ROMA, domingo 6 de marzo de 2011 (ZENIT.org).– A pesar de los recientes hechos de sangre, el dialogo con el mundo musulmán ha realizado pasos importantes en los últimos años. Es importante entretanto afirmar la propia fe para no dar espacio a la ambiguidad y para permitir un verdadero diálogo que no transforme al propia fe en un sincretismo o una religión passepartout.
Lo indicó el pasado viernes el cardenal Jean Louis Tauran, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo interreligioso, presente en la Universidad Antoniana de Roma, a inauguración de una nueva cátedra de espiritualidad y diálogo interreligioso dedicada en honor del obispo italiano Luigi Padovese, asesinado el 3 de junio del año pasado en Iskenderum, Turquía.
Estaban presentes al simposio diversas autoridades religiosas y civiles, entre las cuales el embajador de Turquía junto a la Santa Sede, Kenan Gursoy.
El cardenal Tauran recordó “la sonrisa de monseñor Padovese y su preparación intelectual, su bondad y sonrisa porque en él no había doblez ni se sentía superior, sino que tenía el deseo de ser un pasor, sucesor de Pablo de Tarso”.
El purpurado evocó también “a otro martir, el joven Shabaz Bhatti, ministro pakistaní para las minorías religiosas, a quien tuve el honor y alegría de encontrar diversas veces, mismo el año pasado”.
Visiblemente emocionado recordó una confidencia que el ministro le hizo: “Se que moriré asesinado, y ofrezco mi vida por Cristo y por el diálogo, me dijo”.
Son circunstancias, añadió “que hacen sentirse orgulloso de ser cristiano”.
Y recordó que sobre el diálogo interreligioso en el Concilio Vaticano II “por primera vez en la historia del Magistero se dio un juicio positivo sobre las religiones no cristianas”.
El purpurado citó un párrafo del documento Nostra Aetate del Concilio Vaticano II: La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.
Un punto precisado por el cardenal es que el diálogo interreligioso “es un diálogo entre creyentes” y por lo tanto “no un diálogo entre religiones sino entre personas concretas, un diálogo que se realiza entre personas que profesan diversas religiones y que tiene la finalidad de conocerse e intercambiar dones espirituales, respetando la libertad de conciencia, evitando proselitismo y aceptando que uno pueda cambiar de religión”.
Por tanto, “cada uno acepta no a renunciar a sus propias convicciones, sino a dejarse interpelar. Y de tomar en consideración asuntos diversos de los de su comunidad, teniendo en vista adquirir un mejor conocimiento para mirar la religión del otro con objetividad y enriquecer la propia vida espiritual en aquellos elementos positivos”.
El cardenal Tauran indicó tres elementos que van juntos: la identidad, la alteridad y el intercambio de ideas”, puntualizando que no se trata de crear una especie de religión universal y passepartout. Mas bien, de ponerse delante de Dios y hacer esta peregrinación hacia la verdad”.
Entre tanto las condiciones son: “tener una identidad clara de la propia religión. Para un cristiano Jesús es el único salvador y mediador entre Dios y los hombres”.
Sin “esta identidad espiritual – puntualizó – no se puede dialogar. Tenemos la suerte de tener un Papa como Benedicto XVI que enseña éstos contenidos de la fe. Porque la fe no es un conjunto de emociones sino que tiene contenidos”.
Además “es necesario se humilde reconocer los errores de ayer o de hoy” y además “reconocer los valores de los otros” y también “entenderse, vivir en buena armonía y compartir los valores comunes”.
Sirven además otras cuatro dimensiones: “El diálogo de la vida, relaciones de buena vecindad y encuentros ocasionales; el diálogo de las obras, cuando juntos se colabora para el bien común como en trabajo de voluntariado; el diálogo teológico, cuando posible, para entender en profundidad las respectivas herencias religiosas; y el diálogo de la espiritualidad”.
Y recordó que para “evitar todo tipo de sincretismo, no decimos que todas las religiones son más o menos la misma cosa, sino que todos los creyentes tienen la misma dignidad, lo que no es la misma cosa”. Y por lo tanto “un católico comienza por afirmar la propia fe sin dar espacio a la ambigüedad”.
El cardenal Tauran concluyó recordando que “las otras religiones no constituyen necesariamente un desafío negativo porque nos empujan a profundizar los signos de Cristo en el corazón de sus seguidores”.