CIUDAD DEL VATICANO, lunes 24 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto ofreció hoy a una delegación de la Iglesia Unida Evangélica Luterana alemana, presentes en Roma para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, a quienes recibió hoy en el Palacio Apostólico.
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Obispo regional Friedrich,
Queridos amigos de Alemania
Os ofrezco una cordial bienvenida a todos vosotros, representantes de los dirigentes de la Iglesia Unida Evangélica Luterana alemana, aquí en el Palacio Apostólico y me alegro por el hecho de que vosotros, como delegación, hayáis venido a Roma tras conclusión de la semana de oración por la unidad de los cristianos. Mostráis, de esta manera, también que todo nuestro anhelo de unidad pueda cosechar frutos sólo enraizándose en la oración común. En particular querría agradecerle a usted, querido obispo regional, por sus palabras que, con gran sinceridad expresan los esfuerzos comunes por una unidad más profunda entre todos los cristianos.
Mientras tanto, el diálogo oficial entre luteranos y católicos, así está escrito aquí, puede mirar atrás a más de cincuenta años de actividad intensa. Usted ha hablado de treinta años. Creo que hace treinta años, después de la visita del Papa, comenzamos oficialmente pero de hecho, hacía ya mucho tiempo que dialogábamos. Yo mismo he sido miembro del Jaeger-Stählin-Kreis, nacido justo después de la guerra. Se puede por tanto hablar tanto de cincuenta como de de treinta años. A pesar de las diferencias teológicas que continúan existiendo sobre cuestiones en parte fundamentales, ha crecido un “juntos” entre nosotros que se convierte cada vez más en la base de una comunión vivida en la fe y en la espiritualidad entre luteranos y católicos. Todo lo ya conseguido refuerza nuestra fe en proseguir el diálogo, porque sólo así podemos permanecer juntos a lo largo de este camino que en definitiva es Jesucristo mismo.
Por tanto, el empeño de la Iglesia Católica en el ecumenismo, como ya afirmó mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Ut unum sint”, no es una mera estrategia de comunicación en un mundo que cambia, sino que es un esfuerzo fundamental de la Iglesia a partir de la propia misión (cfr. Nm 28-32).
A algunos contemporáneos, la meta común de la unidad plena y visible de los cristianos hoy les parece estar de nuevo más lejos. Los interlocutores ecuménicos aportan al diálogo ideas completamente distintas sobre la unidad de la Iglesia. Comparto la preocupación de muchos cristianos por el hecho de que los frutos de la obra ecuménica, sobre todo en relación con la idea de Iglesia y de ministerio, no son suficientemente aceptados por los interlocutores ecuménicos. Con todo, aunque surgen siempre nuevas dificultades, miramos con esperanza al futuro. Aunque las divisiones entre los cristianos son un obstáculo en el modelar plenamente la catolicidad en la realidad de la vida de la Iglesia, como ha sido prometido en Cristo y a través de Cristo (cfr. Unitatis redintegratio, n. 4), confiamos en que, bajo la guía del Espíritu Santo, el diálogo ecuménico, como instrumento importante en la vida de la Iglesia, sirva para superar este conflicto.
Ésto sucederá, en primer lugar, a través del diálogo teológico, que debe contribuir a un entendimiento en las cuestiones planteadas, que son un obstáculo a lo largo del camino que lleva a la unidad visible y la celebración común de la Eucaristía como sacramento de la unidad entre los cristianos.
Me complace decir que, junto al diálogo luterano-católico internacional sobre el tema “Bautismo y la creciente comunión eclesial”, también en Alemania, desde 2009, una comisión bilateral de diálogo de la Conferencia Episcopal y de la Iglesia Evangélica luterana alemana, ha retomado su actividad sobre el tema “Dios y la dignidad del hombre”. Este ámbito temático comprende en particular los problemas surgidos recientemente en relación a la tutela y la dignidad de la vida humana, así como las cuestiones urgentes de la familia, el matrimonio, la sexualidad, que no pueden ser excluidas o marginadas para no poner en peligro el consenso ecuménico conseguido hasta ahora.
Esperemos que en estos importantes temas relativos a la vida no surjan nuevas diferencias confesionales sino que, juntos, podamos ofrecer un testimonio al mundo y a los hombres de lo que el Señor nos ha mostrado y nos muestra.
Hoy el diálogo ecuménico no puede estar separado de la realidad y de la vida en la fe en nuestras iglesias sin reportarles un daño. Por tanto dirijamos juntos nuestra mirada al año 2017, que nos recuerda la publicación de las tesis de Martín Lutero sobre las indulgencias de hace 500 años. En esa ocasión católicos y luteranos tendrán la oportunidad de celebrar en todo el mundo una conmemoración ecuménica común, de luchar a nivel mundial por las cuestiones fundamentales – como usted ha dicho – no bajo una forma de celebración triunfalista, sino como una profesión común de nuestra fe en el Dios uno y trino, en la obediencia común a Nuestro Señor y a su Palabra.
Debemos darle un lugar importante a la oración en común y a la oración interior dirigidas ambas a nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los errores recíprocos y por la culpa relativa a las divisiones. De esta purificación de la conciencia forma parte el intercambio recíproco de la valoración de los 1500 años previos a la Reforma y que por tanto son comunes a nosotros.
Por esto, deseamos implorar, juntos, de un modo constante, la ayuda de Dios y la asistencia del Espíritu Santo, con el fin de dar más pasos hacia la ansiada unidad y no quedarnos parados en los resultados ya obtenidos.
A lo largo de este camino nos anima también la semana de oración por la unidad de los cristianos de este año. Nos recuerda el capítulo de los Hechos de los Apóstoles: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). En estos cuatro hechos y comportamientos, los primeros cristianos eran constantes y por tanto la comunidad crecía con Cristo, de esto nació este “juntos” de los hombres en Cristo. Este testimonio extraordinario y visible para el mundo, de la unidad de la Iglesia primitiva podría ser también para nosotros, impulso y norma para nuestro camino ecuménico común en el futuro.
Con la esperanza de que vuestra visita refuerce posteriormente la válida colaboración entre luteranos y católicos en Alemania, imploro para todos vosotros la gracia de Dios y sus bendiciones abundantes.