El papa describe la figura de Herodes, tal como la han descrito los historiadores.
Interpreta el relato de Mateo a la luz también de la doctrina judía y la Biblia. Encuentra dos diferencias cruciales entre el relato de la matanza de los niños hebreos en Egipto y el relato del evangelista. Y concluye con una enseñanza que todavía hoy una madre que ha perdido un hijo puede aplicarse. El grito de Raquel es un grito del mismo Dios al que sólo El puede responder.
El saber por lo Magos de un pretendiente al trono debió de poner en guardia a Herodes, afirma Ratzinger-Benedicto XVI. “Visto su carácter, estaba claro que ningun escrúpulo le habría frenado”, afirma.
“Es cierto –afirma el papa- que no sabemos nada sobre este hecho por fuentes que no sean bíblicas, pero, teniendo en cuenta tantas crueldades cometidas por Herodes, eso no demuestra que no se hubiera producido el crimen. En este sentido, Rudolf Pesch cita al autor judío Abraham Shalit: 'La creencia en la llegada o el nacimiento en un futuro inmediato del rey mesiánico estaba entonces en el ambiente. El déspota suspicaz veía por doquier traición y hostilidad, y una vaga voz que llegaba a sus oídos podía fácilmente haber sugerido a su mente enfermiza la idea de matar a los niños nacidos en el último período. La orden por tanto nada tiene de imposible” (en Pesch, p.72)”.
“La realidad histórica del hecho --añade--, sin embargo, es puesta en tela de juicio por un cierto número de exegetas fundándose en otra consideración: se trataría aquí del motivo, ampliamente difundido, del niño regio perseguido, un motivo que, aplicado a Moisés en la literatura de aquel tiempo, habría encontrado una forma que se podía considerar como modelo para este relato sobre Jesús. No obstante, los textos citados no son convincentes en la mayoría de los casos y, además, muchos de ellos son de una época posterior al Evangelio de Mateo. La narración más cercana, temporal y materialmente, es la haggadah de Moisés, transmitida por Flavio Josefo, una narración que da un nuevo giro a la verdadera historia del nacimiento y el rescate de Moisés”.
Recuerda que el Libro de Éxodo relata que el faraón, ante el aumento numérico y la importancia creciente del pueblo hebreo decidió tomar la medida drástica que todos conocemos.
La haggadah, sin embargo, lo cuenta de manera diferente: “los expertos en la Escritura habían vaticinado al rey que en aquella época iba a nacer un niño de sangre judía que, una vez adulto, destruiría el imperio de los egipcios, haciendo a su vez poderosos a los israelitas. En vista de esto, el rey había ordenado arrojar al río y matar a todos los niños judíos inmediatamente después de nacer. Pero al padre de Moisés se le habría aparecido Dios en sueños, prometiendo salvar al niño (cf. Gnilka, p. 34s). A diferencia de la razón aducida en el Libro del Éxodo, aquí se debe exterminar a los niños judíos para eliminar con seguridad también al niño anunciado: Moisés”.
Todo lo cual, según el papa, acerca la narración a Jesús, Herodes y los niños inocentes asesinados.
“Sin embargo --precisa--, estas similitudes no son suficientes para presentar el relato de san Mateo como una simple variante cristiana del haggadah de Moisés. Las diferencias entre los dos relatos son demasiado grandes para ello. Por otra parte, las Antiquitates de Flavio Josefo se han de colocar muy probablemente en un tiempo posterior al Evangelio de Mateo, aunque la historia en sí misma parece indicar una tradición más antigua”.
Joseph Ratzinger afirma que también Mateo retoma la historia de Moisés para facilitar una interpretación del evento. Ve la clave de comprensión de su relato en las palabras del profeta Oseas: “Desde Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1). Para el evangelista, el profeta habla aquí de Cristo: él es el verdadero Hijo. Es a él a quien el Padre ama y llama desde Egipto.
“La breve narración de la matanza de los inocentes, que viene a continuación del pasaje sobre la huida a Egipto –explica el pontífice--, la concluye Mateo de nuevo con una palabra profética, esta vez tomada del Libro del profeta Jeremías: “Se escucha un grito en Ramá, gemidos y un llanto amargo: Raquel, que llora a sus hijos, no quiere ser consolada, pues se ha quedado sin ellos” (Jr 31,15; Mt 2,18).
“En Mateo –afirma- hay dos cambios respecto al profeta; en los días de Jeremías, el sepulcro de Raquel esta localizado en los confines benjaminista-efraimita, es decir, hacia el reino del norte, hacia la región de las tribus de los hijos de Raquel, cercano, por cierto, al pueblo original del profeta. Ya durante la época veterotestamentaria, la ubicación del sepulcro se había desplazado hacia el sur, a la región de Belén, y allí la localizaba también Mateo”.
“El segundo cambio –señala- es que el evangelista omite la profecía consoladora del retorno; queda sólo el lamento. La madre sigue estando desolada. Así, en Mateo, la palabra del profeta –el lamento de la madre sin la respuesta consoladora- es como un grito de Dios, una petición de la consolación no recibida y todavía esperada; un grito al que efectivamente sólo Dios mismo puede responder, porque la única consolación verdadera, que va más allá de las meras palabras, sería la resurrección. Sólo en la resurrección se superaría la injusticia, revocado el llanto amargo: 'pues se ha quedado sin ellos'. En nuestra época histórica sigue siendo actual el grito de las madres a Dios, pero la resurrección de Jesús nos refuerza al mismo tiempo en la esperanza del verdadero consuelo”, concluye Joseph Ratzinger-Benedicto XVI.