OMA, 21/10/04 (ZENIT) El cardenal de Bielorrusia, Kazimierz Swiatek, que este jueves ha cumplido 90 años, es uno de los pocos supervivientes de los campos de trabajos forzados de Siberia de tiempos de Stalin, que todavía hoy puede ofrecer su testimonio.
El arzobispo de Minsk-Mohilev, sin embargo, no se refugia en la nostalgia del pasado y, en este día prefiere hablar de los numerosos desafíos que plantea la nueva evangelización en su país.
El padre Kazimierz Swiatek, nacido en 21 de octubre de 1914, fue ordenado sacerdote el 8 de abril de 1939. En 1944 fue arrestado por la Armada Roja soviética, y encerrado en prisión de Minsk, donde pasó cinco meses.
«No me fusilaron porque, como dijeron, no querían derrochar una bala conmigo», reveló en una pasada entrevista concedida a Zenit. Fue condenado a diez años de trabajos forzados. Tras pasar dos años en Marwinsk, en Siberia oriental, como era de salud robusta capaz de soportar el frío y el trabajo, se le trasladó al campo de Workuta, en el Ártico, donde hacía obras de construcción, con un frío terrible y con poquísima comida.
Cuando recuperó la libertad, regresó a Minsk para continuar con su servicio pastoral en medio de las dificultades que planteaba el régimen comunista. Cuando éste cayó Juan Pablo II le nombró arzobispo de Minsk-Mohilev, encargándole el renacimiento de las comunidades católicas en Bielorrusia. En noviembre de 1994 le creó cardenal.
El 27 de septiembre pasado, el mismo Papa le entregó el premio «Testigo de la fe» («Fidei testis») conferido por el Instituto Pablo VI de Italia.
En una entrevista concedida en la sede de «Ayuda a la Iglesia Necesitada», en Königstein (Alemania), el cardenal Swiatek, explica que en estos últimos 14 años «en Bielorrusia podemos constatar que ha renacido la Iglesia católica».
«Se han construido muchos templos nuevos y el número de sacerdotes ha crecido. Principalmente gracias a un considerable número de sacerdotes polacos, ha surgido una jerarquía eclesial: contamos con 4 diócesis, 4 obispos y un cardenal. Bielorrusia tiene su Conferencia Episcopal y 2 seminarios mayores con más de 100 futuros sacerdotes».
Entre los desafíos de la Iglesia católica en Bielorrusia uno de los más «peliagudos» es el de la relación con las autoridades gubernamentales.
En concreto, denuncia la nueva ley sobre las confesiones y agrupaciones religiosas que, «acarrea algunas limitaciones a la actividad religiosa».
«Así, por ejemplo, las parroquias deben registrarse y los sacerdotes extranjeros precisan de un visado para entrar en el país y tienen que renovar cada año sus permisos de residencia --informa--. Como consecuencia, apenas han llegado sacerdotes extranjeros en los últimos tiempos».
«Bielorrusia ya está libre del ateísmo teórico, pero la influencia del materialismo occidental es cada vez mayor, y así es como surge la posibilidad de una transición a un materialismo práctico», aclara.
«No obstante, resistimos porque estamos muy enraizados en la tradición religiosa --concluye--. Las raíces cristianas no son tan fáciles de eliminar. Gracias a ello, la influencia de Occidente encuentra resistencia y no es demasiado grande. Y por ello, puedo afirmar que la esperanza en el porvenir de la Iglesia está justificada».