ste profesor de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, consultor de consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, aclara a Zenit que, cuando se anuncia un mensaje, si no se tiene un mínimo de familiaridad con los medios de comunicación, «se corre el riesgo de que la gente no entienda exactamente lo que se le quiere decir».
--¿Le sorprende que los teólogos expertos en moral y o los bioeticistas se estén asesorando en materia de comunicación para transmitir mejor los temas referentes a la vida?
--Rodríguez: No me sorprende. Me sorprendería más bien lo contrario, y ello por varias razones.
La primera es que sin un mínimo de familiaridad con los medios de comunicación social se corre el riesgo de que la gente no entienda exactamente lo que se le quiere decir. Y así se generan continuos malentendidos e incomprensiones.
La segunda, y la principal, es que en la actualidad las grandes cuestiones relativas a la vida se ganan o se pierden ante todo en el plano de la comunicación.
Lo humano no se expresa sólo en la subjetividad, en la intimidad de la conciencia personal, sino también en el plano «objetivado» del lenguaje, de los símbolos, de las leyes, de las costumbres, de los modelos, de los objetivos comunes.
En este plano se generan las categorías con que pensamos y con las que interpretamos nuestra vida y nuestra experiencia.
La idea de que cada uno conserva plenamente una libre capacidad de juicio y de acción, con independencia de las leyes vigentes y de los demás componentes de la humanidad «objetivada» es simplemente un mito, el mito del individualismo, que resulta increíble incluso para los que lo adoptan como tapadera para manipular.
--¿Esos elementos externos condicionan entonces la libertad?
--Rodríguez:: No niego la libertad individual, sino que me limito a explicar qué es y cómo se ejerce la libertad de un ser que vive en sociedad con sus semejantes.
Esto lo tienen bien claro los que, sirviéndose de la situación de poder conseguida mediante sus empresas de comunicación (periódicos, televisión, publicidad, etc.), aspiran a configurar de un determinado modo nuestra vida y nuestra sociedad.
Basta tener la paciencia de seguir uno o varios temas de importancia moral, durante un año, en varios de los periódicos o emisoras de televisión más importantes del mundo, para que se dibuje ante el lector con toda claridad una estrategia bien precisa. Se han realizado estudios empíricos de este estilo, que demuestran lo que estoy afirmando.
--¿Cómo afecta esta situación al estudio de las cuestiones éticas?
--Rodríguez: Desde el punto de vista ético lo que acabo de decir plantea algunos desafíos y algunos problemas.
Ahora sólo me referiré a dos. El primero es que el estudioso de moral, cuando investiga los datos de hecho de la cuestión que ha de tratar (el «status quaestionis»), debería considerar también lo concerniente al plano humano «objetivado» al que antes me he referido.
No en el sentido de adecuarse servilmente a lo que está de moda o a lo «políticamente correcto», que para mí es una autocensura indigna de un mundo libre, sino en el de darse cuenta de que en ese plano pueden existir obstáculos que han de ser afrontados con una metodología específica.
Un segundo problema se refiere a la ética de las empresas de comunicación, que a mi juicio ha de entenderse ante todo como justificación ética de los fines que tal empresa persigue, y después como justificación ética de los medios empleados.
Empresas de poder configurador tan grande no pueden regularse sólo por la ley de la audiencia, por intereses ideológicos, económicos o políticos de parte, y en general por intereses que no pueden presentar a la opinión pública con total claridad.
Afortunadamente existen muchísimos empresarios y profesionales de la comunicación que en su actividad buscan sinceramente la verdad, pero no siempre es así. Conste que no se niega a nadie la legitimidad de constituirse en «lobby», sino la de hacerlo sin transparencia, presentando como exigencias de la verdad, de la libertad, de la salud, del derecho, de la igualdad, etc. lo que son y no pueden dejar de ser intereses particulares, casi siempre muy discutibles.
Tampoco me parece ilegítimo defender posiciones ideológicas o políticas, con tal de que se haga de modo manifiesto. Ante una propuesta clara, el lector o el televidente se siente interpelado a discernir.
Las estrategias ocultas o manipuladoras no suscitan discernimiento crítico, sino que triunfan engañando o fracasan si son reconocidas como tales.
--¿El énfasis que la Iglesia pone en la bioética es algo nuevo?
--Rodríguez: En cierto sentido sí, y en cierto sentido no. Es nuevo en el sentido de que en el siglo XVIII, por ejemplo, la Iglesia no se veía obligada a tratar cuestiones bioéticas como lo hace ahora, dado que entonces esas cuestiones o no habían surgido o se les atribuía poca importancia.
No es nuevo en el sentido de que tanto la Iglesia como la teología se han ocupado de las cuestiones de las que en cada momento histórico los fieles han tenido que ocuparse.
Así sucedió con la revolución industrial y los problemas económicos y sociales por ella originados.
Después con los totalitarismos, con los problemas planteados por los avances de la medicina, etc.
Hoy hemos entrado en la revolución genética y de la manipulación de la vida, que no es una cuestión puramente médica.
Las grandes empresas internacionales canalizan sus inversiones hacia las biotecnologías y hacia la ingeniería genética.
De nuevo se configura un problema que habría de ser planteado también desde el punto de vista de la ética empresarial, que se refiere no sólo a cuestiones como las patentes, sino sobre todo a la justificación ética de los fines realmente perseguidos y del impacto social y humano de ciertas actividades, sin excluir obviamente la consideración de la moralidad de los medios.
Dejando de lado las consideraciones abstractas, tengo serias dudas de que personas o empresas competentes puedan proponerse alcanzar fines realmente justos mediante medios injustos.
Nadie quiere apagar un incendio mediante los medios que lo alimentan y propagan.
--¿Cree que las religiones tienen en los temas de vida un terreno común para trabajar?
--Rodríguez: La vida constituye sin duda un terreno de interés común. Mi opinión es que los problemas que actualmente constituyen objeto de preocupación no son regulados directamente por la religión.
Deben ser objeto de una regulación jurídica, social y política, y sobre todo deben ser objeto de autorregulación por parte de la conciencia personal de médicos, investigadores, propietarios y directivos de empresas médicas (clínicas, etc.) y de comunicación, etc.
Lo que quizá toca a la religión es confirmar y defender la integridad, la sanidad y sabiduría humana de las conciencias.
En la medida que nuestro poder técnico es mayor, mayor es también la sabiduría y la rectitud necesaria para ponerlo al servicio del bien personal y social.
La contribución, directa o indirecta, de las religiones a esa mayor sabiduría podría ser quizá un buen punto de diálogo.