Unos ladrones se robaron al Niño Dios.
Hace unos 200 años, en San Millán de la Cogolla,
una población española,
cuna del idioma castellano y del vascuense.
Es la sacristía del monasterio.
Una escena pequeñita en una esquina.
Es un sobrerelieve dorado.
En madera.
Un detalle salta a la vista: la Virgen, y un pastor, mancos.
Y... falta el Niño.
Los soldados de Napoleón.
Ellos lo serraron.
Brillaba mucho.
Lo creyeron de oro macizo, pero al Niño sólo lo habían bañado en oro.
Bajo tu amparo se acogía tan Divino Niño.
Olfato de ladrón, directo a tu Tesoro.
Tú, le estrechabas con todas tus fuerzas maternales.
Sólo cercenándote la mano, María, pudiéronte arrancar a tu Jesús.
¿Tu mano, Madre, dónde está?
No te importa, ya lo sé.
Ellos huyeron lejos con tu Niño.
Le habrán quitado el oro.
Que habrán vendido a buen postor.
Pero tu Hijo, desnudo ya de oro, ¿dónde está?
No llores, Mamá, que te ayudo a buscarlo.