OIMBRA, martes, 15 febrero 2005 (ZENIT.org).- La muerte de Sor Lucía, la única superviviente de los tres pastorcillos de Fátima que vieron a la Virgen en 1917, es considerada por muchos obispos portugueses como la desaparición de un verdadero «ejemplo de fe».
Los obispos han alabado también la discreción de la carmelita portuguesa, de niña Lucía dos Santos, que junto a sus primos Francisco y Jacinta Marto, fue destinataria de un mensaje del cielo.
«Persona humilde, se recogía en oración en cuanto podía, estaba siempre disponible para las personas que solicitaban una entrevista pero rehuía los contactos publicitarios o protocolarios. Era una verdadera carmelita», dijo monseñor Albino Cleto, obispo de Coimbra, quien recordó también su fidelidad «a cuanto prometió siguiendo la petición de Nuestra Señora».
El cardenal José Policarpo, patriarca de Lisboa, dijo a los periodistas que la hermana Lucía era fiel: «Se pierde una religiosa que practicaba su vocación mediante la sencillez de vida, no buscando protagonismos».
«La hermana Lucía inspiraba confianza por la paz en la que vivía», afirmó el obispo João Alves, emérito de Coimbra, según informa la agencia «Ecclesia».
«Una paz que residía en la fe y en una constante unión con Dios. Era una persona muy serena e interesada en los problemas de la vida, sobre todo en los de los pobres. Aún encontrándose en un monasterio de contemplativas, he verificado que se mantenía informada de las grandes preocupaciones del mundo y de la Iglesia», añadió.
El prelado, que se entrevistó varias veces con la vidente, afirmó conservar «un recuerdo muy agradable y positivo». La muerte de la última testigo de las apariciones de Fátima es humanamente una pérdida muy grande, siguió el obispo, porque faltará «la posibilidad de ver y oír a una testigo privilegiada de la fe», pero al mismo tiempo «nos queda el consuelo de saber que la hermana Lucía cerca de Dios no nos olvidará».
El regalo más grande que la hermana Lucía ha dejado al mundo es sin duda el ejemplo. Como afirmó el obispo de Porto, monseñor Armindo Lopes Coelho, la contemplativa llevó a mucha gente a una «transformación interior».
Especialmente apreciada por Juan Pablo II, quien profesa una gran devoción a la Virgen de Fátima, la hermana Lucía, cuyo cuerpo volverá tras la celebración de sus funerales al Carmelo, donde vivió durante décadas, será trasladado siguiendo su voluntad en un año al Santuario de Fátima, junto a sus primos, ya beatos, Francisco y Jacinta Marto.