todas a vivir una comunión práctica. Damos gracias también al Secretariado General del Sínodo de los Obispos por los trabajos de preparación y su orientación.
Este Sínodo está esencialmente consagrado a las Iglesias de Oriente Medio, como su título indica. Pero el Santo Padre ha querido incluir a las Iglesias del Norte de África, del Golfo, de Turquía y de Irán, que están en estrecha relación con nuestras Iglesias. También ha deseado la participación de los Jefes de los Dicasterios de la Santa Sede, del Secretariado General del Sínodo de los Obispos, de los representantes de nuestras Iglesias en la diáspora, de la Unión de Superiores Generales, de las Conferencias Episcopales Católicas como también de los Asistentes del Secretario Especial, de los Oyentes, de los Delegados de las Iglesias Hermanas y de las Comunidades Eclesiales, y de los invitados especiales representantes del Islam y el Judaísmo. Esto hace del Sínodo un buen ejemplo de comunión eclesial, de participación universal y de reencuentro ecuménico e interreligioso.
A. Objetivo del Sínodo
“El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,7). Me parece útil recordar nuevamente la doble meta del Sínodo:
1) confirmar y reforzar a los miembros de la Iglesia en su identidad cristiana a través de la Palabra de Dios y los Sacramentos y
2) promover la comunión eclesial entre las Iglesias sui iurispara que puedan ofrecer un testimonio auténtico y eficaz. Elementos esenciales de este testimonio son la dimensión ecuménica, el diálogo interreligioso y el impulso misionero.
Deseamos proporcionar a los cristianos las razones de su presencia en nuestros países, para confirmarlos en su misión de ser, y seguir siendo, testigos auténticos de Cristo resucitado en todos los aspectos de su vida. En medio de las difíciles, y a la vez prometedoras, circunstancias de su vida, ellos son imagen visible de Cristo, encarnación viva de su Iglesia y actual instrumento de la acción del Espíritu Santo.
B. Reflexión a la luz de la Palabra de Dios
Los Padres Sinodales han ilustrado muy bien este punto. Nuestra región permanece fiel a la Palabra de Dios revelada, escrita por hombres de nuestras tierras bajo la inspiración del Espíritu Santo. Los hombres y nuestra tierra encarnan la historia de amor de Dios por la humanidad, convertiéndose en un mensaje de amor para todos. La Palabra de Dios será siempre la fuente de inspiración de nuestra comunión, de nuestra fidelidad, de nuestro amor, de nuestra misión y de nuestro testimonio.
Tenemos que convertirnos en personas bíblicas, vivificadas por el espíritu del Evangelio que nos transforme en Evangelios vivos, esparcidosº como simiente y levadura en los lugares donde vivimos, para cultivar allí la cultura del Evangelio, y no conformándonos con la cultura materialista, egoísta y relativista de la sociedad. La Palabra de Dios sigue siendo la fuente espiritual y el tesoro teológico de nuestras liturgias vivientes.
Se ha recordado que nuestros fieles tienen una gran sed de la Palabra de Dios, y si no podemos darles de beber, a menudo van a beber a otra parte. Es por esto que necesitamos personas formadas académicamente en materias bíblicas, pero sobre todo pastoral y espiritualmente especializadas en las Sagradas Escrituras. “Los presbíteros (...) tienen como obligación principal el anunciar a todos el Evangelio de Cristo. (...) para mover mejor a las almas de los oyentes, debe exponer la palabra de Dios, no sólo de una forma general y abstracta, sino aplicando a circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio.” (Presbyterorum Ordinis 4). Por lo tanto, deben ayudar a los fieles a ver en Jesucristo el cumplimiento de todas las Escrituras y a incluir los hechos de su propia historia bajo la luz de la Palabra (cfr. Sal 118, 105).
Hay que precisar el concepto “revelación”, demasiado ambiguo a causa de la concepción diferente con el Islam. Para nosotros, la revelación es la intervención salvífica de Dios en la historia humana, mediante los eventos históricos experimentados como gestos de amor gratuitos de Dios hacia sus fieles. Es el diálogo entre Dios y el hombre en la historia. El anuncio verbal de sus intervenciones forma parte de esta “revelación”, porque transmite la fe de generación en generación. Las Sagradas Escrituras son una síntesis de esta revelación, pero ella es “letra muerta” para el lector, si no es recibida como “transmisión de fe” desde su Iglesia y su comunidad cristiana. Proclamar, escuchar, leer o meditar sobre la Biblia es un encuentro con la persona misma de Cristo. La Biblia tiene, necesariamente, un lugar privilegiado en la liturgia y las celebraciones de la Palabra en grupos pequeños, como ejemplificado en las primeras comunidades cristianas, para una comprensión existencial de la Palabra de Dios. A través de la celebración, la Palabra se convierte dadora de vida y eficaz en la vida de los que la escuchan, la meditan, la celebran y encuentran el camino bajo su luz.
Necesitamos que la Palabra de Dios sea el fundamento de toda educación y formación en nuestros hogares, nuestras Iglesias y nuestras escuelas, sobre todo en nuestra situación de minoría en sociedades de mayoría no cristiana, donde la cultura y los valores de esta mayoría prevalecen, invadiendo todos los ámbitos de la vida pública, con el riesgo que supone el condicionamiento de nuestro pensamiento y nuestro comportamiento. Necesitamos que la Palabra de Dios evangelice nuestra vida para que nuestra vida evangelice nuestra sociedad.
I. LA IGLESIA CATÓLICA EN ORIENTE MEDIO
A. SITUACIÓN DE LOS CRISTIANOS EN ORIENTE MEDIO
1. Breve mirada histórica: unidad en la diversidad
La luz de Cristo llegó de Oriente. Cristo será siempre el verdadero, invencible Sol que no conoce eclipse. El rostro de Cristo brilla como el sol (Mt 17,2) e ilumina toda la historia de la humanidad.
La Iglesia de Jerusalén, nacida el Día de Pentecostés, fue la fuente de todas las Iglesias particulares. Todas nuestras Iglesias y todas las Iglesias de Cristo han nacido de Jerusalén, de Oriente. El Cristianismo tiene sus raíces en Oriente, creció en Oriente y desde aquí se extendió por Occidente hasta los confines de la tierra. La conversión de San Pablo tuvo lugar en Damasco, de dónde él partió hacia Arabia convirtiéndose en “Apóstol de las Naciones”.
La Iglesias se han multiplicado, pero han quedado unidas por la Palabra de Dios, los Sacramentos y las Enseñanzas de los Apóstoles. La unidad es un componente esencial del cristiano y de la Iglesia de Cristo: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32).
Desgraciadamente, a raíz de las que tuvieron lugar en el curso de su historia, la Iglesia ha soportado varias divisiones. Para ayudar al diálogo ecuménico, se necesitan estudios históricos y evangélicos más profundos que ilustren mejor estos periodos y trágicos acontecimientos.
2. Comunidades apostólicas en una tierra apostólica
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15). Estas son las palabras de Jesús en el instante de abandonar a sus discípulos. Jesús toma la iniciativa de confiar en sus discípulos, los cuales no habían creído a los que le habían visto resucitado: “¡Id y proclamad!”. Jesús no sólo ha mandado a los Apóstoles anunciar el Evangelio, sino que lo tienen que anunciar en el mundo entero. Esta es la misión de la Iglesia. Ser cristiano es ser misionero. No se es cristiano si no se es misionero. El anuncio es un deber de la Iglesia y del cristiano. El anuncio respetuoso y pacífico no es proselitismo.
Los Apóstoles y la Iglesia nacida en nuestras tierras han sido fieles a este mandamiento del Maestro, llevando la fe en Jesucristo hasta los confines de la tierra, a menudo con el precio del martirio. Su sangre fue la simiente de numerosas Iglesias. Las primeras Iglesias son el fruto de la muerte y la resurrección de Cristo. Nuestras Iglesias han estado a la vanguardia de las misiones. Aparte de sus raíces e historias misioneras, nuestras Iglesias están abiertas al oikoumene, a la universalidad, como cruce de caminos donde se encuentran Oriente y Occidente.
Hoy, Jesús nos pide de nuevo que continuemos la acción de los Apóstoles y de nuestras Iglesias de origen. Jesús no cesa de enviar a su Iglesia, de enviarnos a nosotros: “Ir al mundo entero”. Somos, por lo tanto, enviados en misión al mundo de nuestras escuelas, nuestras aldeas, nuestros trabajos, y por todo el planeta. Jesús no nos pide que demostremos las pruebas de las cosas o que convenzamos a la gente mediante argumentos; Él simplemente nos pide que testimoniemos nuestra fe con alegría y vigor.
Por lo tanto, la Iglesia es esencialmente misionera en su naturaleza (Ad gentes 20). El anuncio del Evangelio y el anuncio de Cristo a todos los pueblos es el deber supremo de nuestras Iglesias y de todas las Iglesias. Nuestras Iglesias necesitan despertar de nuevo su celo misionero renovando en nosotros el significado, el ardor, el impulso y el dinamismo misioneros. La acción misionera debe encontrar de nuevo su lugar en la vida de nuestras Iglesias Orientales. Debemos renovar el compromiso misionero a la evangelización, ya sea en el interior de nuestro países, ya sea en el exterior. “¡Ay de mí si no predico el Evangelio!” (1 Cor 9, 16). La “misión” y el “anuncio” deben encontrar su lugar en nuestras Iglesias, según las posibilidades concretas de cada país.
Y para que esto suceda, es indispensable la formación misionera de nuestros fieles, y sobre todo de nuestros responsables de la vida de la Iglesia. Con mayor razón, el sentido de la misión debe estar estrechamente vinculada a la vocación y al ministerio del sacerdote. Sería deseable establecer un Instituto de formación misionera, al menos a nivel regional. Es necesario sobre todo sostener la misión y a sus misioneros a través de la oración.
3. Papel de los cristianos en la sociedad a pesar de su escaso número
Los cristianos de Oriente Medio son “ciudadanos indígenas”. Pertenecen por derecho pleno al tejido social y a la identidad misma de sus respectivos países. Es necesario reforzar esta convicción en el espíritu de los pastores y de los fieles, para ayudarles a vivir con serenidad, fuerza y compromiso en su patria.
Los Padres Sinodales han hablado mucho de las condiciones favorables de la vida de los cristianos en nuestros países. El contexto socio-político es un factor importante en este ámbito. La laicidad positiva fue evocada como un factor favorable. Pero el término en sí no es bien aceptado entre nosotros, porque está asociado con el ateísmo y la secularización, que margina la dimensión religiosa y la apertura a Dios y al absoluto. Se prefiere el término “estado cívico”. Los emigrantes se encuentran, sin embargo, enfrentados al término “laicidad”. El término “ciudadanía” es también problemático, visto que su concepción está más restringida en Oriente que en Occidente.
El estado cívico designa un sistema socio-político basado en el respeto del hombre y de su libertad, en la igualdad y la ciudadanía completa, en el reconocimiento del papel de la religión, incluso en la vida pública, y en los valores morales. Este sistema reconoce y garantiza la libertad religiosa, la liberta de culto y la libertad de conciencia. Distingue entre el orden civil y el orden religioso, sin dominación de uno sobre el otro, y en el respeto de la autonomía de cada uno. La religión no debe ser politizada, ni el Estado prevalecer sobre la religión.
Se requiere una presencia de cualidad para que la Iglesia pueda tener un impacto real y eficaz sobre la sociedad. Esta necesita una formación solida doctrinal, espiritual y social de los pastores, como también de los fieles, sobre todo los jóvenes. Nuestras Iglesias deben despertar la audacia del compromiso de los fieles a una presencia visible e incisiva en la vida pública, la administración, la función pública, los partidos democráticos pluriconfesionales, con objeto de que se vuelvan indispensables para la calidad, la eficacia y la capacidad de servir honestamente al bien común. El número de personas en la Iglesia no es tan importante como su vida en la fe, trasmitiendo de manera efectiva su mensaje. En lo que a esto respecta, la familia tiene un papel fundamental en la educación de sus hijos en este espíritu y en esta perspectiva.
Es importante también formar en la gente un espíritu de “ciudadanía”, tanto en la mentalidad como en el estilo de vida. Los medios de comunicación modernos (sms, páginas web, internet, televisión, radio) tienen un papel importante en este ámbito. Ellos proporcionan un medio poderoso y valioso para propagar el mensaje cristiano, enfrentándose a los desafíos que se oponen a este mensaje y comunicando con los fieles de la diáspora. Para este objetivo hay que formar a personas en puestos estratégicos. Los cristianos orientales deben comprometerse por el bien común, en todos los aspectos, como han hecho siempre.
Por medio de la presentación de la Doctrina Social de la Iglesia, cuya ausencia ha sido observada, nuestras comunidades ofrecen una aportación válida para la construcción de la sociedad. La promoción de la familia y la defensa de la vida deben ocupar un lugar principal en la enseñanza y la misión de nuestras Iglesias. La educación es un ámbito privilegiado de nuestra acción y la inversión mayor. En la medida de lo posible, nuestra escuelas podrían ayudar más a los menos favorecidos. A pesar de los numerosos sacrificios, ellas constituyen, en cierto sentido, el centro de nuestra presencia en la ciudad, pues son los lugares privilegiados, a veces los únicos, para una convivencia positiva y constructiva, ecuménica e interreligiosa. Ellas promueven y refuerzan los valores evangélicos y humanos de los derechos humanos, de la no violencia, del diálogo, de la apertura, de la armonía y de la paz. En algunos países son el único lugar de formación cristiana. Deben mantenerse a cualquier precio. Damos las gracias a todos los que nos ayudan a conseguir esto. Por medio de sus actividades sociales, sanitarias y caritativas, accesibles a todos los miembros de la sociedad, nuestras Iglesias colaboran visiblemente en el bien común.
Para asegurar su credibilidad evangélica, la Iglesia debe tomar medidas para garantizar la transparencia en la gestión del dinero, distinguiendo claramente entre lo que le pertenece y lo que es propio del personal de la Iglesia. Para ello se requieren estructuras apropiadas.
B. LOS DESAFIOS A LOS CUALES SE ENFRENTAN LOS CRISTIANOS
1. Los conflictos políticos en la región
Las situaciones político-sociales de nuestro país repercuten directamente sobre los cristianos, los cuales sienten de manera más intensa las consecuencias negativas. Aun condenando la violencia venga de donde venga, y apelando a una solución justa y duradera del conflicto israelí-palestino, expresamos nuestra solidaridad con el pueblo palestino, cuya situación actual favorece los fundamentalismos. Pedimos a la política mundial que preste la suficiente atención a la trágica situación de los cristianos de Iraq, principales víctimas de la guerra y sus consecuencias.
Según las posibilidades de cada país, los cristianos tienen que favorecer la democracia, la justicia y la paz, la laicidad positiva en la distinción entre religión y Estado, y el respeto de cada religión. Una actitud de compromiso positivo en la sociedad es la respuesta constructiva tanto para la sociedad como para la Iglesia.
Se pide a las Iglesias de Occidente que no tomen partido por unos olvidando el punto de vista y las condiciones de los otros.
2. Libertad de religión y libertad de conciencia
Los derechos humanos son la base que garantiza el bien de la persona humana integral, criterio de cualquier sistema político. La libertad religiosa es un componente esencial de los derechos del hombre. La falta de libertad religiosa está asociada muy a menudo con la privación de los derechos fundamentales. La libertad de culto es un aspecto de la libertad religiosa. En la mayor parte de nuestros países, está garantizada en la constitución. Pero a pesar de esto, en algunos países ciertas leyes o prácticas limitan su aplicación.
El otro aspecto de la libertad religiosa es la libertad de conciencia, basada en la libre elección de la persona. La libertad de conciencia está afirmada en la “Declaración Universal de los Derechos del Hombre” (10.12.1948, art. 18), ratificada por la mayor parte de los Estados de nuestra región. La libertad religiosa no es un relativismo que trata igual a todas las creencias. Más bien es el resultado del deber que cada uno tiene de adherir a la verdad, mediante una elección firme de conciencia, y respetando la dignidad de cada persona. Con todas las personas de buena voluntad, la Iglesia se esfuerza en promover el pluralismo en la igualdad. La educación, en este sentido, es una aportación valiosa al progreso cultural del país, para tener más justicia e igualdad ante la ley.
La libertad religiosa comporta también el derecho al anuncio de la fe de cada uno, derecho y deber de cualquier religión. El anuncio pacífico es muy distinto al “proselitismo”, que la Iglesia condena firmemente en todas sus formas. Según Wikipedia “el término proviene del latín eclesiástico prosélytus, que a su vez proviene del griego προσήλυτος /prosêlütos/ ‘nuevo venido’ (a un país)”.
En el Nuevo Testamento, este término está corrientemente utilizado para designar a una persona que procede del paganismo, y se acerca al monoteísmo judío y, después, al cristiano (Mt 23, 15; Jn 12,20; Hch 2, 10; etc.). El proselitismo designa, entonces, la actitud de aquellos que buscan suscitar prosélitos, nuevos afiliados a su fe. Por extensión, esto designa el celo desplegado con objeto de captar personas para una doctrina. Hoy el término tiene una connotación negativa en su utilización, pues se refiere a actividades religiosas o políticas. Hay que señalar que este sentido se aplica a estas actividades cuanto utilizan medios deshonestos o fraudulentos, o abusan de su autoridad, de su riqueza o de su poder para atraer nuevos adeptos. El anuncio que la Iglesia reclama es, por el contrario, la proclamación y la presentación serena y pacífica de la fe en Jesucristo.
3. Los cristianos y la evolución del Islam contemporáneo
A partir de los años 70, constatamos en la región el ascenso del Islam político que incluye distintas corrientes religiosas. Esto afecta a la situación de los cristianos, sobre todo en el mundo árabe. Desea imponer un modo de vida islámico a todos los ciudadanos, a veces mediante la violencia. Constituye, por lo tanto, una amenaza para todos y debemos enfrentarnos juntos a estas corrientes extremistas.
4. La emigración
Este es uno de los más grandes desafíos que amenaza la presencia de los cristianos en algunos países de Oriente Medio. Este tema, objeto de una preocupación común a todas las Iglesias, debería ser tomado en consideración en una concertación ecuménica. Las causas principales de este fenómeno preocupante son las situaciones económicas y políticas, el aumento de los fundamentalismos y la restricción de las libertades y la igualdad, fuertemente agravados por el conflicto palestino-israelí y la guerra de Iraq. Los jóvenes, las personas instruidas y la gente acomodad son lo que parten en número mayor, privando a la Iglesia y al país de los recursos más válidos. La emigración se ha convertido en un fenómeno general que afecta tanto a los cristianos como a los musulmanes. Ella priva a nuestras Iglesias y a nuestros países de elementos válidos y moderados. Podría constituir un tema de diálogo sincero y franco con los musulmanes sobre las razones que empujan a marcharse, sobre todo a los cristianos.
La emigración es un derecho natural dejado a la libre elección de las personas y las familias, sobre todo para aquellos que se encuentran en situaciones muy duras. Pero la Iglesia tiene el deber de animar a sus fieles a que se queden como testigos, apóstoles y constructores de paz y de bienestar en su país. Los Pastores deben hacer que los fieles sean más conscientes de su vocación, de su misión y de su papel histórico en sus países, como portadores del mensaje de Cristo a su país, incluso en las dificultades y las persecuciones. Su ausencia afectaría gravemente al futuro. Es en una fe profunda donde los cristianos encontrarán las razones para vivir con valor y alegría su cristianismo en sus países. Es importante evitar cualquier tipo de discurso derrotista y no animar a la emigración como opción preferencial.
Por otra parte, es necesario facilitar las condiciones que animen a quedarse. Corresponde a los responsables políticos consolidar la paz, la democracia y el desarrollo, para favorecer un clima de estabilidad y de confianza. Los cristianos, con todas las personas de buena voluntad, son llamados a comprometerse de forma positiva en la realización de este objetivo. Una sensibilización mayor de las Instancias internacionales en el deber de contribuir al desarrollo de nuestros países ayudaría mucho en esta línea.
Muchas intervenciones han puesto de relieve las positivas relaciones de las Comunidades Católicas Orientales con la diáspora y la Iglesia latina local de los países de acogida, incluyendo los Estados Unidos, Oceanía, Australia y muchos países de Europa. Los cristianos que llegan de Oriente Medio llaman a la hospitalidad de sus hermanos y hermanas de Occidente, despertando su conciencia cristiana. Nuestras Iglesias están muy agradecidas a las Iglesias de los países de acogida por la valiosa ayuda que aportan a nuestros fieles emigrados. Los Padres Sinodales han llamado la atención sobre la necesidad y la importancia que tiene comunicar a los cristianos de Europa las causas que llevan a miles y miles de cristianos a dejar Oriente Medio. Se podría nombrar a un Vicario Patriarcal Oriental con objeto de que coordinara la pastoral para los fieles de su Iglesia en la diáspora.
Las Iglesias de acogida deberían ayudar a los emigrantes con sus instituciones: parroquias, escuelas, centros de encuentro, y otros. Esto requiere centros de acogida, un marco social y cultural y un acompañamiento. La mayor parte de las Diócesis de acogida tiene una pastoral apropiada para los emigrantes, con un aspecto especial para las comunidades orientales. Con gratitud nosotros apreciamos mucho esta preocupación loable y esta atención solidaria. Los cristianos de Occidente expresan de forma eficaz sus apoyo a los cristianos de Oriente Medio, ayudando y apoyando a sus hermanos de Oriente.
Invitamos a las Iglesias de acogida, en sus respectivas normas y prácticas sacramentales y administrativas, a que conozcan la teología, las tradiciones y el patrimonio oriental. Uno de los papeles de las Iglesias de acogida es también el de acompañar a los emigrantes, abrumados por los recuerdos dolorosos de actos humillantes y ofensivos, en un proceso de perdón. Estas Iglesias actuaran para que sus países tomen las medidas apropiadas para garantizar el respeto, la dignidad y los derechos de la persona humana y de la familia. Ésta debe permanecer unida y encontrar lo necesario para una vida digna y agradable a Dios.
Las Iglesias del Norte de África desean la colaboración con las Iglesias de Oriente Medio y la presencia de sacerdotes árabes para reforzar el diálogo con los musulmanes. La Iglesia Católica Latina en el Magreb vive en un contexto plural y ecuménico satisfactorio. Las Iglesias Latinas del Golfo han explicado la particular situación compleja en la que se hallan, y que les lleva a adoptar estructuras y un estilo pastoral que parecen restrictivos. Afirman hacer lo máximo posible para responder a las inmensas necesidades de los emigrantes, en los límites de las posibilidades civiles y religiosas apremiantes.
Los Padres Sinodales, con insistencia y frecuencia, han repetido la necesidad de ampliar la jurisdicción de los Patriarcas a los fieles de su rito fuera de los territorios de la Iglesia Patriarcal sui iuris. Desean ardientemente pasar del concepto territorial al concepto personal. La limitación de la jurisdicción del Patriarca a los fieles de su Iglesia sui iuris es lógica, pero a dimensión de las personas no del territorio. ¿Cómo podemos ser “Padre y Jefe” de personas sin una cabeza? Esta extensión de la jurisdicción se sitúa en el marco de la adaptación pastoral del servicio de los fieles orientales en la diáspora. La comunión es una relación personal, animada por el Espíritu Santo. Esta perspectiva es muy importante para el diálogo ecuménico y el camino hacia una unidad perfecta.La emigración constituye, también, un apoyo notable a los países y a las Iglesias. La Iglesia del país de origen debe encontrar los medios para mantener vínculos estrechos con sus fieles emigrados, asegurando su asistencia espiritual. Es indispensable asegurar la Liturgia, en su rito, a los fieles de las Iglesias orientales que se hallan en territorio latino. Es lamentable la liquidación de las propiedades en la patria. La conservación o adquisición de bienes raíces anima a volver. La tierra afirma y refuerza la identidad y la pertenencia, y éstas reclaman el arraigo en la tierra. Las comunidades de la Diáspora tienen el papel de animar y consolidar la presencia cristiana en Oriente, con objeto de reforzar su testimonio y de sostener sus causas por el bien común del país. Una pastoral apropiada debe ocuparse de la emigración interior en cada país.
5. La inmigración cristiana internacional en Oriente Medio
Los países de Oriente Medio conocen un nuevo fenómeno importante: la acogida de un gran número de trabajadores inmigrantes de África y Asia, la mayoría mujeres. Se encuentran en una atmósfera predominantemente musulmana y, a veces, con pocas posibilidades para la práctica religiosa. Muchos se sienten abandonados, teniendo que enfrentarse con abusos y malos tratos, situaciones injustas e infracciones de las leyes y de las convenciones internacionales. Algunos emigrantes intentan cambiar de nombre para ser aceptados y ayudados mejor.
Nuestras Iglesias deben hacer un esfuerzo más importante para ayudarles, mediante la acogida, el acompañamiento y la asistencia humana, religiosa y social. En cada uno de nuestros países, nuestras Iglesias católicas deben acompañar su intención con una pastoral apropiada, mediante la acción coordinada entre los Obispos, las Congregaciones religiosas y las Organizaciones sociales y de beneficiencia. Esto exige también una colaboración entre las instancias católicas del lugar y la jerarquía de las Iglesias de procedencia.
C. RESPUESTA DE LOS CRISTIANOS EN SU VIDA COTIDIANA
El testimonio cristiano es, a todos los niveles, la respuesta principal en las circunstancias en las que viven los cristianos. El perfeccionamiento de este testimonio, siguiendo cada día más a Jesucristo, es una exigencia requerida a todos los niveles: clero, Órdenes, Congregaciones, Institutos y Sociedades de vida apostólica, como también laicos según la vocación propia de cada uno. La formación del clero y de los fieles, las homilías y la catequesis deben profundizar y reforzar el sentido de la fe, y la conciencia del papel y de la misión en la sociedad, como traducción y testimonio de esta fe. Es necesaria un renacimiento eclesial: conversión y purificación, profundización espiritual, determinación de las prioridades de la vida y de la misión.
Se debe dedicar un esfuerzo especial para descubrir y formar a los líderes necesarios a todos los niveles. Debe ser un modelo de testimonio para sostener y animar a sus hermanos y hermanas, sobre todo en los tiempos difíciles. Es oportuno, también, formar líderes para la presentación del Cristianismo, tanto a los cristianos con poco contacto con la Iglesia o lejos de ella, como a los no cristianos. La calidad de estos líderes es más importante que su número. La formación permanente es indispensable. Una atención especial debe dedicarse a los jóvenes, fuerza del presente y esperanza del futuro. Los cristianos deben ser alentados a comprometerse en las instituciones públicas para la construcción de la ciudad.
El peligro que amenaza a los cristianos de Oriente Medio no proviene solamente de su situación de minoría, ni de las amenazas externas, sino sobre todo de su alejamiento de la verdad de su Evangelio, de su fe y de su misión. La duplicidad de la vida es más peligrosa para el cristianismo que cualquier otra amenaza. El verdadero drama del hombre no es que sufra a causa de su misión, sino que ya no tenga una misión y pierda, de este modo, el sentido y el objetivo de su vida. Incluso en las situaciones difíciles y trágicas, la respuesta cristiana en la vida diaria será la del compromiso pastoral, las obras de caridad y las iniciativas culturales y educativas de gran calidad. Ejemplos concretos ilustran este compromiso, como en Turquía y otros lugares.
II. LA COMUNIÓN ECLESIAL
A. PARTICIPACIÓN EN EL MISTERIO PASCUAL: MUERTE Y RESURRECCIÓN DE CRISTO
El misterio de la Iglesia consiste en su identidad como “Cuerpo de Cristo”. La Iglesia es esencialmente comunión con Jesucristo: “Permaneced en mí, como yo en vosotros...Yo soy la vid; vosotros los sarmientos” (Jn 15, 4-5). Cristo “es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia” (Col 1, 18). Él nos une a su Pascua: todos los miembros deben esforzarse en parecerse a Él “hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Ga 4, 19). “Por eso somos incorporados a los misterios de su vida ...(y) nos asociamos a sus dolores como el cuerpo a la cabeza, padeciendo con El a fin de ser glorificados con El” (LG 7). Él se ocupa de nuestro crecimiento (cfr. Col 2, 19) para hacernos crecer hacia Él, nuestra Cabeza (cfr. Ef 4, 11-16). Cristo dispone en su cuerpo, la Iglesia, los dones y los servicios con los cuales nosotros nos ayudamos mutuamente en el camino de la salvación. Cristo y la Iglesia son, por lo tanto, el “Cristo total”. La Iglesia es una con Cristo (Catecismo de la Iglesia Católica, 787-795).
La fuente y el modelo de la comunión no son otros, por lo tanto, que la vida trinitaria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La participación de los bautizados en la comunión trinitaria crea la comunión entre las personas y las comunidades. La Iglesia universal es una comunión de las Iglesias. La Iglesia lleva a cabo la comunión en el misterio pascual, la muerte y la resurrección de Cristo. La comunión vive profundamente la unidad en la diversidad, y la diversidad en la unidad. Esto ayudará a revelar la belleza de las venerables tradiciones de nuestras Iglesias, en una comunión profunda que respeta las riquezas particulares.
La comunión es la primera necesidad en la compleja realidad de Oriente Medio, y el mejor testimonio para nuestras sociedades. “Sin comunión no hay testimonio” (Benedicto XVI). Es una comunión de fe y de caridad que nos vincula con la Iglesia universal. Necesitamos profundizar una eclesiología de comunión que ayuda también al diálogo ecuménico e interreligioso. Necesitamos valorar mejor, comprender mejor y practicar mejor la unidad de la Iglesia. Es indispensable enseñar la Iglesia como comunión en la catequesis, las homilías, la formación del clero, de los religiosos y religiosas, de los laicos. La comunión está llamada a ser primero afectiva antes de convertirse en efectiva. Es importante cultivar un sentido profundo de la comunión espiritual, de la pertenencia a una misma Iglesia.
B. PARTICIPACIÓN EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA: UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA
1. Comunión en el seno de la Iglesia Católica (ad intra)
La “comunión” entre las Iglesias es el primer objetivo y el primer cometido del presente Sínodo. La comunión está basada y nutrida por la Eucaristía y los Sacramentos, la Palabra de Dios y la unión con el Obispo de Roma, Vicario de Cristo y sucesor de Pedro. Somos, ante todo, miembros del mismo Cuerpo de Cristo, de la misma Iglesia, y estamos llamados por tanto a una estrecha colaboración y a un estilo de vida solidario, caritativo y fraterno. Los pastores deben ayudar a los fieles a conocer, apreciar, amar y vivir la belleza de la variedad plural de la Iglesia, en la unidad y la caridad. Nos hace falta anunciar y enseñar el sentido de la única Iglesia en las iglesias, las escuelas, los seminarios, el catecismo, los centros de formación, los movimientos y todas las instituciones de nuestras Iglesias. La utilización de los medios de comunicación social es aquí indispensable y muy beneficiosa.
La comunión debe empezar en el seno de una misma Iglesia sui iuris. Por esto será necesario reforzar las estructuras de comunión en el Sínodo Patriarcal de cada Iglesia. Una expresión concreta de esta comunión sería la solidaridad del personal y de los bienes entre las Diócesis. Sería deseable establecer estructuras de comunión para dos proyectos pastorales comunes: un solo seminario inter-ritual en cada país, una pastoral común en la región para los jóvenes, la catequesis, la familia y otro ámbitos comunes. Los Papas y la Santa Sede instan a las Órdenes, las Congregaciones y los Movimientos nacidos en Occidente a que adopten la lengua, el rito y la liturgia del país donde ejercen su misión, integrándose plenamente en su pastoral de conjunto, por lo que ésta asegurará una mayor inculturación en el patrimonio espiritual, patrístico, litúrgico, cultural y lingüístico del lugar, reforzando la comunión y el testimonio. Deben evitar con cuidado formar un grupo aparte.
Las difíciles circunstancias del momento presente son un estimulo para una mayor cohesión entre las comunidades cristianas, por encima de todo confesionalismo, para dar respuestas positivas y constructivas a los grandes desafíos actuales. Con el confesionalismo y el apego exagerado a la etnia se corre el riesgo de transformar a nuestras Iglesias en guetos, encerrándolas en ellas mismas.
Una Iglesia étnica o nacionalista es un obstáculo para la obra del Espíritu y es contraria a la misión universal de la Iglesia. Necesitamos que todas las Iglesias de nuestra región reflexionen y actúen juntas para solucionar nuestros problemas comunes, como los derechos humanos y otros temas cruciales. Las Comunidades católicas deben colaborar juntas. Se debe fomentar una reunión periódica de los Obispos de la región. El Consejo de loas Patriarcas Católicos de Oriente podría estudiar este tema en su próxima Asamblea y definir la fecha, el lugar y la participación financiera de los miembros. Es un medio potente para establecer una pastoral de conjunto para la región y hacer que el Consejo de los Patriarcas esté más presente y sea más eficaz. Una estructura post-sinodal debería asegurar el seguimiento de la aplicación de este Sínodo en la vida de nuestras Iglesias. Desearíamos que fuera en relación con el Santo Padre y la Santa Sede.
Las relaciones inter-eclesiales deben ser fomentadas, no sólo entre las Iglesias sui iurs de Oriente Medio, sino también con las Iglesias Orientales y con la Iglesia latina de la diáspora, en estrecha unión con el Santo Padre, la Santa Sede y los Representantes Pontificios. Nuestra comunión con las Iglesias de Occidente tiene profundas raíces históricas. Europa debe su fe a las Iglesias de Oriente (Hch 16, 9-10). La vida monástica en Occidente ha sido inspirada por el monaquismo de Oriente Medio. Hoy en día, Occidente acoge y acompaña a las comunidades de emigrantes de Oriente Medio, ya sean de creación antigua o reciente. Les estamos muy agradecidos. Para una comunión mejor, habrá que asegurar al clero latino en Occidente un conocimiento básico de la teología sacramental y eclesiológica de las Iglesias Orientales. Y que los fieles latinos conozcan la realidad y la historia de las Iglesias Orientales.
Desearíamos también que los Patriarcas, como “Padres y Jefes” de las Iglesias sui iuris que forman parte de la catolicidad de la Iglesia Católica, sean ipso facto miembros del Colegio elector del Sumo Pontífice.
2. Comunión entre Obispos, Clero y Fieles
Antes que nada, la comunión debe llevarse a cabo de manera visible y práctica dentro de cada Iglesia; después debemos recordar que solo puede hacerse por medios espirituales: la Eucaristía, la oración y la Palabra de Dios. Deberemos crear o reactivar las estructuras de la comunión y de la pastoral. El Código Canónico de las Iglesias Orientales define estructuras de comunión que son preciosas. Comencemos por darlos a conocer y por ponerlos fielmente en práctica. Sería aconsejable crear consejos pastorales inter-rituales.
Es de importancia capital valorar el papel de los laicos, hombres y mujeres, y su participación en la vida y misión de la Iglesia. Este sínodo debe ser para ellos y para toda la Iglesia una verdadera primavera espiritual, pastoral y social. Necesitamos reforzar el compromiso de los laicos en el trabajo pastoral común de la Iglesia. La mujer, tanto consagrada como laica, debería encontrar en ella su apropiado lugar y su misión.
A nivel del Clero, se debe animar la comunión eclesial. Existen asociaciones de amistad y de espiritualidad común que deberían ser apoyadas y reforzadas. El ministerio sacerdotal en grupo es difícil, pero no hay que desesperar. Un Padre Sinodal ha sugerido la creación de un “banco de sacerdotes”, o de una asociación de “sacerdotes sin fronteras” para responder a las necesidades de las Iglesias que carecen de sacerdotes, en un espíritu de comunión. Se podría hacer lo mismo a nivel de los laicos, basándose en el sacerdocio común del cristiano. Los fieles y toda la Iglesia de Dios esperan pastores, personas consagradas y responsables de las actividades pastorales, una vida más conforme con la radicalidad del Evangelio. Sin ese resplandor de santidad sus vidas y acciones serían estériles. Ellos son, antes que nada, testigos e iconos vivientes de Cristo.
A nivel de los religiosos, religiosas, personas consagradas, de los movimientos eclesiásticos, tenemos el deber de acogerlos, animarlos e integrarlos cada vez más, en la vida y misión de la Iglesia. No debemos temerle a las nuevas realidades eclesiales, ni apartarlas. Ellas constituyen el don precioso e indispensable de la acción del Espíritu Santo y de la Iglesia y el mundo de hoy. Debemos redescubrir el valor y los tesoros de la vida monástica y contemplativa, legado de nuestras tierras. Las comunidades de vida contemplativa deben ser animadas en los lugares en donde existen, y donde no, podemos preparar el terreno para que nazca la vida contemplativa mediante la acción del Espíritu en la oración.
Las órdenes existentes en nuestros países prestarían un servicio precioso a nuestras Iglesias, al tomar la iniciativa de establecer comunidades en otros lugares o países. La vida religiosa y monástica es el alma de la Iglesia.
3. Comunión con las Iglesias y Comunidades Eclesiales: Ecumenismo (ad extra)
“Que todos sean uno...para que el mundo crea” (Jn 17,21). Ésta oración de Cristo debe ser perpetuada por Sus discípulos en todas las épocas. La división de los cristianos se opone a la voluntad de Cristo, constituye un escándalo, obstaculiza el anuncio y el testimonio. La misión y el ecumenismo están íntimamente relacionados. Las Iglesias Católicas y Ortodoxas tienen mucho en común, hasta el punto que los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI hablan de una “comunión casi completa”. Esto se debe realzar más que las diferencias. Igualmente, deberíamos hacer énfasis y difundir los resultados positivos en el ámbito del ecumenismo. Al mismo tiempo, necesitamos hacer un sincero examen de conciencia sobre lo que no hemos hecho.
Un esfuerzo sincero se hace necesario para superar los prejuicios, para comprendernos mejor y aspirar a la plenitud de la comunión en la fe, los sacramentos y el servicio jerárquico. Este sínodo debe favorecer la comunión y la unidad con las Iglesias hermanas Ortodoxas y con las Comunidades Eclesiales. “La división entre cristianos es contraria a la esencia misma de la Iglesia y constituyen un escollo para su misión” (Carta 5 de los Patriarcas Católicos de Oriente sobre el ecumenismo). A nivel oficial, la Santa Sede ha asumido iniciativas con todas las Iglesias de Oriente, en colaboración con las Iglesias Católicas de Oriente. Es necesario y útil dar a conocer a los cristianos de todas las Iglesias de nuestros países. Los medios de comunicación podrían ayudar en ello.
La Biblia, Palabra de Dios, es el fruto del diálogo entre Dios y la humanidad. Es por esto que debería ser una fuente privilegiada para el diálogo con otros cristianos, y con creyentes de otras religiones. Un diálogo de respeto, de vida y de amor, un diálogo de presente y de un futuro compartido. Se ha señalado que el ecumenismo actualmente pasa por una crisis. Por otro lado, no podemos negar los positivos pasos importantes que se han dado hasta el día de hoy, por la acción y la gracia del Espíritu Santo. Ellos son la razón y causa de la confianza y de la esperanza. Nos llaman a un compromiso mayor, a la luz de la Palabra de Dios. Es urgente que el ecumenismo sea un objetivo primordial en las Asambleas y Conferencias Episcopales. Se ha propuesto la creación de una comisión ecuménica en el Consejo de Patriarcas Católicos de Oriente. Los medios de comunicación deben servirnos para reforzar y vivificar el ecumenismo. La creación y apoyo de los medios de comunicación ecuménicos debería ser analizada y una reunión ecuménica debería tener lugar en cada país con el fin de estudiar juntos los resultados, los llamados y recomendaciones del sínodo, ya que sería de gran utilidad.
La acción ecuménica necesita comportamientos adecuados: la oración, la conversión, la santificación y el intercambio recíproco de dones, en un espíritu de respeto, de amistad y de caridad mutua, de solidaridad y de colaboración. La unidad es, antes que nada, la obra del Espíritu Santo y el don del amor de Cristo a su Iglesia. Estas actitudes deben ser cultivadas y animadas a través de la enseñanza y de los medios de comunicación. Se desea establecer comisiones locales de diálogo ecuménico. El estudio de la historia de las Iglesias Orientales católicas, al igual que la de la Iglesia de tradición latina, permitiría aclarar el contexto, la mentalidad y las perspectivas relacionadas a su nacimiento.
Del mismo modo, debemos reforzar las iniciativas y estructuras que expresan u apoyan la unidad, como el Consejo de las Iglesias de Oriente Medio y la semana de oración por la unidad de los cristianos. Hay que hacer todo lo posible para consolidar el Consejo de las Iglesias de Oriente Medio y ayudarle a cumplir su misión. La “purificación de la memoria” es un paso importante en la búsqueda de la unidad total. Es imperioso colaborar juntos por una pastoral y acciones comunes. Así, la cooperación en los estudios bíblicos, teológicos, patrísticos y culturales, favorecerá el espíritu de diálogo. Una acción común podría tener lugar para la formación de expertos en medios de comunicación en lenguas locales. En el anuncio y en la misión, debemos cuidadosamente evitar todo tipo de proselitismo y cualquier medio que se oponga al Evangelio. Sería positivo animar el ecumenismo de vida, tratando de vivir juntos nuestra fe, de la mejor manera posible.
En varias ocasiones se ha expresado el deseo de unificar las fechas de Navidad y de Pascua entre católicos y ortodoxos. Se trata de una necesidad pastoral, dado el contexto pluralista de la región y el importante número de matrimonios mixtos entre cristianos de denominaciones eclesiásticas diferentes. Es también un poderoso testimonio de comunión...¿cómo lograrlo? Deseamos también la unificación del texto árabe de las oraciones principales, comenzando por el “Padre Nuestro”. El llamado de un hermano delegado para instaurar una “fiesta de los mártires” que sea celebrada por todos los cristianos fue bien recibida. Varios Padres Sinodales evocaron el impacto positivo que han tenido los planes ecuménicos e interreligiosos en las escuelas y universidades católicas de Oriente Medio. Algunos Padres Sinodales expresaron el deseo que las Iglesias Orientales se impliquen más en los diálogos ecuménicos entre la Santa Sede y las demás Iglesias, aportando a éstos sus especiales contribuciones.
El diálogo es un medio esencial para el ecumenismo. Requiere una actitud positiva de comprensión, escucha y de apertura hacia el otro, lo cual ayudará a superar la desconfianza y permitirá trabajar juntos para desarrollar los valores religiosos y colaborar en proyectos socialmente útiles. Los problemas comunes deben ser abordados juntos. La repetición del bautismo de los católicos por los ortodoxos sigue siendo una causa de sufrimiento que debilita el caminar hacia la unidad. Se favorecerá la colaboración ecuménica práctica en la diakonia del servicio y de la caridad. Deseamos que se elabore de un manual-guía para la acción ecuménica, adaptada a la región o país. El diálogo teológico y el diálogo de la diakonia deberán fundarse en el diálogo espiritual, en la oración y deberá traducirse, sin cesar, en el diálogo de vida. Evitaremos todo tipo de proselitismo y el uso de los medios que se opongan al Evangelio. Tal vez podamos establecer un protocolo entre las Iglesias, donde nos comprometamos a evitar cualquier forma de proselitismo.
En la oración, la reflexión, el estudio y la docilidad a la acción del Espíritu Santo, debemos tratar de responder al llamado del venerable Servidor del Dios, el Papa Juan Pablo II, que en su encíclica “Ut unum sint” (25.05.1995) propone una nueva forma de ejercer el primado que no atente contra la misión del Obispo de Roma y que esté inspirada por las formas eclesiales del primer milenio. Si el Santo Padre lo ve con buenos ojos, él podría formar o encargar a una comisión pluridisciplinaria para el estudio de este delicado tema.
III. EL TESTIMONIO CRISTIANO, TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN Y DEL AMOR
“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida es lo que anunciamos”(Jn1, 1-3). Los apóstoles, la Iglesia de los orígenes y por ellos y después de ellos, todo cristiano es testigo de la resurrección y del amor. Como Pablo de Tarso, es el encuentro personal con el Resucitado, un encuentro espiritual que es real y que transforma al cristiano en testigo verdadero, fiel hasta el testimonio supremo, el martirio. Por esta experiencia, el alcanza la experiencia de los apóstoles, de los santos y de los mártires a través de los tiempos. San Pablo enumera algunas actitudes indispensable para ser buenos testigos de Cristo: “Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Ef. 4; 2-3). Solamente cuando las buenas relaciones se establecen, podemos hablar de Jesús y de su Palabra. Esforcémonos por ser fieles a los consejos que nos da San Pablo de acoger a las personas como son, amándolas. El papel profético de la Iglesia y de los fieles debe ser elaborado y profundizado, ya que constituye una parte crucial del anuncio y del testimonio.
A. LA CATEQUESIS, TESTIMONIO Y ANUNCIO DE LA IGLESIA
Una catequesis para hoy, hecha por personas bien preparadas
La Iglesia rinde testimonio a su Señor y lo anuncia a través de su vida, obras y de la catequesis, sobre todo la iniciación a la fe y a los sacramentos. Una sólida formación de la fe y una vida espiritual viva, son las mejores garantías de la consolidación de la identidad cristiana iluminada, abierta y resplandeciente. La catequesis debe dirigirse a todas las franjas de edad, a los niños, a los jóvenes y a los adultos. Los catequistas deben estar bien preparados para esta misión mediante una formación adecuada, que tenga en cuenta los problemas y desafíos contemporáneos. Después de una buena preparación, los jóvenes pueden ser buenos catequistas para los demás jóvenes. Los padres que estén bien preparados podrán participar en las actividades catequéticas en familia y en las parroquias. La familia cristiana juega un papel preponderante en la transmisión de le fe a sus hijos. Las escuelas católicas y los movimientos apostólicos son lugares privilegiados para la enseñanza de la fe. Debemos formar a nuestros fieles para que comprendan el Antiguo Testamento, en la visión de la obra de salvación. Esto les permitirá no caer en la trampa de politizar los textos de la Biblia.
La catequesis debe ser integral y abarcar el cuidado de la tradición, de la vida vivida, de la modernidad siguiendo las enseñanzas católicas, el diálogo ecuménico e interreligioso en la verdad de la caridad. Las enseñanzas religiosas a los niños, jóvenes y adultos debe remediar la desaparición de la iniciación cristiana antes del bautismo, conferido a los bebés. La educación religiosa debe ser completada con educación humana. La Doctrina Social de la Iglesia, poco presente por lo general, es una parte integrante de la formación de la fe. “El catequismo de la Iglesia Católica” y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” son recursos excelentes. Las pastorales familiar, infantil y juvenil no han sido suficientemente abordadas en los documentos preparatorios de este sínodo. El problema de las sectas es un desafío grave que afecta nuestras Iglesias. La catequesis debe buscar la consolidación de la fe en nuestro contexto socio - religioso. Debemos estudiarlo juntos y establecer un plan pastoral al respecto. Es importante establecer un catecumenado post bautismal para acoger a las personas convertidas al cristianismo. La catequesis deben llevar al compromiso concreto al servicio de los más pobres, sufrientes y marginados.
Sin el testimonio de su vida, la acción de los catequistas será estéril. Ellos son, antes que nada, testigos del Evangelio. La catequesis debe también promover los valores morales y sociales, el respeto del otro, la cultura de la paz y de la no violencia, así como el compromiso por la justicia y el medio ambiente. Invitamos a animar la formación de la fe en pequeños grupos o en pequeñas comunidades, que transmiten una mayor calidez gracias a las relaciones personales. Esto evitará que nuestros fieles se sientan atraídos por sectas. La parroquia se convertirá en la comunidad de comunidades. Se ha afirmado que los cristianos de Oriente, al igual que los de occidente, necesitan una nueva evangelización para lograr una profunda conversión y renovación a la luz de la Palabra de Dios y de la Eucaristía.
Debemos animar a todos los fieles, pero sobre todo a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a las personas consagradas y a los responsables de la pastoral y del apostolado, a que sigan las enseñanzas de la Iglesia, a estudiar los documentos del magisterio y que lo hagan, preferiblemente, mediante un estudio común. La comunión implica también encuentros frecuentes entre patriarcas, obispos, sacerdotes y laicos. La vida espiritual y el camino de la Iglesia universal deben constituir un primer objetivo de formación. Debemos darle al bautismo su sentido verdadero y promover los valores del Evangelio. La vocación a la santidad debe estar al centro de la formación de la fe, durante todas las etapas y en todas las formas de vida de los cristianos. Se debe acordar un cuidado especial a la familia, que corre el riesgo de ser desmembrada y minada por la visión relativista occidental y por aquella no cristiana, dominante en nuestra región. Las familias de religión mixta deben ser sujeto de una especial atención pastoral. Los manuales de catequismo deben colmar las lagunas y corregir los errores que se cometen en otros lugares. El tema “Métodos de catequesis” fue raramente mencionado durante la Asamblea.
El uso de medios de comunicación modernos es necesaria para la transmisión de la fe, la formación religiosa, la misión y la evangelización, la misión educativa, la formación para la paz, las obras de desarrollo y la acción para el desarrollo integral de nuestras sociedades. Los medios de comunicación son un lugar para dar testimonio de Cristo y de los valores cristianos. Ellos constituyen una nueva cultura de comunicación mundial verdadera y propia, caracterizada por los nuevos lenguajes y modos de pensar. Ellos son los nuevo areópagos del mundo globalizado.
Deberíamos vigilar para evitar los impactos negativos de los medios de comunicación: la manipulación de las masas, la aparición de sectas, la violencia y la pornografía, el anticlericalismo internacional. Sin embargo, se ha notado que el uso de los medios de comunicación en nuestras Iglesias, salvo algunas excepciones, es individual y está a un nivel primitivo, debido a la falta de recursos financieros y, por consiguiente, profesional, o por causa del trabajo individualista. Se sugirió la formación de una comisión para vitalizar y coordinar los medios de comunicación en Oriente Medio.
Nuestras Iglesias necesitan personas especializadas en estas áreas. Tal vez nosotros podríamos ayudar a los más idóneos para que se formen en éstas áreas y contratarlos inmediatamente después en estas tareas. Pero necesariamente, tendremos que formar a sacerdotes y religiosos desde el Seminario. Los medios de comunicación constituyen un medio poderoso para consolidar la comunión, ya que unen con más fuerza a las Iglesias de Oriente Medio y las del mundo. Deseamos que Telepace y KTO, al igual que otros medios de comunicación católicos, subtitulen sus programas en árabe y que dediquen tiempo para transmitir programas en dicho idioma. Ella consolidan también las relaciones interreligiosas. Es indispensable establecer planes y medios para asegurar que se comuniquen los resultados de éste sínodo, la puesta en práctica de sus líneas directivas y sus recomendaciones.
B. LA LITURGIA, CUMBRE Y FUENTE DE LA COMUNIÓN Y DEL TESTIMONIO
La liturgia constituye un anuncio y testimonio importante de una Iglesia que reza y no solo que actúa. Es “la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de done mana su fuerza”. (Sacrosantum Concilium 1