OMA, viernes, 11 febrero 2005 (ZENIT.org).- En su comentario al Evangelio de la liturgia del próximo domingo --primero de Cuaresma-- (Mt 4,1-11), el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, pone en guardia sobre la acción del demonio y recuerda que Jesús, el único Señor, nos libera de Satanás, pues le ha vencido.
Mateo (4,1-11)
Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Mas él respondió: «Está escrito: ?No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios?». (...) Entonces el diablo le dejó y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.
Hoy el demonio, el satanismo y otros fenómenos relacionados son de gran actualidad, e inquietan no poco. Nuestro mundo tecnológico e industrializado pulula de magos, brujos, ocultismo, espiritismo, habladores de horóscopos, vendedores de hechizos, de amuletos y además de auténticas sectas satánicas. Expulsado por la puerta, el diablo ha vuelto a entrar por la ventana. O sea, expulsado de la fe, ha regresado con la superstición.
El episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto nos ayuda a poner un poco de claridad. Ante todo, ¿existe el demonio? ¿La palabra demonio indica verdaderamente una realidad personal, dotada de inteligencia y voluntad, o es sólo un símbolo, un modo de hablar para indicar la suma del mal moral del mundo, el inconsciente colectivo, la alienación colectiva, etcétera? Muchos, entre los intelectuales, no creen en el demonio entendido en el primer sentido.
Pero se debe observar que grandes escritores y pensadores, como Goethe y Dostoevskij, se tomaron muy en serio la existencia de Satanás. Charles Baudelaire, que no era ciertamente de una raza de santos, dijo que «la mayor astucia del demonio es hacer creer que no existe». La prueba principal de la existencia del demonio en los Evangelios no está en los numerosos episodios de liberación de obsesos, porque al interpretar estos hechos pueden haber influido las creencias sobre el origen de las enfermedades. ¡La prueba verdadera está en los santos!
Y Jesús, que es tentado en el desierto por el demonio, es la confirmación evidente de ello. La prueba son también los muchos santos que lucharon en la vida con el príncipe de las tinieblas. No son unos «don Quijote» que lucharon contra molinos de viento. Al contrario, son hombres muy concretos y de psicología sanísima.
Si muchos encontraron absurdo creer en el demonio es porque se basan en libros, pasan la vida en las bibliotecas o en el escritorio, mientras que al demonio no le interesan los libros, sino las personas, especialmente los santos. ¿Qué puede saber de Satanás quien nunca ha tenido que ver con la realidad de Satanás, sino sólo con su idea, esto es, con las tradiciones culturales, religiosas, etnológicas sobre Satanás? Esos tratan habitualmente el tema con gran seguridad y superioridad, liquidando todo como «oscurantismo medieval».
Pero es una falsa seguridad. Como quien se jactara de no tener miedo alguno del león, aduciendo como prueba el hecho de que lo ha visto muchas veces pintado o fotografiado y nunca se ha atemorizado.
Por otro lado, es del todo normal y coherente que no crea en el diablo quien no cree en Dios. ¡Sería hasta trágico si alguien que no cree en Dios creyera en el diablo! Lo más importante que la fe cristiana tienen que decirnos no es sin embargo que el demonio existe, sino que Cristo ha vencido al demonio. Cristo y el demonio no son para los cristianos dos príncipes iguales y contrarios. Jesús es el único Señor; Satanás no es sino una criatura «echada a perder». Si le es concedido poder sobre los hombres es para que los hombres tengan la posibilidad de hacer libremente una elección de campo y también para que no «se ensoberbezcan» creyéndose autosuficientes y sin necesidad de ningún redentor.
«El viejo Satanás está loco», dice un canto espiritual negro. «Ha disparado un tiro para destruir mi alma, pero ha errado la puntería y ha destruido en cambio mi pecado». Con Cristo no tenemos nada que temer. Nada ni nadie puede hacernos mal, si nosotros mismos no lo deseamos. Satanás, decía un antiguo Padre de la Iglesia, tras la venida de Cristo, es como un perro atado en la era: puede ladrar y abalanzarse cuanto quiera; pero si no somos nosotros los que nos acercamos a él, no puede morder. ¡Jesús en el desierto se liberó de Satanás para liberarnos de Satanás! Es la gozosa noticia con la que iniciamos nuestro camino cuaresmal.
[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]