Me han preguntado por qué nosotros afirmamos que Jesús ascendió a los cielos por sus propios medios, mientras que Hechos de los Apóstoles (1,2) afirma con claridad que "fue ascendido", o incluso que "fue arrebatado", según otras versiones. La respuesta que exige esta pregunta puede hacerse un poco larga, pero espero que no menos interesante que extensa.
Lo primero que debemos tener presente es que el lenguaje imaginativo de "ascensión" o "descenso", y otros semejantes, es eso: lenguaje imaginativo, es decir, una puesta en imágenes (visuales en este caso) de algo que ocurre en la persona de Cristo, en su ser, de una verdad de la existencia de Jesús. Hablando con propiedad, Jesús ni "asciende" ni "desciende", ya que el "cielo" del que habla la fe no queda "arriba", son palabras que remiten a imágenes para hablar de realidades que están más allá de toda representación figurativa.
Esto que digo es bastante obvio, pero conviene tenerlo presente para poder entender cómo el lenguaje religioso puede mantener juntas afirmaciones que, si pertenecieran al plano de las realidades de la imagen, serían contradictorias. Por ejemplo:
-en San Marcos y en San Lucas Jesús "es elevado" al cielo: Mc 16,19; Lc 24,51 y Hech 1,2.9
-en San Juan "sube": Jn 20,17
-en San Mateo ni "sube" ni "es subido", sino que permanece con nosotros: Mt 28,20
Lo que en el plano de las realidades intramundanas serían afirmaciones contradictorias, en el plano de la existencia trascendente de Jesús expresan distintos matices de una misma verdad. A este respecto es interesante evocar la expresión de Jn 20,17: "no me toques porque aun no he subido al Padre", lo que permite sacar como consecuencia lógica que cuando suba sí se lo podrá tocar... ¡y efectivamente es así! el propio Juan lo dice en otro pasaje: "si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito": sólo yéndose puede permanecer, de una forma más elevada que la fenoménica... estamos en el corazón de un lenguaje altamente simbólico, cuyo sentido guarda una débil relación con el significado de las imágenes espacio-temporales en las que se expresa.
En conjunto este tipo de expresiones se pueden llamar "teologúmenos", es decir, afirmaciones que enuncian una verdad contenida en la fe, pero que lo hacen en el horizonte de un lenguaje imaginativo, adecuado a la percepción inmediata del hombre. La verdad de la fe es que Jesús está "junto al Padre", y de una manera distinta a como lo estaba eternamente, está "triunfante", o como lo dice otro teologúmeno bíblico: ahora "está sentado a la derecha de Dios", como se sentaba el herdero del poder real.
Esto nos llevaría a preguntarnos cómo fue la ascensión como tal. Y en realidad hemos de confesar que no tenemos modo de responder a eso, precisamente porque los datos escriturísticos se han ocupado de las verdades de fe, y no de los hechos "crudos", a los cuales los han incluso moldeado según la necesidad catequística de cada evangelio. A tal punto la pregunta por el "cómo fue", tan importante para nosotros, ejerce escaso o ningún atractivo para los escritores de los evangelios y para su público lector más inmediato, que no sólo a veces son contradictorios entre sí en el uso de las imágenes, como hemos visto que son Lc/Mc con Jn y con Mt, sino que incluso puede que ni siquiera pretendan una total coherencia interna.
Por ejemplo, San Lucas escribe una obra en dos partes, donde el eje está en la ascensión. En su "plan narrativo" Jesús marcha desde Galilea hacia el centro del mundo, que es Jerusalén, una vez allí es elevado en la cruz, y luego es exaltado al cielo, y luego la Iglesia, desde esa altura "desciende" primero hacia Jerusalén, y luego hasta los confines del mundo. Su obra presenta una gran simetría en este aspecto, y todo lo narrado está subordinado a ese plan visual/narrativo.
A los especialistas no les queda del todo claro por qué narró la ascensión dos veces, una al final de Lucas, otra al principio de Hechos, y hay varias hipótesis, pero lo que es curioso es que en la narración que hace en Hechos (y que es la que ha cristalizado en nuestro esquema litúrgico), la ascensión ocurre después de un período de apariciones de 40 días (Hechos 1,3), mientras que en el evangelio, todo el capítulo 24, todas las apariciones, y la propia ascensión... ¡ocurren en el mismo día! esto es: el primero de la semana, en el que las mujeres fueron al sepulcro. Las marcas temporales que el capítulo tiene (vv 1, 13, 33, 36, 50) apuntan precisamente a eso, y no dejan lugar a dudas.
Puede verse en este caso cómo se ha subordinado la cronología de los hechos al enunciado teológico/catequístico: la ascensión forma parte de la resurrección, es su culmen, es el modo en que realmente puede "permanecer" Jesús con su Iglesia: sólo si culmina su obra de apropiación del poder divino, del "trono". No otra cosa nos decía Juan con distintas imágenes, y no otra cosa enuncia Mateo cuando asegura que estando Jesús en su Iglesia, permanece con ella hasta el fin de los días.
Vemos entonces que la apropiación de Jesús de su triunfo sobre la muerte se expresa con el teologúmeno de la "ascensión", que deriva fundamentalmente de dos imágenes, provenientes las dos del AT.
La más explícita es la de "estar sentado a la derecha de Dios", que tiene su referente principal en el salmo real/mesiánico 110 ("siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies"), que la iglesia inicial no dudó en aplicar con toda propiedad a Cristo, como cumplimiento de todas las expectativas mesiánicas que habían ido forjándose en Israel. El propio Credo recurre a la misma imagen: "Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso".
No es este el único texto donde "sentarse a la derecha" cumple una función de expresión salvífica, otro salmo que ha sido utilizado mesiánicamente es el 16: "pues no has de abandonar mi alma al seol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre"; el salmo no era mesiánico, sin embargo fue utilizado en sentido mesiánico, específicamente como profecía de Cristo, en el mismo libro de los Hechos, en 13,35. Hay también muchos otros textos que de manera directa o indirecta indican "la diestra" como el lugar de apropiación definitiva del poder divino. La ascensión, por tanto, cumple ese primer sentido.
Esto se puede realizar tanto ascendiendo como siendo ascendido. Sin embargo, es posible que la metáfora primaria sea "fue ascendido" (o elevado, o arrebatado, estas diferencias introducen cambios, pero no sustanciales, en el teologúmeno), en pasiva, porque se trata de una "pasiva teológica", una forma muy utilizada en al Biblia, donde el "complemento agente" (es decir, quién realiza propiamente la acción) se omite, para evitar mencionar a Dios: se entiende que "fue ascendido" por Dios.
Eso lo vincula a tres ascensiones paradigmáticas que fueron posiblemente otra rama del teologúmeno, no vinculado a recibir el poder divino, sino a pasar al ámbito de la vida y la salvación definitivas, no manifestadas aun en este eón. Me refiero a las ascensiones de Elías, de Moisés y de Henoc, de grandísima importancia dentro del clima de expectativa mesiánica del siglo I.
La ascensión de Henoc está narrada en Gn 5,24. Aunque hoy a nosotros nos diga poco y nada, la figura de Henoc era una de las grandes figuras escatológicas de la época de Jesús, e incluso es el protagonista de un ciclo de libros apócrifos (I, II y III Henoc), que es citado (casi con valor de canónico), por ejemplo en la epístola de Judas. Una de las imágenes apocalípticas que rodearían la venida de los acontecimientos últimos era el regreso de Henoc.
La ascensión de Moisés no está narrada en la Biblia, allí de lo que se habla es de su muerte (Dt 34), pero en una reelaboración apocalíptica de gran éxito en época de Jesús, llamada "Testamento o Ascensión de Moisés", que retoma Dt 34, se sienta esa misma imagen: su muerte fue una ascensión, de allí que Moisés pueda "volver" en los tiempos últimos (por eso aparece en la Transfiguración, porque verdaderamente no murió, sino que ascendió).
Finalmente la ascensión más importante dentro de las imágenes venidas del AT es la de Elías. Según 2Reyes 2,9-11 Elías sube al cielo en un carro de fuego; él sabe que va a "ser arrebatado", y precisamente el verbo que utiliza para indicar eso, en la versión griega del v 9 es "analemphthenai", que es el mismo que utiliza San Lucas en Hechos 1,2, posiblemente para ser explícito en su evocación de la figura de Elías.
Aunque las imágenes de la ascensión a la diestra y la asunción al ámbito de Dios convergen, no son exactamente iguales. Si San Lucas sólo se hubiera querido referir a la recepción del poder divino "a la diestra", podría haber optado por la activa "ascendió", pero posiblemente quería relacionar la ascensión de Jesús con las de Henoc, Moisés y Elías (sobre todo con este último) y allí no cabía otra que el uso de la pasiva teológica: el único que puede dar entrada al ámbito trascendente de Dios es el propio Dios en persona, y ningún otro.
Naturalmente que sí, nosotros tenemos muy claro ese aspecto, y debemos decir con toda claridad que Jesús no "fue ascendido" (en el sentido teológico) sino que ascendió por sí mismo. Pero esa claridad conceptual le llevó a la Iglesia tres y más largos siglos poder formularla en palabras apropiadas: los dogmas cristológicos y trinitarios de los concilios de Nicea y Constantinopla.
Esa claridad conceptual es un resultado de la maduración de la fe en Cristo, no es un punto de partida sino de llegada. En los evangelios, junto a un lenguaje de "alta cristología" como el de Juan, conviven afirmaciones "subordinacianistas" (donde las personas divinas están subordinadas uno al otro), e incluso se escapa alguna que otra "adopcionista" (es decir, donde el Hijo no lo es "desde toda la eternidad", sino que es "adoptado" por su obediencia en la cruz).
Aunque en la expresión teológica de la fe utilicemos un lenguaje depurado, elevado y de "altísima cristología", es evidente que el lenguaje religioso no podría ni siquiera ponerse en movimiento, si no admite ciertas "licencias" en las que términos como "Padre" e "Hijo", representan poderes realmente distintos.
Si bien Jesús es Dios, desde un punto de vista "dinámico" su poder es "recibido", no le es propio, precisamente porque él es Hijo. La fuente del poder divino es el Padre, y es, por tanto, a él a quien en último término le cabe abrir o no la "puerta del cielo". En ese sentido la expresión lucana "fue elevado" (se entiende que por el Padre, en pasiva teológica) es correcta y precisa.
Algo semejante nos pasa con la resurrección: mientras que para nosotros es fundamental afirmar que Jesús resucitó "por su propio poder", en el NT conviven expresiones de ese sentido, junto con muchas otras donde se afirma que "Dios lo resucitó", o que "fue resucitado".
Aquí se mezcla otro problema, que es el teologúmeno de la asunción de la Virgen: la fe en el paso de la Virgen al ámbito de la divinidad (representado visualmente en un elevarse hacia el cielo) -que aunque se haya proclamado como dogma recién el siglo pasado, es creído como verdad de la fe desde tiempos inmemoriales- debe dejar absolutamente en claro que su entrada en ese ámbito no es, sin embargo, una apropiación de lo divino para ella: ella sigue siendo una pura criatura, la más elevada de las puras criaturas, pero siempre criatura, en nada divina.
Con el paso del tiempo y la mayor claridad en este punto, la pasiva "ser ascendido" quedó especializada para indicar esa diferencia entre lo creado y lo divino: Cristo asciende, porque lo hace "por sí mismo", en cuanto Dios; la Virgen "es asunta" (al hacerlo derivar de "ser asumido" y no de "ser ascendido", aunque se alude en principio a lo mismo, se enfatiza la pasividad de la acción) porque lo hace en tanto creatura, y por tanto no tiene en sí misma ningún poder para "abrir el cielo". La asunción de la Virgen podría perfectamente ponerse en la serie de las de Henoc, de Moisés y de Elías, pero no en la de Jesús.
Es esta diferencia completamente necesaria la que moldeó el lenguaje con el que nosotros nos referimos a la ascensión de Jesús, y que por lo tanto aparece como necesidad teológica mucho después de los evangelios, a la vista del desarrollo de la Mariología.
Podemos mantener perfectamente la coherencia teológica señalando que Jesús "fue ascendido", mientras que la Virgen "fue asunta", sin embargo la diferencia entre los dos verbos, al menos en español, es apenas de matiz, y no tan sustancial como lo requiere la diferencia abismal entre lo divino y lo creado.