VATICANO, 23/11/11 - (ZENIT.org).- A continuación les ofrecemos la catequesis que Benedicto XVI ha dirigido este miércoles a los fieles congregados para la tradicional Audiencia de los miércoles
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Queridos hermanos y hermanas, tengo todavía presentes las impresiones que me ha suscitado el reciente Viaje Apostólico a Benín, sobre el que quiero detenerme hoy. Surge de forma espontánea de mi corazón el dar las gracias al Señor, Él ha querido que volviera a África por segunda vez como sucesor de Pedro, con ocasión del 150 aniversario del inicio de la evangelización de Benín y para firmar y entregar oficialmente a las comunidades eclesiales africanas la Exhortación Apostólica post-sinodal Africae munus.
En este importante documento, después de haber reflexionado sobre los análisis y sobre las propuestas planteadas por la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, que tuvo lugar en el Vaticano en octubre de 2009, he querido ofrecer algunas directrices para la acción pastoral en el gran Continente Africano. Al mismo tiempo, he querido rendir homenaje y rezar sobre la tumba de un ilustre hijo de Benín y de África, y un gran hombre de la Iglesia, el inolvidable cardenal Bernardin Gantin, cuya memoria venerada está más viva que nunca en su país, que lo considera un Padre de su patria y de todo el Continente. Deseo hoy repetir mi más vivo agradecimiento a los que han contribuido a la realización de mi peregrinación. Antes que nada estoy muy agradecido al señor presidente de la República, que con gran cortesía me ofreció un cordial saludo en su nombre y en el de todo el país; al arzobispo de Cotonou y a los demás venerados hermanos en el episcopado, que me han acogido con afecto. Agradezco, además, a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los diáconos, los catequistas y los innumerables hermanos y hermanas, que con tanta fe y calor me han acompañado durante estos días de gracia. Hemos vivido juntos una impresionante experiencia de fe y de renovado encuentro con Jesucristo vivo, en el contexto del 150º aniversario de la evangelización de Benín. He ofrecido los frutos de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos a los pies de la Virgen Santa, venerada en Benín especialmente en la Basílica de la Inmaculada Concepción de Ouidah.
Sobre el modelo de María, la Iglesia en África ha acogido la Buena Nueva del Evangelio, generando muchos pueblos a la fe. Ahora las comunidades cristianas de África -como se destaca ya sea del tema del Sínodo así como del lema de mi Viaje Apostólico- están llamadas a renovarse en la fe para estar, cada vez más, al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz. Se las invita a reconciliarse en su interior para convertirse en instrumentos gozosos de la misericordia divina, cada una aportando sus propias riquezas espirituales y materiales para el compromiso común. Este espíritu de reconciliación es indispensable, naturalmente, también en el plano civil y necesita una apertura a la esperanza que debe animar también la vida socio política y económica del continente, como tuve la oportunidad de destacar en el encuentro con las Instituciones políticas, el Cuerpo Diplomático y los Representantes de las Religiones.
En esta circunstancia, quise poner de relieve sobre todo la esperanza que debe animar el camino del continente, destacando el ardiente deseo de libertad y de justicia que, especialmente en estos últimos meses, anima los corazones de numerosos pueblos africanos. Destaqué también la necesidad de construir una sociedad en la que las relaciones entre etnias y religiones distintas se caractericen por el diálogo y la armonía. Invité a todos a ser sembradores de esperanza en todas las realidad y ambientes. Los cristianos son, en sí mismos, hombres de esperanza que no se pueden despreocupar de sus propios hermanos y hermanas: recordé esta verdad también a la inmensa multitud que vino para la celebración eucarística dominical en el estadio de la Amistad en Cotonú.
Esta Misa del domingo fue un extraordinario momento de oración y de fiesta en la que tomaron parte miles de fieles de Benín y de otros países africanos, desde los más ancianos hasta los más jóvenes: un maravilloso testimonio de cómo la fe consigue unir a las generaciones y sabe responder a los desafíos de todas las épocas de la vida. Durante esta impresionante y solemne celebración, entregué a los presidentes de las Conferencias Episcopales de África la exhortación apostólica postsinodal Africae Munus –que firmé el día anterior en Ouidah- destinada a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los catequistas y a los laicos de todo el continente africano. Confiándoles a ellos los frutos de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, les pedí que la meditasen atentamente y que la viviesen en plenitud, para responder eficazmente a la comprometida misión evangelizadora de la Iglesia peregrina en el África del tercer milenio. En este importante texto, todos los fieles encontrarán las líneas fundamentales que guiarán y animarán el camino de la Iglesia en África, llamada a ser, cada vez más, la “sal de la tierra” y la “luz del mundo”. A todos ellos dirigí el llamamiento a ser constructores incansables de comunión, de paz y de solidaridad, para cooperar así en la realización del plano de Dios para la salvación de la humanidad. Los africanos respondieron con entusiasmo a la invitación del Papa, y en sus rostros, en su fe ardiente, en su adhesión convencida al Evangelio de la vida, reconocí, de nuevo, los signos consoladores de esperanza para el gran continente africano. Toqué con la mano estos signos, también, en el encuentro con los niños y con el mundo del sufrimiento. En la iglesia parroquial de Santa Rita, pude gustar el gozo de vivir, la alegría y el entusiasmo de las nuevas generaciones que son el futuro de África.
Ante las filas festivas de los niños, uno de los muchos recursos y riquezas del continente, destaqué la figura de san Kizito, un niño de Uganda, asesinado porque quería vivir según el Evangelio, y exhorté a cada uno de ellos a testificar a Jesús ante sus propios coetáneos.
La visita al Foyer “Paz y Alegría”, gestionado por las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa, me hizo vivir un momento de gran conmoción al encontrarme con niños abandonados y enfermos y me consintió ver concretamente cómo el amor y la solidaridad saben hacer presente, en la debilidad, la fuerza y el afecto de Cristo Resucitado. La alegría y el ardor apostólico que he observado en los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los seminaristas y los laicos, congregados en gran número, constituye un signo de segura esperanza para el futuro de la Iglesia en Benín. En la exhortación a todos a una fe auténtica y viva y a una vida cristiana caracterizada por la práctica de las virtudes, animé a todos a vivir la respectiva misión en la Iglesia con fidelidad a las enseñanzas del Magisterio, en comunión entre ellos y con los pastores, indicando especialmente a los sacerdotes la vía de la santidad, en la conciencia de que el ministerio no es una simple función social, sino que es el llevar a Dios al hombre y el hombre a Dios.
Momento intenso de comunión fue el encuentro con el episcopado de Benín, para reflexionar en particular sobre el origen del anuncio evangélico en su país, obra de los misioneros que generosamente dieron sus vidas, a veces de forma heroica, para que el amor de Dios fuese anunciado a todos. A los obispos he dirigido la invitación de poner por obra iniciativas pastorales para suscitar en las familias, en las parroquias, en las comunidades y en los movimientos eclesiales un constante redescubrimiento de las Sagradas Escrituras, como fuente de renovación espiritual y ocasión de profundización en la propia fe.
De este renovado enfoque de la Palabra de Dios y del redescubrimiento del propio Bautismo, los fieles laicos encontrarán la fuerza para testificar su fe en Cristo y en su Evangelio en la vida cotidiana.
En esta fase crucial para todo el continente, la Iglesia en África, con su compromiso al servicio del Evangelio, con el valiente testimonio de solidaridad activa, podrá ser protagonista de una nueva época de esperanza.
En África he visto la frescura del “sí” a la vida, una frescura del sentido religioso y de la esperanza, una percepción de la realidad en su totalidad con Dios y no reducida a un positivismo que, al final, apaga la esperanza. Todo esto nos dice que en aquel continente hay una reserva de vida y de vitalidad para el futuro, sobre la que nosotros podemos contar, sobre la que la Iglesia puede contar.
Este viaje mío ha constituido un gran llamamiento para África, para que oriente todos sus esfuerzos en anunciar el Evangelio a los que todavía no lo conocen. Se trata de un compromiso renovado para la evangelización, a la que todo bautizado está llamado, promoviendo la reconciliación, la justicia y la paz.
A María, Madre de la Iglesia y Nuestra Señora de África confío a todos con los que me he encontrado en este inolvidable Viaje Apostólico. A Ella le encomiendo la Iglesia de África. Que la intercesión maternal de María “cuyo corazón siempre está orientado a la voluntad de Dios, sostenga todo compromiso de conversión, consolide toda iniciativa de reconciliación y haga eficaz todo esfuerzo a favor de la paz en un mundo que tiene hambre y sed de justicia” (Africae munus, 175). Gracias.