a Maite
En la Fe utilizamos distintos símbolos para enunciar el contenido de nuestra esperanza: "ir al cielo", "alcanzar la visión beatífica", "ir con Dios", "ver a Dios", y otras; cada una de los cuales se queda pequeño al lado de la grandeza de los que esperamos, pero que en conjunto apuntan en una misma dirección: el Encuentro, luego de una vida errante y esquiva, con Aquel que, como el padre del hijo pródigo, nos esperó desde siempre tras la ventana de la casa.
Esta esperanza no parece muy distinta de la que ofrecen las diversas religiones, sin embargo, el Encuentro del que habla nuestra fe tiene un matiz que lo distingue de toda otra forma religiosa, porque nosotros creemos en la resurrección de la carne.
Este enunciado fundamental de nuestro Credo, que fue uno de los motivos que en los primeros siglos convirtió al mundo, parece un "valor en baja" en la fe concreta de nuestros cristianos. No estoy diciendo que los creyentes hayamos dejado de recitar esa parte del Credo, pero me parece que si hiciéramos una encuesta a la salida de Misa, con una sola pregunta: "¿qué esperas tras la muerte?" la mayoría respondería: "ir al cielo, ver a Dios", y de la resurrección ni una palabra.
"Ir al cielo, ver a Dios", ¿pensamos alguna vez en lo que significan esas frases?. La una se queda un poco corta, la otra, según cómo la entendamos, excesiva.
Ir al cielo está muy bien, pero es sólo una parte, no mayor a la esperanza que puede encontrarse en cualquier religión: el nirvana, la tranquilidad total, no aguantar más al jefe, ni a la suegra... No me extraña que con tan pocas aspiraciones nuestra Fe haya dejado de conmover al mundo.
"Ver a Dios" es un deseo un poco más complicado.
Si con eso queremos decir que vamos a ver la esencia misma de Dios, la frase dice algo antibíblico y metafísicamente absurdo. Dios es trascendente y su trascendencia es su propio ser; si con "ver a Dios" quisiéramos decir que vamos a ver (es decir, participar) su trascendencia, estaríamos diciendo algo tan ridículo que nadie podría tomarnos en serio.
De hecho no nos toman muy en serio.
"Nadie puede verme y seguir viviendo", enuncia sencilla pero solemnemente la Biblia en Éxodo 33,30. Sin embargo, contra esto hay tres objeciones, que vienen de la propia Biblia:
En DT 34,10 se dice que "YaHVeH trataba con él [con Moisés] cara a cara".
Del contexto general queda claro que Moisés tiene una posición privilegiada ante Dios: ve el resplandor (la Gloria) de YHVH (Ex 33); incluso ese resplandor hace brillar su rostro (Ex 34); pero es al propio Moisés a quien Dios le dice la frase que cite primero: "Mi rostro no podrás verlo, porque no puede verme el hombre y seguir viviendo" (Ex 33,30).
Pero si a alguien le parece que el AT es demasiado viejo, y sólo se sigue editando para encarecer las ediciones, pero no para leerlo, y mucho menos para ayudarnos a expresar nuestra fe, podemos dirigir nuestra mirada al Nuevo.
Allí se dice que "a Dios nunca nadie lo ha visto jamás, pero al Hijo....nos lo ha explicado" (Juan 1,18) y cuando le piden a Jesús que deje "ver al Padre", él -con una ternura increíble, meneando la cabeza y lamentándose de la escasa prepración metafísica de sus apóstoles- contesta: "Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9).
Esto debería ser más que suficiente. Sin embargo, en todo el NT hay dos versículos (¡sólo dos!) que parecen decir que la visión beatífica consiste en ver la esencia de Dios:
"Pues ahora vemos como tras un espejo, en enigma,
pero después cara a cara.
Ahora conozco en aproximaciones,
pero después conoceré tal cual seré conocido" (1Cor 13,12)
Sin pretender un análisis detallado, que no puede hacerse al margen del resto de este himno, notamos que no habla acá de lo que veremos o conoceremos sino del modo como veremos o conoceremos; y no excede de lo que se dice de Moisés en Dt 34, ese "cara a cara" que significaba simplemente "relación privilegiada". La gran diferencia entre 1Corintios y Deuteronomio, lo que hace que uno sea del Nuevo Testamento y otro del Antiguo, es que lo que en Dt es un privilegio especialísimo concedido a Moisés, es ahora, en virtud de que Cristo abrió para los creyentes las puertas del cielo, una prerrogativa de todos los cristianos. Gracias a Cristo, cualquiera puede aspirar a acceder a la Tienda del Encuentro, empaparse del resplandor de Dios y escuchar su nombre.
La otra frase es de la Primera carta de San Juan:
"Amados, ahora somos hijitos de Dios, y aun no está a la vista lo que seremos.
Sabemos que cuando se manifieste,
seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es..." (1Jn 3,2)
¡Ahora sí! Que no venga este teologastro trasnochado a decir que no veremos la esencia de Dios, ¡si San Juan lo dice clarísimo! ¿acaso pretende Abel Della Costa saber sobre esto más que San Juan?
¡De ninguna manera! San Juan sabe mucho más que el lector y que el autor de este artículo juntos, pero por eso mismo haríamos bien en leer atentamente y sin prisas lo que dice:
Si nos quedamos sólo con la frase de 3,2 (que es lo que se suele hacer), parece que ese "semejante a él" y "lo veremos" se refiere a Dios, porque es el término que está más cerca ("hijitos de Dios"), pero si venimos leyendo la Carta seguida (como debe ser) la impresión es completamente distinta: ese "él" y ese "lo" vienen acumulándose desde hace 7 versículos, desde 2,25, y se refiere con toda claridad a Jesús Resucitado: Él es el rostro que veremos en la Tienda del Encuentro, esa es nuestra esperanza y esa es una de las maravillas que anuncia el NT.
Leemos con claridad lo que dice San Juan:
Seremos semejantes a Jesús resucitado, es decir, resucitados nosotros mismos, porque lo veremos tal cual es.
Esa no es ninguna proposición abstracta ni ningun absurdo metafísico, es el significado genuino y grandioso de nuestra frase"veremos a Dios".
A Dios, eternamente hecho hombre, y resucitado para siempre y en Él y sólo en Él veremos al Padre. Nuestra fe no propone absurdos, propone realidades que exceden nuestra imaginación pero son profundamente significativos y si se me permite el término, lógicas.
¿Acaso pensamos que Dios crea al hombre porque está aburrido? ¡No!, Dios crea al hombre porque nos quiere crear, y porque nos quiere exactamente como somos: seres corpóreos, todos iguales y todos distintos.
Y si Dios ama esto, es esto lo que mejor podemos ser eternamente.
Tal vez, nosotros, confundidos, tratamos al cuerpo como un envoltorio que un día se tirará, pero Dios no. Tanto ama Dios a ese hombre corpóreo que crea, que se hace hombre, muere por el hombre y resucita eternamente como Dios y hombre y nos ofrece la resurrección de los cuerpos.
¿Pero qué querrá decir que resucitaremos? ¿que tendremos todos una edad promedio (la mejor, sea cual sea) con pinta de norteamericanos, y por supuesto blancos y rubios, como las figuritas de los Testigos de Jehová? La responderé con apenas tres palabras: No lo sé. No tengo la menor idea del "cómo" de la resurrección, y cuando busco en la Biblia, resulta que allí tampoco se dice cómo será. Cuando le preguntaron a San Pablo respondió: "¡Necio! se siembra un cuerpo natural, brota un cuerpo espiritual" (1Corintios 15,44. Recomiendo leer toda esa bellísima argumentación, que comienza en 15,1). Es el único pasaje del NT que habla del cómo de la resurrección, y según se puede ver, no da ningún detalle.
No se dan más claras las cosas en el Magisterio, que siguiendo a San Pablo, nos dicen que serán "cuerpos perfectos", "incorruptibles", "no sometidos a las limitaciones presentes", etc, pero de descripción imaginativa, nada.
Habrá que esperar y aplacar la imaginación.... pero mientras tanto podemos aprovechar a pensar porqué será que a pesar de no poder imaginarnos nada, es tan importante para nuestra Fe creer en la resurrección de la carne y no en cualquier otra cosa.
Muchos cristianos piensan que nuestra civilización actual ama demasiado el cuerpo y por eso se olvida del alma... Me parece que es exactamente al revés: nuestra civilización detesta el cuerpo, por eso tampoco comprende el alma. Quien ama tener un cuerpo, jamás puede oponer el cuerpo al alma, y mucho menos olvidarse que toda el alma está visible en el cuerpo, y todo el significado del cuerpo apunta al alma.
Cuando se odia al cuerpo se le trata como un mecanismo ingenioso pero inútil, que sólo vale si funciona bien, o como un multiprocesador de alimentos, o como una máquina de descargar pulsiones.
Es la gran paradoja de nuestra civilización: decimos amar el cuerpo, pero nos sentimos encerrados e incomunicados, incapaces de lograr que el cuerpo diga nuestro interior.
Frente a esto, los cristianos tenemos la opción de gastar y consumir nuestra vida rechazando el vacío del mundo u oponer a ese vacío la grandeza de la esperanza cristiana: la resurrección de la carne.
En definitiva, no sabemos cómo va ser, pero sí podemos saber lo que ella significa:
-Significa ante todo lo que repite una y otra vez el NT: que la vida eterna no empieza luego de la muerte sino en el bautismo, cuando morimos al mundo.
La diferencia de esta vida y la "otra" (que es esta misma) es de grado, no de clase: si fuéramos a ser otra cosa distinta de lo que somos, no podríamos decir que ya comenzó la vida eterna.
-Significa también que todo lo que hacemos, seguirá configurando nuestro ser, por toda la eternidad. Cada acto de nuestra vida: levantarnos y saludar en vez de gruñir, conocer cada día algo nuevo, comprender cada vez mejor las cosas, adquirir habilidades con nuestras manos... todo eso que en esta vida implica y requiere al cuerpo y la hace un aprendizaje permanente no se acaba con la muerte: valió la pena, valió para toda la eternidad.
Una persona muy querida, gran amante de la matemática, me hizo una vez una pregunta en forma de apólogo, que transcribiré:
«Estás en tu lecho de muerte, te faltan unos pocos instantes. Toda tu vida creíste, has ido a Misa, rezastes, también toda tu vida estudiastes lo que más te gustaba, la matemática. Pero hay un teorema que nunca lograstes resolver. Tienes en la mesa de noche un libro donde está la resolución del teorema y tu rosario de siempre.
Te quedan los minutos justos, sólo el tiempo para rezar el rosario, o comprender al fin ese teorema, pero no las dos cosas. ¿Cuál sería la mejor elección?»
Parece que sólo hubiera dos elecciones posibles (comprender el teorema o rezar el rosario), pero en realidad hay más, al menos cinco; cada una de las cuales refleja un valor religioso:
(No estoy valorando el rosario sino usándolo para expresar el desprecio hacia el teorema)
(Elijo al rosario y al elegirlo expreso también el valor del teorema)
(Los dos son valiosos porque cada uno a su manera hablan de Dios, que vale más que el rosario y el teorema.
(Elijo el teorema y al elegirlo, expreso también el valor del rosario)
(No estoy valorando al teorema sino desesperando de la salvación)
En último término, me parece que nadie puede decidir esto en lugar nuestro, y tanto el teorema como el rosario podrían ser una buena respuesta. "Creo en la resurrección de la carne" significa también que todo nos está permitido, menos el desprecio y la desesperación.
Me ha traído a la mente un soneto del Marqués de Lozoya:
¿Quién me dará, Señor, llegar a hablarte
en la dulce penumbra, sin testigo,
como el amigo fiel con el amigo
alegremente y sin temor departe?
(...)
¡Oh, con cuánta verdad veré ese día
la nada de las cosas, y cuán graves
aquellos lazos que me impiden verte!
(...)
***
No me convence tanto el apólogo: se reduce la oración a un mecanismo y es una Presencia. Bueno, no lo digo por mí sino por esos misticazos como San Juan o Santa Teresa... no creo que les valiera el dilema.
Abel, he leído tu articulo, que me parece fuera de serie.
Me has hecho caer en la cuenta, de muchas cosas.
1º la diferencia de nuestro Credo con otros Credos, en lo que a nosotros se refiere es la Resurrección de la carne, la verdad que es un dogma muy olvidado y apenas se escucha en las homilías. Parece que la única que se va salvar es el alma. Y no es así como bien dices. Dios nos creo seres corpóreos y el mismo, se encarno en un ser corpóreo. Con cuerpo y alma.
Sí lo que ofreciese el cristianismo para la otra vida, fuese sólo la supervivencia del alma. Pues, sería igual que las otras religiones.
Por cierto el Islam y el judaísmo también creen en la resurrección de la carne. Quienes no creen ahora, son los cristianos progres.
2º Yo también entendía que el Cielo era sobre todo ver a Dios, tal y como era. Lo que una vez que te he leído, me hizo ver que eso era una solemne estupidez; recordé una conversación que tuve hace unos años, con mi tía Flora, con la que estuve en Monforte hace unos días, esta mujer, que nunca ha leído ni la Biblia, ni ningún libro, porque sabe leer lo necesario para no comprar yogures caducados; hablando un día de un familiar fallecido, y del que mi madre( quien por cierto mandaba al cielo a todo el mundo); dijo ahora esta viendo a Dios. Mi tía señalo; estará con Dios, pero ver a Dios no, como va ver a Dios, un hombre; recuerdo que le dije, que la Biblia lo decía, y me contesto, pues la Biblia también dirá tonterías; estará con Dios, disfrutara de Dios. Pero verlo, eso es imposible.
Y ahora vienes tú y le das la razón; y al seguirte leyendo, yo te la doy a ti, en efecto es en Jesús y sólo puede ser en Él, en quien veremos al Padre, sobre todo, porque como dice, otro texto de la Escritura, creo que de San Pablo, “Entonces Cristo se someterá al Padre, para que Dios lo sea todo en todos”.
Si Jesús es nuestro Mediador, o sea el Vinculo humano –divino que nos une al Padre, no puede dejar de serlo después de la parusia, sobre todo porque los dones de Dios, según San Pablo, y según yo, son sin vuelta atrás. Jesús no va ir al paro. Y su oficio es ser Mediador.
Si Él le dice a Felipe. “Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre”, eso quiere decir, que en el Cielo como bien dices, veremos al Padre, bueno y al Espíritu Santo, pero lo veremos en la persona divina, pero humanada de Jesús.
Me has hecho caer en la cuenta del versículo de Juan que dice “lo veremos tal cual es”, y lo he entendido así, los apóstoles no vieron a Jesús tal cual era, ni la Santísima Virgen. Jesús es Hombre y es Dios, y lo que veían era su humanidad. Humanidad Santísima, cierto, pero humanidad. Un hombre bueno, justo, piadoso. Un buen judío, un profeta, un hombre que es cierto hacía cosas extraordinarias. Pero no olvidemos que también las habían hecho los profetas. Pero su divinidad no la podían ver, ni siquiera después de la Resurrección, saben que Jesús es el Señor, y lo aceptan como Hijo de Dios; pero no pueden verlo, se podría decir que la Transfiguración; les mostró la naturaleza divina, del Maestro, pero no fue así.
Y eso es lo que nos quiere decir Juan. Después de la Parusia, seremos semejantes a Jesús. Nuestro Hermano mayor, porque lo veremos tal cual es. Dios y Hombre. Y en Él, con Él y por Él veremos al Dios Uno y Trino.
Espero que no seamos rubios americanos del Norte, al resucitar, vamos si es así, presento recurso.
3º Me has hecho caer en cuenta también en otra cosa. Lo del amor al cuerpo. Te sobra razón cuando dices, que ahora no se quiere al cuerpo. Y es verdad, no se le quiere, se le trata como un objeto, de usar y tirar, por eso se da uno todos los caprichos a costa del pobre cuerpo. Aunque se llene de colesterol, o le de un infarto. El caso es vivir a tope, y después el cuerpo pues a la escombrera, muchos de los que así actúan no creen tampoco en el alma. Lo triste es cuando es el cristiano el que desprecia el cuerpo.
Es posible que esto se deba a la influencia en la mística católica latina, de Aristóteles. Platón, etc, señores muy majos. Grandes filósofos pero paganos. Y para quienes el cuerpo. Venía siendo como un vaso que contiene el alma.
Y esto sin menoscabo de su santidad personal, paso a grandes santos. Por ejemplo mi tocaya Santa Teresa de Ávila, ve el cuerpo como una cárcel, donde el alma esta prisionera.
Yo creo que ya es hora, de que desechemos ese tópico. El Cuerpo y el alma, forman un individuo la persona. El cuerpo no puede vivir sin el alma, es un cadáver, pero el alma no puede actuar sin el cuerpo.
Pobre cuerpo, menos mal que Dios si lo ama.
Enhorabuena por tú artículo, hacen falta más así, ya me comentaras los errores que hayas visto en éste.
Siempre he tenido esta duda, y talvez usted pueda aclarármela.
Si el alma necesita del cuerpo para configurar el sujeto, cómo
es que el alma puede ir sóla, después de la muerte, al Cielo y vivir plenamente, como están en este momento todos los Santos y Bienaventurados. Ellos no necesitan del cuerpo para gozar de la vida eterna.
Si el alma ya goza de la Gloria eterna, después de la muerte; ¿qué le va
a agregar, a esa gloria, el reunirse después con su cuerpo?. El cuerpo no es más que sinónimo de necesidad y limitación. ¿Para qué quiere, el alma que ya es feliz, volver atrás, uniéndose de nuevo a un cuerpo? Si la resurrección implica volverse a ligar a la carne, no veo dónde está el plus de la resurrección.
Le agradecería mucho, si puede sacarme de mis confusiones en este aspecto.
El problema que veo en lo que me dices, Vladimir, es que piensas al alma materialmente (lo cual implica una cierta contradicción); posiblemente no es culpa tuya: toda nuestra cultura moderna se configuró en torno al dualismo alma-cuerpo, a poner en oposición las dos realidades, y claro: si alma y cuerpo son dos cosas distintas y aun opuestas, ¿cómo no vamos a valorar más el alma, que es inmortal por naturaleza, que el cuerpo, que tiene fecha de caducidad?
Sin embargo el alma no es por su naturaleza algo distinto y opuesto al cuerpo, al contrario, la metafísica más clásica la define como "forma" del cuerpo, es decir que le da manifestación y actualidad a esa potencialidad pura que es la materia corporal.
El alma "vive" sin el cuerpo, pero no como si fuera un hombre fantasmático despojado de las limitaciones de la carne, sino al revés, en espera a poder realmente ser lo que ella es en esencia: forma de un cuerpo. La vida intermedia entre la muerte en este mundo y la resurrección en el mundo venidero (en la medida en que nuestras imágenes puedan servir para algo), no es la vida en pleniud. Es una deformación de la auténtica predicación cristiana y una desnaturalización del evangelio haberse "platonizado" al punto de presentar la muerte como una liberación en la cual el hombre "vuela hacia Dios, y ya está".
Naturalmente, puesto que ocurre en misterio y nuestra categoría temporal terrena no sirve para comprender y enunciar el tiempo del espíritu, ni mucho menos el tiempo de Dios, entonces tenemos que dividir en tres tiempos terrenos distintos lo que en la realidad ocurre en capas de profundidad, no en sucesión: el hombre que muere, el hombre que en la eternidad del espíritu aguarda al resto de la humanidad, el hombre que resucita para una vida eterna.
No hay vida del alma sin cuerpo, porque el alma es sólo forma, no puede expresarse sino como cuerpo. Así que su vida hasta el tiempo de la plenitud es una vida menguada, de espera, aunque de espera cierta, a diferencia de la espera antes de la fe, que es una espera completamente a ciegas.
El ser humano es un ser de mediaciones, y eso no es una limitación sino una plenitud, las mediaciones son lo propio del cuerpo, así que si queremos ser realmente humanos, no podemos serlo "sin" el cuerpo. Es una lástima que consideres al cuerpo como limitación, cuando es lo único que te expresa y habla de ti: más que una limitación es una gran puerta abierta por la que entran y salen los demás, e incluso Dios, que creó el mundo corpóreo, y tanto lo amó que quiso encarnarse en él.
Eso no implica que vaya a reconstituirse nuestro cuerpo actual: muere un cuerpo carnal y resucita un cuerpo espiritual, dice san Pablo, y todo lo que elucubremos al margen de eso es verdadera necedad.
Buenas don Abel.
Le agradezco muchísimo que se tome tiempo para respondernos.
Disculpe que le haga las siguientes preguntas, por este medio, pero no tengo otro.
En el desarrollo de algunos de sus temas, habla de la necesidad de contar con una apropiada teoría de la inspiración divina de la Biblia. ¿En algún momento usted ha tratado esa temática ampliamente? Si es así, favor indicármelo, para buscar el texto.
Lo otro que quisiera saber es si ha tratado la temática "sobre San José y su significado para la Fe de los cristianos". Siento que después del Concilio se ha estancado un poco el desarrollo de este tema, a pesar de que la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA REDEMPTORIS CUSTOS, de Juan Pablo II habla de que "Esta plegaria (a San José) y la misma figura de José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo Milenio cristiano".
Nuevamente muchas gracias.
Trato habitualmente la cuestión de la inspiración biblica; si no sonara un poco presuntuoso hablar de "mi teología", diría que ese aspecto es la pieza fundamental de mi teología.
Lo que no tengo es un escrito sistemático sobre el tema, sino que voy exponiendo y hablando sobre el tema un poco por todos lados.
No conozco tu grado de formación en estas cuestiones, así que a lo mejor te mando a un artículo y te resulta o demasiado elemental o demasiado complicado. Por ejemplo, menciono la cuestión (y la desarrollo un poquito) aquí: http://www.eltestigofiel.org/lectura/publicaciones.php?idu=352; también en este: http://www.eltestigofiel.org/lectura/publicaciones.php?idu=345; también te puede servir este: http://www.eltestigofiel.org/lectura/publicaciones.php?idu=244
Como te digo, trato la cuestión muchísimas veces, así que no descarto que la haya desarrollado incluso más en cuestiones del foro.
En cuanto a San José, la verdad que no tengo nada escrito sobre el tema, y no es un tema que me atraiga especialmente. De hecho, no entiendo en qué sentido dice Juan Pablo II que la figura de José adquiera una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo.
Pienso que la figura de san José pertenece más al estudio teológico que al específicamente bíblico, que es mi tema.
Me gusta mucho la hagiografía de san José que seleccioné para el santoral de ETF. Por si no la leíste, este es el link: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=924
Si quieres hacer preguntas o charlar, también puedes usar el foro, es más cómodo para mantener un diálogo. http://www.eltestigofiel.org/dialogo/foros.php