El Museo del Prado se ha puesto de largo para recibir en casa al Hermitage, y en los baúles del gigante ruso han viajado 179 piezas únicas, auténticos tesoros, seleccionados de entre los tres millones de obras que custodia uno de los museos más importantes del mundo.
Hasta la semántica se confunde a la hora de nombrar a este coloso, porque aunque hermitage significa ermita, o lugar apartado, en francés, hoy en día abarca un gran complejo formado por 6 palacios unidos entre sí, ocupando por completo el Palacio de Invierno de los zares, donde la mecenas Catalina la Grande comenzó a exponer su colección. A poco más de un mes de su apertura, ya han visitado esta exposición más de 120.000 personas, que equivalen prácticamente al aforo máximo admisible. Cifras que no sorprenden, porque
su visita es un lujo indispensable. Si por casualidad se topa con el director del Hermitage y Comisario de la exposición, Mijaíl Pietrovski, le dirá, sin dudar, que la niña de sus ojos es el Tañedor de laúd, de Caravaggio, en su opinión «una de las mejores pinturas del mundo». Con sólo mirar a los ojos de ese joven, se adivina su interior. Parece querer decirnos tantas cosas, que hasta los especialistas no se ponen de acuerdo en aclararnos su simbolismo. Del pintor de Las Meninas, podemos disfrutar de un ejemplo de su primera etapa, El almuerzo, en el que Velázquez demuestra que la técnica del claroscuro jamás sería su asignatura pendiente.
El arte de hacer aparecer lo invisible
Uno de los cuadros que acapara mayores miradas es la Lamentación sobre el cuerpo de Cristo muerto, de Veronés, en el que el pintor hace aparecer lo invisible gracias a la ternura e intensidad que desprende un cadáver lleno ya de paz, arropado por el tierno roce de la mejilla de su madre y la mano cálida del ángel. La fuerza de esta escena es capaz de reconquistar un alma necrosada, y con razón está considerada como una de las obras maestras del Hermitage. Otro de los pintores españoles que se encuentra como en casa es El Greco, con San Pedro y san Pablo, un lienzo lleno de expresividad en el que la fuerza y arranque de Pablo se complementa con la serenidad de Pedro. El recorrido nos lleva también hasta una excelente muestra del arte gráfico de Durero, La Virgen con el Niño, en el que conviene fijarse en los pliegues de la piel y los mechones del cabello.
Quienes acudan a disfrutar de esta exposición entenderán por qué motivo el Hermitage es, seguramente, el único museo del mundo que tiene en plantilla a 50 gatos, con el fin de proteger sus tesoros de los roedores. Entre ellos, hay piezas de todo tipo -escultura, arqueología, artes decorativas, mobiliario, trajes de época, joyería y orfebrería-. Algunas de ellas también han viajado al Prado. Entre las rarezas personales de los zares, se encuentra una cajita en forma de cangrejo que pertenece al conjunto de tocador de Catalina la Grande, magistral filigrana de plata que asemeja encaje. Y de aquella época en la que los zares no dudaban en regalar lo mejor para Dios, podemos disfrutar de un cáliz y patena del siglo XVII, con piedras preciosas, encargados por Teodoro III.
Los siglos XIX y XX están representados por obras de Matisse, Monet, Ingres, Gaugin, Renoir, Picasso, Kandinsky, Malévich, entre los que destaca el expresivo Paisaje azul, de Paul Cézanne, en el que en cada pincelada parece como si el autor estuviera arremetiendo contra una naturaleza que no consigue hacer suya. Por cierto, para aquellos que, de momento, no puedan viajar a Madrid, o para los que quieran deleitarse en lo ya visitado, el Museo del Prado acaba de publicar en su página web (www.museodelprado.es) un video interactivo de esta exposición, en el que se pueden rastrear las obras expuestas, y acceder a una completa información sobre las piezas. Si quiere asistir a una lección de Historia única, no se pierda esta ventana con vistas que el Prado ha abierto al Hermitage. Una exposición que abruma y enriquece. Lo agradecerán.
Eva Fernández