El misterio de la Pasión es inabarcable; y los relatos de pasión no nos ahorran nada de ese misterio, no nos lo facilitan, no lo alivianan ni lo hacen «light». Por eso, aunque oímos y leímos tantas veces los cuatro relatos de la pasión, y aunque en realidad puestos todos juntos no ocupan mucho más que unos pocos folios, siempre dan la sensación de que quedan unos pasos por delante nuestro, de que no llegamos a ellos.
Yo creo que uno de los aspectos del misterio que más se nos diluye entre los dedos cuando queremos comprenderlos es el de la necesidad de la Pasión: «el Mesías debía padecer»; «esto se realizó para que se cumpliera la Escritura»; «uno de vosotros me va a entregar»; «antes de que cante el gallo me habrás negado»... Nada de todo esto apela a la contingencia, al puede-que-sí-puede-que-no.
Tomemos como ejemplo el caso de Pedro: uno pensaría que llora amargamente porque piensa que perdió su oportunidad de serle fiel al Señor; ¡y es lógico que lo pensemos, en principio, así! es más: normalmente convertimos el evangelio en una lección de moral y suponemos que Pedro podría no haber negado a Jesús. Pero Jesús no dice eso, no le da ninguna oportunidad: "antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces"; es una frase absolutamente declarativa... y soberana; Jesús sabe que Pedro lo va a negar, no pone en cuestión eso. Y cuando sobreviene la negación, Pedro también sabe que era necesario que él negara a Jesús: ahora sabe que Jesús lo sabía. Y llora, creo yo, no por haber negado al Señor (porque no podría haber hecho otra cosa), sino por no haber aceptado humildemente el exceso de misterio que Jesús le estaba poniendo delante: "es necesario que...".
Tal vez no lleguemos nunca a poder traducir a otras palabras que las de los evangelios esta necesidad sagrada, que choca contra la pared de toda nuestra lógica, incluso la de nuestra más sana lógica religiosa:
-¿Por qué, si Dios es todopoderoso, el elegido de Dios debía padecer para entrar en su gloria?
-¿Por qué, si el hombre es libre, no podía sino abandonar al Señor y dejarlo por completo solo?
-¿Por qué, si todo esto ocurre por una necesidad eterna, algunos hombres son responsables de esa muerte, y todos somos teológicamente co-responsables de ella?
-por qué, por qué, por qué... los "por qué" se acumulan y el Evangelio... no responde a ellos. No, no responden al "por qué" que desearíamos conocer; todo lo que nos dicen es "para que se cumpliera la Escritura". ¿Pero acaso la Escritura no proviene del Espíritu Santo? ¿no podía el Espíritu propiciar otra escritura, de modo que fuese necesario que se cumpliese otra escritura y no ésta?
La primera página de este misterio del no-saber se escribe frente a un árbol: al árbol «del saber del bien y del mal»; frente al árbol la pretensión del hombre no es otra sino conquistar el saber de Dios. A diferencia de los mitos paganos, el Adán de la Biblia parece mucho más inocente: no busca competir de manera directa con el poder de Dios, no busca robar ninguna llama, no busca asaltar el trono de Dios... sólo quiere saber: pero con el saber de Dios.
Era "natural", era necesario, que la redención nos pusiera ante el árbol del no-saber. Frente al árbol de la cruz choca todo posible saber humano. San Pablo llama a esto "la necedad y locura de Dios".
No es escapar a la necesidad humana de la lógica: necesitamos comprender las cosas para mantener la cordura, es verdad; y Dios no nos ha negado nunca esa grandeza de las posibilidades de la comprensión humana: únicos en la naturaleza que gozamos del don de la inteligencia, para comprender un universo escrito por Dios con caracteres de belleza y verdad, con caracteres matemáticos y musicales. No se trata de que Dios no acepte nuestro saber: Dios lo ha creado, Dios lo alimenta, Dios lo avala.
Lo inaceptable es la pretensión del hombre de apropiarse, con aparente inocencia, del saber de Dios. Saber nos permite curar la vida, curar nos hace creer que podríamos también crear la vida. Saber nos permite prevenir el futuro, prevenir nos hace creer que podríamos dirigir hasta el último resquicio del futuro. Saber nos permite entrar en un contacto más profundo con los demás, entrar en contacto íntimo con los demás nos hace creer que podríamos controlarlos a nuestro antojo.
Comprendemos, en fin, que la vida humana está sumida en la desdicha, y por ese mismo saber nos creemos capaces de autosalvarnos, con mil "lógicas" maneras: si haces esto o aquello, si piensas así o asá, serás salvo.
Pues no: mientras los hombres buscan signos y sabiduría, Dios nos quizo salvar en Cristo con la locura de la cruz. Y la locura no es sólo locura porque Dios no merecía ser crucificado. Por eso también es locura, pero lo es sobre todo porque aunque no merecía ser crucificado, debía ser crucificado... para que se cumpliera la Escritura: para que llegara a su plenitud la Escritura que comienza con un árbol del saber que nos pierde, era necesario que creciera desde la tierra un nuevo árbol, un árbol del no-saber, el árbol de la cruz, donde estuvo suspendido el incomprensible misterio de la locura divina.