La Biblia plantea muchos problemas de interpretación; muchas veces vamos con entusiasmo a leerla, pero a poco que comenzamos, ya la danza de nombres, historias, situaciones, e incluso cosas completamente ajenas a nosotros, nos desaniman.
Podemos hacer como los lectores "fundamentalistas", que simplemente se limitan a leer lo que las palabras nudas dicen, sin plantearse que haya nada para interpretar, y entonces "que nos echen el texto que sea, que lo leemos", da lo mismo que se hable de siete días de creación, de serpientes o burras que hablan, de un Dios que baja a tirarle piedras a sus enemigos, de un ejércitos de saltamontes con rostros de hombre, de la cantidad precisa de salvados, o del sermón de la montaña... ni nos plantearemos que nada tenga que significar nada distinto a lo que leemos, ni por qué lo cuenta así. Lo que es extraño es milagro, y ya está.
O bien podemos hacer como hace el promedio de lectores: buscamos en el texto las partes que "me digan algo", que "me dejen un mensaje", y a lo demás, "ya habrá algún especialista que lo entienda".
Ninguna de las dos formas de leer son lo que se dice correctas: la primera porque no respeta la Biblia en su especificidad, en el hecho de que es un libro complejo, difícil, de siglos de escritura, perteneciente a una cultura y un tiempo que no son los nuestros, y que no podemos pretender saltárnoslos sin más; la otra porque no llega a apreciar la Biblia en lo que ella misma es, el lector se contenta con "apacentarse a sí mismo", buscando sólo aquello que esté a su medida.
La Iglesia, contra lo que a veces pensamos, no tiene un libro donde esté encerrado todo lo que significa cada pasaje bíblico difícil, tal libro sería imposible; y aun más: no tiene una única manera de leer que sea "la correcta". Pero a lo largo del tiempo ha ido poniendo en práctica y enseñando ciertas pautas de lectura. Una de ellas es la que formula por primera vez el papa Pío XII, en la encíclica Divino Afflante Spiritu, de 1943, que recoge el resultado y el impulso investigador de los dos últimos siglos de la ciencia bíblica, y los asume como importantes para la Iglesia y para todos los creyentes. El magisterio posterior se ha hecho eco de esa enseñanza en varias ocasiones, pero me gustaría retomarlo desde el modo como lo expresa la encíclica mencionada:
«Pero muchas veces no es tan claro en las palabras y escritos de los antiguos autores orientales, como lo es por ejemplo en los escritores de nuestra época, cuál sea el sentido literal: lo que aquellos quisieron significar no se determina tan sólo por las leyes de la gramática o de la filología, ni por el contexto del discurso, sino que es preciso, por decirlo así, que el intérprete se vuelva mentalmente a aquellos remotos siglos del Oriente, y con el auxilio de la historia, de la arqueología, de la etnología y otras disciplinas, discierna y distintamente vea qué género literario quisieron emplear y de hecho emplearon los escritores de aquella vetusta edad. Porque los antiguos Orientales no siempre empleaban las mismas formas y los mismos modos de decir que hoy usamos nosotros, sino más bien aquellos que eran los corrientes entre los hombres de sus tiempos y lugares.» (D.A.S. nº 20)
Ya con sólo ese pequeño párrafo tenemos toda una gran enseñanza de lo que es la Biblia, y ciertas indicaciones de cómo acercarnos a ella con provecho. En efecto, contra lo que algunos cristianos aun creen sobre la Biblia, que ella debe ser transparente e inmediatamente comprensible, nos dice el papa que la Biblia es un escrito que debemos situarlo entre los de una antigua edad, y además perteneciente a una cultura y a unos modos de expresarse orientales, que nos son ajenos. ¡Esto lo experimenta cualquier lector de la Biblia! pero a veces, por malentender la noción de la "inspiración bíblica" omitimos aceptar que la Biblia, además de ser obra de Dios, es también, y en no menor medida, obra de hombres, con todo lo que esto aporta de distancia cultural e histórica.
Y nos da también una indicación preciosa: no podemos entender un texto bíblico si no sabemos a qué género literario pertenece, ya que lo que el texto quiera decir tiene mucho que ver con el género que el escritor haya utilizado. En lo que sigue intentaremos comprender qué es un género literario, veremos algunos ejemplos de géneros literarios presentes en la Biblia, y trataremos de entender cómo afecta eso a la comprensión del texto bíblico.
En realidad, a pesar de lo usual y omnipresentes que son los géneros literarios, es una noción bastante difícil de definir y teorizar. En principio diremos que un género literario es un "molde expresivo" que permite al escrito dar a su pensamiento una forma tal que le asegure de antemano que habrá otros que lo podrán comprender. Pero esto puede sonar a galimatías, así que mejor comencemos un poco antes, en el acto de la comunicación.
Cuando hablamos queremos comunicar algo, pero eso que queremos comunicar, no lo inventamos desde cero, porque si cada comunicación partiera de cero, no habría nadie que pudiera comenzar a entender algo y avanzar en esa comprensión. Así que, por ejemplo, al comunicar usamos un idioma: el idioma, en el nivel de las palabras, nos asegura que encontraremos algunos receptores de nuestro mensaje que pueden tener algunas herramientas de comprensión.
El código del nivel del idioma consiste en ciertas combinaciones de letras permitidas, otras prohibidas, y otras preferentes, todas juntas forman las palabras de un idioma. Por ejemplo, una "a" antes que una "r" al final de una palabra es muy probable que me indique un verbo en infinitivo (amar, cantar); por supuesto, no es exclusivo, pero como soy hablante del idioma, ya sé que no tengo que buscar una palabra como "mar" en el cajón de palabras de la clase verbo. La misma "a" puesta después de la "r", también en el final de la palabra, me identifica una forma verbal del subjuntivo (como cantara) y si recibe una intensidad tónica especial, me identificará un futuro (cantará). Todo eso, por supuesto, no lo pienso al hablar o al escribir, es lo que se llama "conocer un idioma". No necesito tener ninguna carrera filológica para saber que "caeterum" no quiere decir, en español, nada, es decir, que esa combinación de letras no es significante (aunque sí lo puede ser en otro idioma, como el latín).
Pero nosotros no hablamos sólo con palabras, sino con palabras dispuestas en un cierto orden, en una sintaxis, que tampoco inventamos desde cero para cada comunicación, sino que tenemos recibida, y que compartimos de antemano con nuestros receptores.
En el nivel de la sintaxis, habrá ciertas formas de ordenar permitidas, otras prohibidas y otras que son preferentes, así, si yo digo "que lo dije trajiste ¿lo te?", aunque uso palabras del idioma castellano, nadie me puede entender, porque la disposición de esas palabras no es correcta en la sintaxis castellana; en cambio si digo: "¿trajiste lo que te dije?", ya se volvió comprensible; y aun si digo: "lo que te dije, ¿lo trajiste?", sabemos que aunque las palabras son casi las mismas (sólo se repite el "lo") la distinta disposición y esa misma repetición, le dan a la segunda un énfasis especial, le cambian, en algún aspecto, el significado.
El idioma y la sintaxis son los elementos principales del código de la comunicación, que deben ser compartidos de antemano entre el emisor y el receptor para que pueda producirse una comunicación. Pero todavía dentro de este aspecto del código se suman muchos elementos, como por ejemplo el lenguaje gestual en la comunicación oral, el énfasis tipográfico en la comunicación escrita, etc. Pero además, lo que ocurre en el nivel de las palabras y en el nivel de las frases, ocurre también en los conjuntos de frases organizadas en un discurso: suponen un código discursivo previo que el emisor no inventa cada vez, sino que lo tiene heredado de su cultura, tiempo y entorno: ese código discursivo es el género literario.
Los géneros literarios son entonces formas pre-conocidas de organizar entre sí las frases, que nos aseguran llegar con cierta orientación y rapidez al significado del discurso, a lo que el texto quiere transmitir. Esa organización que aporta el género literario, el emisor no la inventa de cero cada vez, sino que lo toma del acervo de su cultura, que en principio comparte con su receptor.
Bergman da un buen ejemplo aplicado al cine: comienza la película y de las puertas batientes de un salon que ostenta el título fijo y convencional de "Saloon", sale un personaje bastante bien afeitado, acaricia al perro que está amarrado, y sigue, ahora sale otro, barbado, da una patada al perro y sigue... no necesitamos más: estamos en un "western" y sabemos ya quién es el bueno y quién es el malo. Esa escena la hemos visto miles de veces (al menos si hemos visto miles de "westerns"). No nos informó que el primer personaje quiere a los animales, sino que al realizar ese gesto nos contó quién es ese personaje: en la convención del género se da por sentado que el bueno quiere a los animales, mientras que el malo los desprecia. Dicho en términos de información: la escena no nos informó que el bueno ama a los animales, sino que al ver el amor a los animales en acción, nos informó quién es el bueno (lo que se complementa con información adicional como vestimenta, afeitado, y otros múltiples signos).
Esto que ocurre permanentemente en un género visual, como el film, ocurre también en un género literario: ciertas frases no están para decirnos su propio contenido, sino para situarnos frente al contenido general del discurso: para ayudarnos a preinterpretar. Por ejemplo, un texto que comienza con las palabras "había una vez en un país muy lejano..." nos sitúa inmediatamente en un cuento. Pero notemos lo siguiente: las palabras "había una vez" (que literalmente quieren decir que algo existió) sirven en este género literario para decirnos que lo que sigue a continuación no existió nunca. Como ese género literario nos es familiar, pasamos por alto la información de que algo existió y de que ocurrió en un país lejano, es más: decodificamos automáticamente que ni existió ni ocurrió en ningún lado concreto, y nos disponemos a recibir lo que verdaderamente nos está contando el emisor, que es un cuento.
El problema que plantean los géneros literarios es que, como no podía ser de otro modo, están hechos con frases... y las frases sueltas siempre quieren decir algo. Pero cuando una frase está usada para dar forma a un género, su significado literal queda reducido al mínimo, si no es que directamente desaparece, como el caso del "había una vez", cuyo significado literal es, como hemos visto, el contrario del que tiene en el género. Mientras conocemos el género literario, sabemos automáticamente qué frases quiso comunicar el emisor, y cuáles son exigencia del género y por lo tanto no debemos atender a su significado literal. Pero cuando el género nos es desconocido, o no conseguimos situarnos del todo bien frente al texto, esas frases, que normalmente decodificaríamos sin problemas, se vuelven un escollo.
Veamos otro ejemplo de género literario actual, antes de ponernos en busca de los géneros de la Biblia:
«Don NNN ha fallecido a los 76 años de edad, habiendo recibido los santos sacramentos y la bendición apostólica de Su Santidad. D. E. P. Sus afligidos: hijos, BB, AA y CC ...»
Cuando leemos esto, si no tenemos en cuenta su género literario, sino que lo leemos, no como discurso sino como mera acumulación de frases, creemos haber alcanzado un conjunto de informaciones, que podemos tabular en las siguientes proposiciones:
-Don NNN tenía 76 años de edad
-Don NNN murió en tal fecha
-Don NNN recibió antes de morir los sacramentos y la bendición apostólica de Su Santidad
-Por tanto podemos inferir que Don NNN era un católico practicante
-Los hijos de Don NNN se llamaban......
-Los hijos de Don NNN están afligidos por la muerte de su padre
Ahora bien, escogí esta esquela mortuoria de una página de esquelas, que presenta unas 40 por pantalla. En esa misma serie, unas 30 decían "habiendo recibido los santos sacramentos y la bendición apostólica de Su Santidad. D. E. P. Sus afligidos...", mientras que las otras 10 decían sólo "D. E. P. Sus afligidos..." Aunque no conociéramos el género, eso mismo ya nos haría pensar que tal vez no sea tanta la información cierta que tenemos: quizás (muy probablemente) las expresiones "habiendo recibido los santos sacramentos y la bendición apostólica de Su Santidad." y "D. E. P. Sus afligidos..." sean "exigencias del género", es decir, frases que hacen que una esquela mortuoria sea reconocible como tal, y apenas nos aportan información sobre el fallecido. Lo que podemos, sí, deducir legítimamente, es que, puesto que unos hacen alusión a los sacramentos y otros no, unas familias se identifican como católicas y otras no, pero eso no nos dice nada sobre la práctica religiosa del fallecido... ¡ni siquiera sabemos si en realidad recibió los últimos sacramentos! Por la misma razón, tampoco estamos muy seguros de que todos sus deudos estén afligidos.
El conocimiento que nos aporta la esquela queda reducido a lo siguiente: "en tal fecha falleció Don NNN, de 76 años de edad, cuyos hijos se llamaban tal y tal, y era de tradición familiar católica". Allí acaba todo lo que podemos saber con certeza a partir de esta esquela, lo demás va a la cuenta del género; es decir, lo demás sirvió para que reconociéramos el género.
Eso no quiere decir que todo lo que va a la cuenta del género sea falso; en este caso, podría ser que Don NNN hubiera realmente recibido los Sacramentos, y que los hijos estuvieran sincera y completamente afligidos, pero la coincidencia entre lo que el texto dice y la realidad sería puramente circunstancial, porque esas frases no están allí para contarnos eso, sino sólo para organizar el género literario.
En realidad, estamos tan familiarizados con ciertos géneros, que ni siquiera nos planteamos si la información que nos aporta tal parte del texto es verdadera o no: descartamos inmediatamente las frases que corresponden al género, y nos quedamos con lo específico, precomprendido gracias al género, que nos permitió situarnos. Una carta, por ejemplo, va a comenzar, generalmente por un apelativo como "distinguido", o si es más cercano, "apreciado", o más cercano aun, "querido"... pero en ninguno de los tres casos el receptor supone que sea especialmente distinguido, apreciado o querido, sino que sólo entiende que comenzó una carta, y que guarda con su emisor la distancia expresada en el apelativo.
Con un texto moderno y de nuestro mismo entorno cultural no suele haber demasiado conflicto, pero el problema se nos plantea con géneros antiguos, caídos en desuso, o pertenecientes a un contexto cultural tan ajeno al nuestro, que nos cuesta identificar qué aspectos cargar a la cuenta del género, y cuáles nos aportan información específica.
Esto no es privativo de la Biblia, en realidad nos pasa lo mismo con todos los textos con los que tenemos alguna, o mucha, distancia cultural; pero además de esto, la Biblia plantea problemas específicos, que agravan la cuestión:
Fue escrita a lo largo de varios siglos (no menos de siete, pero muchos más si contamos como tiempo de escritura la producción de todo su material previo oral o fragmentario), entre los cuales los moldes expresivos fueron variando, y el material no sigue un orden cronológico, así que nos podemos encontrar con un poema de estilizada y literaria construcción, como Génesis 1, quizás del siglo IV aC, al lado -y casi sin saber exactamente dónde termina uno y comienza el otro- de un relato de tipo folclórico, muy bien escrito, pero con referentes culturales muy distintos al anterior, como es el relato de Adán y Eva de Génesis 2-3, cuyas primeras etapas de redacción escritas se remontan quizás al siglo IX aC, si no es que recoge aun un relato de tradición oral, cuya datación sería completamente imposible. Imaginemos por un momento que ponemos una página del Quijote en su redacción original, y sin ninguna clase de transición pasamos a una página de Miguel Delibes... leído todo eso 5, 10 o 25 siglos después el enredo interpretativo sería de opereta... ¡y es que aun hoy lo es!
Además de esto, la Biblia maneja géneros que conocemos bastante bien, como la carta o el poema, junto a otros que, o nos son casi desconocidos, o sólo los hemos ido desenterrando en los últimos siglos, y aun no conocemos del todo sus reglas. Aunque el creyente de a pie crea que la Biblia está ya del todo conocida, o que al menos hay algunos especialistas para los que no tiene casi secretos... solamente el estudio de este aspecto, el de los génros literarios, es bastante reciente, hace dos siglos que se viene realizando, y no hay aun una completa claridad acerca de a qué género pertenece tal texto, o el alcance que pueden tener tal tipo de texto o tal otro.
A esto se suma un aspecto todavía mayor: el carácter sagrado del libro. Para nosotros los creyentes, la Bilia es inspirada por Dios. Es verdad que ya hoy no se enseña ni se entiende que eso quiera decir que Dios se la "dictó" al hombre, como en sus respectivas creencias se consideran dictados el Corán o el Libro de Mormón. Sin embargo eso se enseñó literalmente así hasta fines del siglo XIX: aun en una profunda y señera encíclica de temas bíblicos como la Providentissimus Deus, de León XIII (1893) se dice como algo comprensible de suyo: "Porque la condición de estos libros no es común, sino que, por haber sido dictados por el mismo Espíritu Santo...". No es que eso impida entender la cuestión de los géneros literarios (y en particular esa encíclica, aunque no con la posteriores palabras de Pío XII, ya apunta hacia la cuestión de los "modos de decir propios de hombres", nº 42), pero presuponer que la inspiración implica el dictado palabra a palabra del texto, dispone al lector poco formado a creer que atribuir tales frases al género y no al contenido comunicado implican decir que Dios es mentiroso.
Quizás esto en teoría suene alambicado, pero vamos a un ejemplo práctico: En Números 22 se nos cuenta la historia de Balaam, en la que nos alecciona en cómo Dios consigue astutamente que una proyectada maldición se convierta en bendición. Sin embargo esta historia principal está entremezclada con un relato tradicional de corte todavía más popular acerca de Balaam y su burra. En el transcurso del relato Balaam le pega a la burra, y a la tercera vez (v. 28) la burra se da vuelta e increpa al profeta: "¿qué te he hecho yo para que me pegues con ésta ya tres veces?".
Todos conocemos relatos donde los animales hablan. Aunque pueden ser de distintos géneros, uno muy típico en la tradición grecolatina es la fábula. La verdad de una fábula está en su enseñanza conductual, en su "moraleja", no en si los animales hablan o no: eso es propio del género, y no necesita ser literalmente cierto para que la fábula sea cierta. Sin embargo, apoyados en que Dios "no puede mentir", los creyentes se vieron obligados (no por ninguna autoridad externa, sino por una pobre comprensión de la inspiración bíblica) a entender como literalmente ciertas afirmaciones como que la burra de Balaam habló, o que la serpiente, antes de la caída, caminaba con patas y hablaba, en vez de reconocer con sencillez que estamos ante géneros literarios que se basan precisamente en "proyectar" conductas humanas en los animales -semejante a lo que hace la fábula-, y que esos episodios no son más reales que el "Estimado AAA" con el que encabezamos una carta a un desconocido a quien no estimamos ni dejamos de estimar.
Aunque hoy no se enseñe que la inspiración de la Biblia implica el dictado del texto, esta comprensión espontánea de la palabra "inspiración" sigue pesando a la hora de juzgar que los recursos literarios usados en la Biblia puedan dejar en mal lugar a Dios, o pillarlo en medio de una mentirilla. Vuelvo a insistir, aun a riesgo de ponerme pesado: las convenciones de cada género literario no transmiten más información que la que permite situar al propio texto en su género, y no son, como información, ni verdaderas ni falsas.
Antes de concluir este aspecto, me gustaría añadir un detalle complementario a esto de la sacralidad del texto: tan importante es, que incluso a algunos autores de la Biblia les resultó un escollo considerar que los textos que heredaban del pasado eran sagrados y debían ser entendidos a la letra: si vamos al mismo texto de Números 22,28, veremos que el narrador que recopiló la fábula tradicional de Balaam y su burra, se sintió probablemente igual de consternado que un cristiano del siglo XVIII ante la cosa tan extraña de que una burra hablara, entonces lo presenta así:
«Vio la burra al Angel de Yahveh y se echó con Balaam encima. Balaam se enfureció y pegó a la burra con un palo.
Entonces Yahveh abrió la boca de la burra, que dijo a Balaam: "¿qué te he hecho yo para que me pegues con ésta ya tres veces?"
Respondió Balaam a la burra: "Porque te has burlado de mí. Ojalá tuviera una espada en la mano; ahora mismo te mataba."»
Es decir, el narrador se sintió obligado para con el lector a explicar que ese acto de la burra era un específico milagro, y no algo corriente: "Yahveh abrió la boca de la burra". ¿Cómo sabemos que esa acotación es del narrador que compiló la historia y no de la propia historia tradicional? ¡Porque en el desarrollo de la historia, que la burra hable no es ningún milagro! Balaam dialoga con ella con completa naturalidad, sin extrañarse en lo más mínimo por el supuesto "milagro".
Otro ejemplo de esto mismo: un poema tradicional recordaba un momento de gran tensión en Gabaón, en la fase de conquista de la tierra prometida: la victoria o derrota de Gabaón a manos de los cananeos podía significar un gran triunfo para Israel o por el contrario, un revés difícil de superar. El poeta expresa la tensión del momento con estas palabras, que si no estuvieran en la Biblia, lo mismo las podríamos encontrar en los poemas homéricos:
"Deténte, sol, en Gabaón,
y tú, luna, en el valle de Ayyalón."
El narrador que compiló la historia de la conquista se sirvió, como es natural, de las fuentes orales y escritas de las que disponía: sagas heroicas transmitidas oralmente, anales de los santuarios, etc. Aunque la Biblia no existía todavía, ese material -que fue la argamasa de la Biblia- ya era reconocido como sagrado y venerado como tal, así que el narrador transcribe el poema, pero le llama la atención esto de que el sol y la luna se detengan; no es tonto: le parece algo imposible, pero así está escrito, y ese escrito viene de la boca del Dios..., así que el episodio redactado dirá:
«Entonces habló Josué a Yahveh, el día que Yahveh entregó al amorreo en manos de los israelitas, a los ojos de Israel y dijo:
"Deténte, sol, en Gabaón,
y tú, luna, en el valle de Ayyalón."
Y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos.
¿No está esto escrito en el libro del Justo? El sol se paró en medio del cielo y no tuvo prisa en ponerse como un día entero. No hubo día semejante ni antes ni después, en que obedeciera Yahveh a la voz de un hombre. Es que Yahveh combatía por Israel.» (Josué 10,6-14)
Notemos cómo ha consignado su descargo de narrador fiel: ¡no lo inventé yo: me lo encontré escrito en el Libro del Justo!
Las notas de una biblia católica usual hasta hace unos 50 años o poco más, argumentaba que la parábola de Jonás debía ser entendida literalmente (como una historia sucedida y no como una parábola), porque si entendíamos la estancia de Jonás en la ballena como una ficción ejemplar y no como un dato histórico, hacíamos mentiroso a Jesús, que en Mt 12,39-40 argumentó su propia resurrección usando el modelo de la estancia de Jonás en la ballena... ¡como si el gran narrador que fue Jesús no hubiera podido utilizar un ejemplo literario, prescindiendo de que haya o no ocurrido históricamente! Evidentemente a Jesús le gustaba la historia de Jonás, la encontraba muy apropiada para resumir su enseñanza (Mt 12,39ss, Lc 11,29ss), pero eso no nos dice nada acerca de si Jonás es una historia o una pieza literaria: son los datos que el propio libro aporta los que nos muestran claramente que estamos ante una parábola.
Entonces, resumiendo, a la cuestión global de los géneros literarios, indispensables para comprender cualquier escrito, se suman en la Biblia los problemas que plantea su amplísimo arco cultural (incluyendo sus tres idiomas, hebreo, griego y en menor medida arameo), la antigüedad de sus textos, las múltiples capas superpuestas de tradiciones, la existencia de géneros mal conocidos o completamente desconocidos, cuyas leyes hay que deducir, y el preconcepto de que al ser literatura sagrada no puede tener "modos de decir" o que la única verdad que transmite debería ser la literalidad de sus palabras desnudas, preconcepto que se encontró operante incluso mientras la Biblia iba siendo escrita, en las capas posteriores de tradición respecto de las más antiguas.
En la siguiente sección vermos en detalle algunos de los géneros usuales en la Biblia.