Es tal la devoción y el amor del pueblo fiel hacia la Virgen María, que muchas veces corremos el peligro de "ahogarla" de tanto amor. ¿Qué sería "ahogarla"? Celebrar sus grandes prerrogativas -su maternidad divina, su concepción inmaculada, su virginidad perpetua, su asunción al cielo- como si se tratara de "premios" que Dios le dio a la humilde nazarena por ser "tan buena y tan guapa". En una palabra, desgajando estos dones de su significado profundo con vistas, no a la Virgen María en su humanidad individual, sino a la salvación de cada uno de los hombres, sus hijos. Cada una de las prerrogativas de la Virgen es algo dicho, no sólo sobre ella, sino fundamentalmente sobre su Hijo y Salvador.
La maternidad divina
El dogma de la maternidad divina de la Virgen es el primero de los dogmas marianos solemnemente definidos, y es el que con más claridad expresa en su fórmula la conexión con la fe en Cristo:
«[...] no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen.» (Conclio de Éfeso, Dz. 111a)
El Concilio de Éfeso, el IIIº ecuménico, del año 431, siguió a los de Nicea I (325) y de Constantinopla I (381). A Nicea le había tocado definir la verdadera divinidad del Hijo de Dios, contra Arrio y sus seguidores, que de distintas maneras negaban que en Cristo hubiera dos naturalezas y una única Persona, la del Verbo eterno. Constantinopla profundizó en el dogma cristológico, reconoció la plena divinidad del Espíritu Santo, y dio autoridad a una versión más larga del "credo niceno" (el que precisamente llamamos "Credo niceno-constantinopolitano") que, aunque ya se rezaba en el Oriente, pasó a ser con una muy ligera variante occidental posterior, el credo que profesaron las iglesias tanto de Oriente como de Occidente.
El de Éfeso retomó, contra los nestorianos, el problema de la unión hipostática (es decir, de la unión de la naturaleza humana y la divina), y entre las conclusiones a las que llega está la firme declaración de que la Virgen no puede ser llamada sólo Madre de Jesús, sino que lo es realmente de Dios, si es verdad que Jesús es Dios realmente hecho hombre, y no sólo una "manera de decir".
La virginidad perpetua
El título de Virgen, sobreentendiendo el sentido de su virginidad perpetua, era ya usado desde aun antes que el Concilio de Éfeso definiera la maternidad divina (como se puede ver en el mismo canon del concilio que he citado); sin embargo, esta propiedad de la Virgen, esto de ser perpetuamente Virgen, está en estrecha conexión con la maternidad divina (como puede verse en Dz 256, canon 3 del Concilio de Letrán del 649 -no es uno de los cinco ecuménicos de Letrán, sino un concilio local-). Del momento en que la Virgen recibe en sí al Verbo eterno, no podría haber sido engendrado al modo natural (razonan los Padres), sino que toda ella, como la naturaleza humana que representa, es una pura receptividad de la acción divina, y así permanece durante toda su vida.
Esto supone una representación biológica de la concepción humana que no podemos dar por válida hoy: el vientre femenino como pura receptividad y pasividad. Sin embargo es importante destacar que en esa representación la virginidad no es afirmada por motivos de pureza sexual, ni de rechazo a la plena humanidad de Jesús, sino como afirmación de las relaciones interiores de la naturaleza humana y la divina en el Verbo encarnado: pasividad y receptividad, total disposición la una, actividad creadora perpetua la otra.
Lamentablemente el uso del término "pureza" en conexión con la afirmación de la virginidad de María, fue tomando un significado cada vez más sexual, que junto a una representación popular sexualizada del "pecado original", hizo que la virginidad de María se fuera desprendiendo de su sentido estrechamente cristológico para pasar a exaltar un modelo moral de corte dualista, en el que el nacimiento sexual natural de los seres humanos queda ligado de manera intrínseca al pecado y la impureza.
Es muy difícil para nosotros, que ya no entendemos ni podemos entender la concepción de un ser humano como pasividad pura por parte de la madre, ya que sabemos que el padre y la madre aportan media célula cada uno, entender este mundo de representaciones en el que nace la afirmación de la virginidad perpetua de María. Si queremos evitar el peligro de que esta prerrogativa de la Virgen signifique un rechazo a la sexualidad humana, debemos encontrar otro modo de representarnos el significado de esa virginidad, que vuelva a vincularla estrechamente a su fuente: el dogma cristológico.
Tenemos un modo de hacerlo, retrotrayéndonos al sentido biblico de la virginidad, que en la cultura de Jesús no es el de exaltación de la pureza sino más bien el de humillación: en una tradición marcada por el mandato de fecundidad, la que aun no ha dado a luz porque es virgen no es un signo de esperanza, sino más bien de incierta expectación; imposible no recordar la escena de la hija de Jefte que marcha a la muerte porque así lo exige la seriedad de las relaciones con Dios, pero no sin antes "ir a llorar la virginidad a los montes", ya que irse sin descendencia es como no haber pisado nunca esta tierra: Jue 11,29-40.
No es la virginidad en sí misma la humillación, sino permanecer de por vida sin "abrir el seno". El Hijo divino nace en un portal, perseguido, exiliado, y de una madre que será por siempre virgen: lo más ajeno a la fecundidad y vitalidad de Dios, ha sido asumido por él y ha sido hecho portador de la salvación.
No digo que este sea el sentido original del dogma -que no lo es- sino que es un modo de poder apropiarnos de su realidad y de su significado por fuera de un biologismo que ya no nos significa a nosotros lo que significó a los Padres.
La inmaculada concepción
Sin embargo, en ningún caso entenderemos mejor el sentido de la virginidad de la Madre de Dios, como contemplando la necesidad eterna (en términos de designio divino) de la concepción inmaculada de la Virgen.
Como fe profesada, celebrada y vivida, la inmaculada concepción se hunde en la densidad del doble milenio cristiano, sin embargo como dogma explícito es muy reciente: proclamado por SS. Pío IX el 8 de diciembre de 1854, por medio de la encíclica «Ineffabilis Deus». Luego de una larga y compleja elaboración histórico-teológica acerca de la presencia y el sentido de esta creencia a lo largo de toda la historia cristiana, afirmará la encíclica:
«declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano.» (Ineffabilis Deus, 18)
Las interpretaciones vulgares de este dogma lo unen al ya aludido rechazo de la sexualidad humana que está en el fondo de cómo se ha transmitido popularmente la fe en la virginidad perpetua. Lejos de ello, la reflexión teológica, tanto de los documentos magisteriales como los textos del culto litúrgico, nos llevan una y otra vez a la escena del Génesis de Adán y Eva, y más específicamente al llamado "protoevangelio" (Gn 3,15): a la lucha entre la humanidad herida y el poder del mal, representado en al serpiente.
Aunque en el Nuevo Testamento la contrafigura de Eva es la Iglesia (Danielou: Tipología bíblica, págs 34 y ss.), surge ya muy tempranamente un tipología entre Eva y María: San Ireneo la desarrolla, pero -como muestra el mismo Danielou- estaba ya presente en San Justino (Diálogo con Trifón, 100,5, la obra es anterior al año 165).
La lectura en clave únicamente teológica de un texto tan rico en simbología y en resonancias religiosas como el de Génesis 2-3, produjo que sólo se buscara en él el fundamento a la cuestión del "pecado original", y a hacer inteligible la hereditariedad del mismo. Se instaló en la conciencia lectora un cierto biologismo que hizo del pecado original algo así como una "mancha genética". Se perdió así la dimensión más profunda del texto, que apunta más que a la herencia biológica, al compartir con Adán y Eva el curso de una historia de caída que ellos iniciaron, y que nos retiene en la imposibilidad de enderezarla por la sola fuerza humana.
María, preservada por Dios de pertenecer a esa historia, inaugura un nuevo linaje, una nueva posibilidad histórica, que, al permanecer virgen, queda preservada de su contacto con la historia de caída abierta en Adán. Se trata de una historia débil, una historia de "no-poder" (en la simbólica de Adán y Eva una de las máximas consecuencias del pecado es el desequilibrio del poder en el seno de la pareja, Gn 3,16), "femenina" en ese preciso símbolo. María es asi la primera representante de un linaje sin poder, que pasa por este mundo encaminándose, "mudo como cordero que es llevado al matadero", a una muerte en manos del poder pecaminoso de los hombres.
Virginidad perpetua e inmaculada concepción de María, como señalaba al inicio de este apartado, se copertenecen en mostrarnos la entrega de Cristo no desde el plan circunstancial y azaroso de los hombres, sino en el eterno designio divino de hacer posible en esta tierra una tierra en la que los hombres forjen de las espadas, arados, y no se adiestren ya para la guerra.
La asunción
Es el dogma mariano más reciente, proclamado por SS. Pío XII el 1 de noviembre de 1950, por medio de la constitución apostólica «Munificentissimus Deus», en la que dirá:
«[...] Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste.» (Munificentissimus Deus, 44)
Como el mismo Papa lo expresa, la asunción de la Virgen es verdaderamente un corolario indispensable a la gesta del Hijo: si el linaje de María pertenece a nuestra misma humanidad, pero inauguró un nuevo curso histórico -libre del pecado del linaje adánico-, la lógica misma de la historia de salvación reclama para la Virgen el privilegio de ser asunta en cuerpo y alma a los cielos, es decir, de anticipar ya la plenitud de los bienes escatológicos prometidos a todos los hombres que abrazan la fe en el Hijo.
No hay mayor afirmación de la realidad de la salvación traída por el Hijo que su realización inmediata en aquella que humanamente funda su linaje.
En la Madre es el Hijo el que es proclamado, y toda la gloria de la Madre no es sino la del Hijo, que no quiso hacer alarde de su categoría de Dios sino que, por el contrario, cedió su gloria, en el linaje de María, a los hombres que renacieran en él.
estupendo, Abel, e irrefutable, gracias
No entiendo por qué los conocimientos que tenemos de la biología de la reproducción, no nos permiten concebir la maternidad como recepción. Lo que hacen más bien es enriquecer y profundizar el concepto que teníamos de recepción maternal.
La recepción maternal del nuevo ser es tan profunda que una naturaleza y otra se funden en una nueva. Los Padres, quizás consideraron esta recepción como mero soporte, como mero sustrato; ahora con la biología de la mano podemos elevarla a donde le corresponde. Sólo si el papel de María no fue de sustrato pasivo, el Verbo pudo hacerse plenamente hombre.
Encuentro un paralelismo entre este concepto y la tríada quietismo, pelagianismo y cooperación entre gracia y naturaleza humana.
No digo (lea bien) que no podamos entender la maternidad como receptividad, sino como pura pasividad y pura receptividad, que no es lo mismo.
En la concepción vigente hasta el siglo XVIII, el papel de la mujer era puramente pasivo: el semen contenía la totalidad del ser humano a desarrollarse (homúnculo), mientras que la mujer le daba el sitio en el que se desarrollaba.
Ya con la comprensión celular de los siglos XVIII y XIX (la base de la actual), se vio claro que la maternidad implicaba no solo el lugar de recepción sino también la aportación activa de media célula (óvulo), que junto a la otra media masculina (espermatozoide), conforman el cigoto.
No hay duda que en la imagen de la parthenogénesis de Jesús jugó algún papel esta ausencia de actividad de la madre.
Eso no significa que no podamos pensar la maternidad desde la receptividad de la madre, pero ya no podemos, como los Padres, entender esa receptividad como pura pasividad; sino como Ud. mismo dice, y como yo señalo en el artículo, como actividad conjunta del ser humano (el linaje de María) y el acto creador divino.
Lo he releído y lleva usted razón. Muchas gracias por la aclaración.
Jajajajaja 2uerido Abel ???? tanto que ver tanto 2ue desear. Los privilegios de la Virgen volvería a leerlo tu precioso escrito del 2uince de Diciembre precisamente 2015 God Dios te Amo y necesito Gracias thank you couse I know you are helping .Lo puedo ver mi dinero veo tu poder couse is growing like I need it Thank you Gracias couse you Love us too .Te Amo.