El calendario litúrgico, que comienza un nuevo ciclo hoy, tiene una curiosa estructura: se comprende que termine con la exaltación universal de la realeza de Cristo (domingo y semana XXXIV del Tiempo Ordinario), ¡pero es que también comienza con ella! Efectivamente, aunque nosotros asociamos el Adviento exclusivamente a la próxima celebración del nacimiento histórico de Jesús, en realidad litúrgicamente se comienza evocando la segunda venida, no la primera; luego se van fundiendo en las lecturas y textos litúrgicos los dos temas, los referidos a la segunda con los referidos a la primera, y sólo el día 17 de diciembre, es decir una semana antes de la Navidad, los textos hablarán de manera exclusiva de la primera venida, de la Navidad. Y aun así, tampoco hablan de ese acontecimiento como el recuerdo histórico del nacimiento, como si se fuera a celebrar el cumpleaños de Jesús, sino que todo el tono de las lecturas de esas fechas es apuntar a que en el nacimiento se produce la Epifanía: la manifestación visible de lo escondido de Dios en la historia del hombre. Pero eso ya es tema para lecturas más cercanas a la Navidad, quedémonos de momento con el inicio del calendario litúrgico y su curioso "ritornello" luego de haber celebrado el Reinado Eterno de Cristo el domingo pasado y puesto fin a la espera durante toda la semana XXXIV.
El evangelio de hoy proviene del "Discurso escatológico" de Jesús, en la versión transmitida por San Lucas. Se trata de un pequeño recorte, ya que el "Discurso" se va leyendo cada año para estas fechas, en las distintas versiones, y seleccionando fragmentos, que van engarzándose con las otras lecturas del día. Es importante aclarar esto, porque a veces el modo de recortar un texto puede provocar un nuevo énfasis, que se descubra algo que en la lectura continuada puede pasar desapercibido.
Por ejemplo, la cita de hoy es: Lucas 21,25-28.34-36; la falta de los versículos 29 al 33 (que se leen también estos días, pero no hoy), hace que en la lectura quede de manifiesto un fuerte contraste entre una primera parte (versículos 21 a 27) donde habla de las señales cósmicas que culminan con la venida del Hijo del hombre, y 28 a 36 (pero sin el bloque 29-33 ya mencionado), donde el discurso se dirige específicamente "a vosotros", es decir, a la Iglesia.
Esta contraposición es propia de san Lucas: efectivamente, la serie de versículos "cósmicos" tienen su paralelo en Marcos y en Mateo, mientras que el mensaje personal a la Iglesia sólo lo registra de esa manera y en ese contexto san Lucas. En realidad lo que allí dice está también en los otros evangelios, pero repartidos en distintos contextos, mientras que en Lucas ese mensaje personal a la Iglesia asume una especial urgencia al estar puestos en un contexto escatológico.
La "urgencia escatológica", la convicción de que la segunda venida del Señor era algo que esperaba a los creyentes a la vuelta de la esquina, acompañó la predicación y la vida cotidiana de los cristianos en el primer siglo. Sólo después del año 70, cuando pasó la destrucción del templo de Jerusalén y el mundo seguía en el mismo lugar, algunos (mo todos) comenzaron a sospechar que esas palabras de Jesús había que entenderlas de otra manera que "linealmente". Dado que -hasta lo que sabemos- la última etapa de redacción de los evangelios sinópticos es de esa década del 70, ellos resultan un espejo en el que mirar cómo la Iglesia comprendió -y transmitió- el "discurso escatológico", pero no al modo como lo escucharon y comprendieron unos judíos en la década del 30, sino como lo reelaboraron en su propia vida unos cristianos de 40 años más tarde.
Si alguien se preguntara cuál es el "mensaje" de este fragmento cósmico, sobre el sol, la luna, etc. debería preguntarse cómo lo escucharía un cristiano de la segunda generación, que sabe que todo eso no son descripciones del film "El fin del mundo, by Jesus", sino que todas esas son imágenes convencionales (que las encontramos dentro y fuera de los evangelios, en diversos escritos de la época), dichas por Jesús para provocar a sus seguidores a que tomen conciencia de algo. ¿De qué? Ése sí es el "mensaje" del Discurso escatológico: esa comprensión que Jesús quiere provocar en el que lo escucha y que no tiene que ver con unas descripciones de un acontecimiento como "el fin" -que a lo mejor vemos o a lo mejor le toca verlo a otros-, sino que tiene que ver con cada uno de los creyentes de cada época, pertenezcan o no a la generación que vea "el fin". Por eso es tan pertinente el "recorte" que hace la liturgia hoy al amalgamar estrechamente los dos fragmentos del discurso, la "parte cosmológica" y la "parte eclesiológica", porque al leerlas más estrechamente unidas, más a la vista queda esa provocación al oyente que hace Jesús.
De la primera parte, de la parte cosmológica, tenemos, como he dicho, la posibilidad de comparar los tres sinópticos, ya que lo transcriben los tres, aunque, como siempre, con ligeras diferencias. Si tomamos el probable orden en que se compusieron los tres sinópticos (nadie lo sabe del todo a ciencia cierta, pero es lo que habitualmente se acepta) como Marcos - Mateo - Lucas, nos quedan así los tres textos:
Mc 13,24-26:
Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas.
Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria;
Mt 24,29-30:
Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas.
Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria.
Lc 21,25-27:
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas.
Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.
La comparación puede tener su interés, porque se puede ver que sobre la misma predicación fundamental de Jesús, cada uno de los evangelistas -como excelentes predicadores y catequistas- ha "modelado" las palabras en busca de un efecto en su auditorio; no le han cambiado, desde luego, el sentido básico, pero han desarrollado ya sea un aspecto del ritmo, ya otro. En particular podemos ver cómo de Marcos a Lucas el aspecto cósmico ha adquirido pinceladas más vivas y hasta terroríficas. ¿Por qué ese cambio, ese nuevo acento lucano? Porque a san Lucas esta "parte cosmológica" le interesa en relación a lo que dirá Jesús a la Iglesia, a lo que hemos llamado la "parte eclesiológica", así que era necesario que aparecieran en este desbarajuste del mundo no sólo las fuerzas cósmicas sino también los seres humanos -y no sólo como en Mateo, ante el Hijo del hombre ya manifiesto, sino desde antes- para que el lector/oyente puediera hacer el puente entre lo que le ocurre a todos los hombres y lo que le ocurre a los creyentes.
Ya desde antes de la venida del Hijo del hombre el mundo, pero no sólo las fuerzas cósmicas, sino los propios hombres, están "en agitación", "muriéndose de terror y ansiedad", dice muy gráficamente. Habla siempre en tercera persona: ellos, los seres humanos (como si sus oyentes no lo fueran, como si él mismo no estuviera allí como humano), incluso el Hijo del hombre es nombrado en tercera persona... y repentinamente, a versículo siguiente, el discurso cambia de persona: "Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación." (v 29) Notemos, tres veces la referencia a "vosotros": levantaos, alzad la cabeza, vuestra liberación. Ese versículo 29 introduce, entonces, un giro, pero no un giro fortuito, sino un giro preparado por el "fragmento cosmológico" (incluso hay quien podría señalar que también son tres las menciones a "los hombres": perplejos, muriéndose, verán). San Lucas ha logrado hacer visible lo que en los primeros años de la Iglesia, embelesados como estaban con la convicción de que la Venida estaba para ocurrir ya mismo, no se había visto: que todas las referencias de Jesús al "fin" son preámbulos para que los creyentes podamos comprender que no pertenecemos a esos hombres perplejos, muertos de miedo, calados de anisedad, aterrorizados.
Lamentablemente, en cuanto escuchamos estas palabras de Jesús fuera de la clara conciencia que él nos pide de que en la fe hemos sido llevados ya a la vida nueva, se nos vuelve a oscurecer ese sentido prologal, preambular que tenía el fragmento cosmológico, y vuelve a ocupar el centro. Pero el centro no esta allí, claramente, el centro está en las palabras de Jesús dirigidas a "vosotros", es decir, a nosotros:
«Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»
Qué estupendo resumen de lo que caracteeriza una vida cristiana cuando queda en alguna forma alienada de la fe: "cuidado con el vicio, la bebida y los agobios de la vida". La formulación, aunque proveniente de distintos momentos de la predicación de Jesús, es propiamente de Lucas, que toma aquí prestado lenguaje típicamente paulino, muy griego; por ejemplo, podemos compararlo con 1Tesalonicenses 5,7, donde la antítesis de la buena y la mala conducta están representados por la embriaguez: «Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan.»
Precisamente la segunda lectura de la liturgia de hoy, proveniente de 1 Tesalnicenses, incidirá en ese aspecto moral, de conducta práctica frente a la espera del Señor, mientras que la primera lectura, con Jeremías, incidirá en el aspecto más eclesial, en la firme convicción de que, sea cuando sea que vuelva el Señor, su triunfo ya está asegurado.
«Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza» es un tema también recurrente en la predicación de Jesús, pero que Lucas se encarga de destacar en sus escritos: la necesidad de la oración continua. En el fondo el mal que le puede ocurrir al creyente no proviene de afuera, del mundo, sino de dentro suyo, en la forma de una pesadez que lo abotarga y lo entrega a la ensoñación, que le impide, en definitiva, estar despierto. La oración continua -tal como la practica precisamente la liturgia-, el permanente recuerdo de que "aun no se ha manifestado lo que seremos", es el remedio a ese abotargamiento.
Así comienza, entonces, un nuevo año litúrgico. El año pasado leímos para esta fecha a Marcos, y el anterior a Mateo, los pasajes parelelos a éste. Cada uno nos habla, con un énfasis peersonal, de lo mismo: dejar la "angustia del fin" para otros, para los demás, para el mundo, sumido en su propia ansiedad; a nosotros nos corresponde la cabeza levantada, la alegría de la liberación, tan inciertos de cuándo ocurrirá esa plenitud, como ciertos, certísimos, de su invariable resultado: «Señor -nuestra- justicia» (Jr 33,16)
Nota: quienes deseen comparar el distinto tono de los evangelios frente al mismo tema, pueden leer también el comentario al Evangelio del domingo I de Adviento del ciclo B, es decir, el de Marcos