Dios es nuestro Padre. Es de las primeras cosas que aprendemos en nuestra fe; y el Padrenuestro, por tanto, es la natural oración del cristiano. Sin embargo, esa misma naturalidad hace que sea bueno cada tanto pararse y meditar un poco en qué significa que llamemos a Dios "nuestro Padre", de dónde sale semejante título para Dios, y si no nos terminará pasando como al entorno de Jesús, que se ufanaban de tener por padre a Abraham, mientras no eran capaces de reconocer la obra que Dios estaba haciendo en medio de ellos.
Dado que resulta un poco largo (el tema lo merece, es apasionante), me gustaría comenzar con un resumen del conjunto, para que el lector se oriente en lo que va leyendo, e incluso pueda de antemano ver por qué lado irá la lectura.
1º "Padre" no es un "título de Dios" que se le haya ocurrido a Jesús, arraiga en la religiosidad humana de todos los tiempos y culturas, y por supuesto, está también en el AT.
2º Pero Jesús aporta una clave de lectura nueva e íntima a ese "Padre", que se resume en su invocación "Abbá" ("Papá"), que tan novedosa resulta, que ni siquiera los primeros cristianos se atrevían a repetirla si no era como imitación de Jesús, y su oración, el Padrenuestro.
3º De allí que el Padrenuestro, a pesar de estar tan extendido y ser usado en todas las comunidades de la Iglesia primitiva, se nos conservó por escrito en muy pocas tradiciones, y dentro del Nuevo Testamento, en dos: San Mateo y San Lucas, que no lo recogen exactamente en los mismos términos.
4º Tratando de llegar a lo esencial del mensaje del Padrenuestro a través de esas versiones, vemos que lo propio es dirigirse a Dios en la plenitud del cumplimiento de sus promesas, en la escatología, sin embargo, hacerlo desde el "hoy" del creyente. El Padrenuestro tiende un puente entre la plenitud que esperamos, y este tiempo de peregrinación y debilidad.
El título de "Padre" aplicado a Dios no es algo nuevo en la religiosidad humana; se conoce dentro y fuera de la Biblia, y hay testimonio de ello en textos sumerios, egipcios, y de otros que precedieron al pueblo bíblico, y de los que la experiencia de Israel también aprendió. Joachim Jeremias, exégeta al que aludiré varias veces en este trabajo, cita un himno de Ur, probablemente del tercer milenio antes de Cristo, donde se invoca al dios Sin como «padre magnánimo y misericordioso, en cuya mano está la vida de la nación entera». Invocar a Dios como "Padre" no es una novedad del cristianismo, como tampoco lo es de la Biblia.
Sin embargo, a medida que leemos testimonios extrabíblicos, más notamos que la palabra "Padre" encierra innegables resonancias mitológicas: la divinidad es "padre" del hombre porque lo engendró, porque le dio poder al rey, o a la nación, etc. La Biblia, por el contrario, parece haber tenido un cierto rechazo a aplicar de manera directa ese título a Dios; textos muy antiguos, como los del ciclo patriarcal, más bien prefieren hablar del "Dios de los padres", es decir, el Dios del clan tribal, pero no se afirma que ese Dios sea a la vez padre del clan, más bien el padre del clan es su fundador: Abraham, Isaac, Jacob, etc. Lo más a que llega una tradición muy antigua, y única en toda la Biblia, es llamar a Dios "Padrino de Isaac" (Gn 31,42.53), lo que probablemente sea la supervivencia de una forma peculiar de mencionar a Dios en el grupo de Isaac.
Sin embargo, la Biblia no rehúsa del todo aplicar ese título a Dios, pero lo hace desplazando el significado desde el origen a la Alianza: Dios es padre del hombre, sí, pero no porque lo hizo (ni mucho menos porque lo "engendró") sino porque lo convocó a un Pacto. El fundamento de la paternidad de Dios no está en la creación sino en la salvación, y sobre esto nos darán los profetas bellísimos oráculos donde lo expresan:
«Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo.
Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso.
Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos.» (Oseas 11,1-3)
En Deuteronomio 32,5-6 parece retomar la imagen mitológica de Dios engendrando al pueblo, sin embargo vemos que enseguida la diluye: Dios es "padre" de todas las naciones, porque ha creado a todos, la relación con Israel es especial, no por la creación sino por la elección: "... la porción de Yahveh fue su pueblo". Esa elección, esa alianza, le da a la relación con Dios un tinte especial, que sí puede ser evocado con la imagen del "Padre":
«Cual la ternura de un padre para con sus hijos,
así de tierno es Yahveh para quienes le temen;» (Salmo 103,13)
Dios es Padre, sí, de su pueblo, pero no al modo mitológico, no somos "raza de dioses", como pretenden una y otra vez los poetas paganos: somos hombres, hijos de hombres, desvalidos y un poco perdidos en una naturaleza exuberante, y a los que Dios concedió el enorme privilegio de una filiación que no viene en el origen, sino que espera a su plena realización como coronación de un Pacto inaudito al que somos personalmente convocados.
Jesús no aporta una novedad en ese aspecto, sino en desarrollar él mismo y en enseñarnos a desarrollar una nueva relación de padre-hijo con Dios, que él la significó introduciendo la rareza y osadía de llamar a Dios "abbá", "papá". Cualquier judío podía llamar a Dios "Padre", pero -nos aclara san Pablo- sólo quien posee las primicias del Espíritu se puede dirigir a Dios como "Abbá" (Gal 4,6).
Precisamente para significar ese cambio de relación, el Nuevo Testamento utilizó palabras específicas, aunque no del todo uniformemente: san Pablo, por ejemplo, habla de "uiothesía", filiación adoptiva; la tradición de Juan, en cambio, prefiere reservar la palabra "uiós" (hijo) para Jesús, mientras que los cristianos somos "tekna", otra palabra que también significa "hijo", pero más genérica. El Nuevo Testamento no desarrolló un vocabulario uniforme para referirse al tema, pero está claro que la Iglesia inicial entendía que la relación Padre-hijo de Dios y su Pueblo había cambiado, y se había entrado en una fase distinta, cuyo acceso sólo podía ser Jesús, el "Monogenés", el único engendrado por Dios.
Veinte siglos de cristianismo han extendio el lenguaje cristiano un poco por todos lados, más allá de las fronteras de nuestra fe, y hoy todos los seres humanos se sienten incondicionalmente ligados a Dios como hijos: "todos somos hijos de Dios", se lee y oye; pero me pregunto si eso será un genuino fruto de tantos años de cristianismo, o si no será la simple vuelta de la paternidad mitológica, vástagos y herederos de un dios pasado y muerto, más que convocados a la Alianza con un Dios que vive y da vida, y cuyo Ser aun no ha terminado de manifestarse.
El modo peculiar de la paternidad de Dios enseñado por Jesús se celebra en el Padrenuestro. En los primeros siglos la Iglesia se vio inclinada a considerar el Padrenuestro, no como una oración común, sino como el resumen y quintaesencia del Misterio traído por Jesús, de allí que, sorprendentemente, haya muy pocas fuentes donde esa oración se reproduce por escrito, a pesar de que la rezaban todos los creyentes.
De los cuatro evangelios, sólo dos traen el Padrenuestro (Mateo y Lucas), en dos versiones distintas, mientras que Juan y Marcos, aunque aluden a la paternidad divina, no reproducen la oración de Jesús. Fuera de los evangelios, ningún otro escrito del Nuevo Testamento lo trae, aunque hay algunas alusiones aisladas; principalmente en san Pablo, que habla -como ya hemos visto- en Romanos y en Gálatas de invocar a Dios como "Abbá", en la tradición paulina de Efesios, que recoge el tema de la filiación adoptiva (por ejemplo 1,5), y en otras alusiones indirectas, y quizás en la Carta de Santiago, que polemiza contra los que dicen que Dios "prueba" al hombre: "Ninguno, cuando sea probado, diga: «Es Dios quien me prueba»; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie." (St 1,13) La palabra que utiliza Santiago para hablar de esta "prueba" es "peirasmón", que es la que utiliza el Padrenuestro en su última petición, por eso algunos especialistas piensan que Santiago intenta corregir una comprensión excesivamente literalista de la oración del Señor.
Fuera ya del Nuevo Testamento, la oración se conservó íntegramente en un documento de valor excepcional: el escrito anónimo llamado "Didajé [esto es: enseñanza] de los Apóstoles", que proviene de finales del siglo I, es decir que es contemporáneo de la redacción del Nuevo Testamento, aunque estuvo perdido durante siglos y recién se recuperó a fines del XIX. Allí nos encontramos con la redacción del Padrenuestro casi sin ninguna diferencia con la versión de Mateo, en el contexto de las celebraciones litúrgicas de los cristianos, y se indica que la oración debe rezarse tres veces al día, posiblemente en sustitución del rezo judío de la "Shemá", el "Credo" de Israel, que también acostumbraban (al menos algunos judíos piadosos, costumbre que luego se extendió) a recitarlo tres veces al día. El Padrenuestro de la Didajé termina con la "doxología": "Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos", breve colofón que se conoce también por algunos manuscritos del Nuevo Testamento, pero que no forma parte del texto original ni de Lucas ni de Mateo, sino que, seguramente algún copista descuidado introdujo en algún manuscrito cuando, en vez de copiar, simplemente recitaba de memoria... ¡le pasa a cualquiera! esos pequeños fallos en las copias, y las variantes de manuscritos a las que dan lugar demuestra precisamente el uso extendido de un texto.
Luego ningún otro autor copia el Padrenuestro ni habla por escrito explícitamente de él hasta el siglo IV, del que nos llega un testimonio precioso: la última "Catequesis Mistagógica", es decir, la última enseñanza de misterios que impartía el obispo san Cirilo de Jerusalén a los recién bautizados está dedicada a la liturgia de la misa, e incluye el Padrenuestro. Sin embargo, debe señalarse que no se conservó por escrito adrede, ya que el obispo se cuidaba de poner los misterios por escrito, para que no se vulgarizaran, pero algún catecúmeno (a Dios gracias pensando en cuánto nos perderíamos los posteriores) tomo apuntes de esas enseñanzas y las transcribió. Recién en el siglo siguiente nos encontramos con teólogos y biblistas que, como san Agustín y san Jerónimo, reflexionan por escrito y abiertamente sobre el Padrenuestro.
Tanta cautela nos tiene que llevar a darnos cuenta que el Padrenuestro era recibido más que como un modelo de oración, como una verdadera pieza iniciática, signo de identidad de nuestra fe. Señala el exégeta ya citado, Jeremías, que la frase "enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos" (Lc 11,1), alude a que en el judaísmo de la época el modo propio de rezar formaba parte de la identidad del grupo, por lo que no se trataba sólo de aprender a rezar (cosa que, como judíos, ya sabrían hacer), sino de aprender lo esencial, lo propio de esta pequeña comunidad, cara a Dios.
De hecho, aun hoy, aunque un poco desleído por la repetición y la costumbre, resuena en cada misa este aspecto venerable e "iniciático" con la fórmula con la que se nos invita a rezarlo: "... nos atrevemos a decir".
Puede llamar la atención a lectores modernos, de una época basada en transmisiones escritas y con una concepción "notarial" de la fidelidad de un texto, que en una oración tan veneranda e importante para la Iglesia, se hayan conservado no una sino dos versiones, con las significativas diferencias como las que presentan entre sí san Mateo y san Lucas, además de las pequeñas variantes introducidas por los copistas en las distintas tradiciones textuales de uno y de otro, fruto, como ya señalé, de que posiblemente cuando llegaba esa parte el copista escribía lo que su memoria le dictaba (es decir, tal como estaba acostumbrado a rezarlo) más que lo que decía ocasionalmente el lector del "scriptorium". La misma Didajé, aunque sigue a san Mateo, presenta algunas vaariantes. Ya en las traducciones latinas, la expresión "el pan nuestro 'epiúsion'" fue traducido como: "cotidiano", "supersustancial", "perpétuo", "necesario", "que adviene" y "de mañana", seis interpretaciones distintas entre las que cuesta encontrar una cierta unidad de concepto, señal de que provienen no de un mero proceso de traducción, sino de una verdadera y honda meditación continuada a lo largo del tiempo.
Los textos antiguos, y sobre todo los textos religiosos, no se han transmitido como nosotros lo imaginamos, por copistas "ascépticos" que consideraban un orgullo la fidelidad a la letra; han comenzado más bien por un proceso de rememoración-enseñanza, propio de la tradición oral, que hace que en muchos casos no sea posible llegar a discernir "cómo fue" el original, eso que tanto nos ocupa y preocupa a nosotros. Para la tradición oral, el original es la rememoración, es lo impactado en la vida del que transmite el recuerdo.
Con esto no descarto la explicación de que las dos versiones del Padrenuestro puedan deberse a dos recitaciones distintas que haya hecho el propio Jesús (explicación apologética que se daba hace tiempo). Desde luego que es posible que Jesús haya recitado muchas veces el Padrenuestro, y no tiene por qué haberlo recitado siempre igual. Pero las variantes, como explica un exégeta actual, James Dunn, se comprenden mucho mejor si se toma en cuenta el proceso de transmisión de la tradición oral, que consiste en la captación de un núcleo esencial invariable, que luego va recibiendo "aportaciones" y "precisiones" en el proceso de transmisión que van haciendo que eso esencial quede adaptado a los distintos contextos en los que se usa. Hay muchísimos ejemplos de este procedimiento de transmisión, usual hasta la actualidad en las pocas culturas orales, o principalmente orales, que quedan.
Por supuesto, a las variantes propias del proceso oral de transmisión hay que añadirle las variantes que se producen naturalmente en cualquier traducción, por lo que, teniendo en cuenta que Jesús lo enseñó posiblemente en arameo, el solo hecho de pasar al griego, produce ya un nuevo texto. Aunque esto no explica todas las diferencias.
La pregunta "¿cómo fue el Padrenuestro que recitó Jesús?" no tiene, en realidad, respuesta, por lo que no es una pregunta válida. la pregunta sería más bien "¿qué es lo que la tradición oral transmitió como esencial por parte de Jesús en el Padrenuestro?" Y allí sí, una pequeña comparación de los dos, de Mateo y de Lucas, muestra cuál es ese núcleo sustancial, sobre el que luego pueden comprenderse las variaciones, pequeños melismas que le dan vida al texto:
Mt 6,9-13 | Lc 11,2-4 |
Padre nuestro [que estás] en los cielos, | Padre, |
santificado sea tu Nombre, | santificado sea tu Nombre, |
venido sea tu Reino, | venido sea tu Reino, |
hecha sea tu voluntad, [tal] como en en cielo, sobre la tierra. | |
El pan nuestro 'epiúsion' dánoslo [precisamente] hoy; | El pan nuestro 'epiúsion' ve dándonoslo cada día; |
y perdónanos nuestras deudas, | y perdónanos nuestros pecados, |
como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; | pues perdonamos [siempre] a todos nuestros deudores; |
y no nos metas en tentación, sino [más bien] líbranos del mal. | y no nos metas en tentación. |
El cuadro sigue el método comparativo de tradiciones de Dunn, pero he utilizado mi propia traducción literal de los dos, para ser lo más fiel posible a las diferencias en el texto griego. Entre corchetes hay palabras que no figuran en el texto original pero ayudan a completar el sentido o marcar aspectos implicados en las formas griegas. Sólo he dejado de traducir "epiúsion", que nos llevará una buena elaboración, pero nos ayudará, creo yo, a comprender -y también disfrutar- mejor esta oración.
Como vemos, hay algunas palabras que la tradición oral considera invariantes: la invocación de Padre y las dos peticiones iniciales; en lo demás parece que las versiones se han transmitido más por el sentido general que por la memorización de las palabras. Eso es muy propio de la transmisión en una cultura primordialmente oral: hay una atención connatural al sentido y a la estructura general, más que a esta o aquella palabra concreta, y son ese sentido captado y esa estructura los que marcan la pauta de la transmisión. Una analogía moderna de ese proceso, incluso en medio de nuestra tradición escrita, lo tenemos en los textos litúrgicos: por ejemplo, en el mismo Padrenuestro, aunque la versión oficial pasó de "deudas" a "ofensas" a mediados de los '90, la versión "deudas" no desapareció del todo, y sigue siendo recitada, sobre todo por personas mayores, y nadie supone que ese Padrenuestro sea "incorrecto". Otro ejemplo: en una misma asamblea litúrgica se puede escuchar que unos recitan, en el Gloria, "en la tierra paz a los hombres que ama el Señor", mientras que otros recitan "en la tierra paz a los hombres que aman al Señor": se percibe allí algo que parece que tiene que ser corregido (a nuestra sensibilidad religiosa actual le choca que pudiera entenderse que Dios ama a unos más que a otros), y sin embargo el oído colectivo se resiste a introducir el cambio... en fin, el proceso de oralidad es fascinante y riquísimo, basta escuchar un solo domingo las distintas voces que suenan en el nunca uniforme coro de creyentes, para encontrarse en vivo con lo que debió haber sido en los primeros creyentes el intercambio de "lo que habían visto y oído" inmediatamente después de la Pascua.
Vayamos entonces a tratar de entender algunas peculiaridades de expresión del Padrenuestro, con la vista puesta en preguntarle, ya a Mateo, ya a Lucas, por qué transmitieron tal o cual variación.
Sobre la invocación "Padre" como (limitada) traducción griega del "Abbá" (Papá) que usó Jesús no me extenderé demasiado: en esto el mencionado Jeremías es la mejor fuente ya que ha sido él el que llevo a primer plano esta cuestión en la exégesis actual (referencia de su obra al final de mi escrito). Llama, sí, la atención que la Iglesia de habla griega no haya hecho un mayor esfuerzo por encontrar un equivalente más exacto al íntimo y cotidiano "Abbá" usado por Jesús. La razón posiblemente tiene que ver con que esos primeros cristianos percibieron con mucha claridad que el modo como Jesús se dirigía a Dios sólo era admisible en Jesús, o inspirado por él... no se trataba de "imitar" a Jesús, sino que para poder llamar a Dios "Papá" había que propiamente estar en la piel de él. Creo yo que en esto de no buscar un equivalente más exacto obró un cierto temor reverencial hacia la magnitud de la osadía religiosa de Jesús.
El "nuestro en los cielos" que aparece en Mateo, o "nuestro en el cielo", según la Didajé, y que no está en Lucas, es típico de una adaptación litúrgica; el texto se vuelve más solemne, y hasta precisa de una frase un poco más larga para que estén ya todos juntos recitando las dos siguientes y fundamentales cláusulas:
santificado sea tu Nombre
venido sea tu Reino
Lo traduje de esa manera un poco recargada para hacer notar la simetría que tienen estas dos frases en griego: las dos están en voz pasiva, pero además en una modalidad que se usa mucho en la Biblia y que se llama "pasiva teológica" que es cuando adrede el texto omite al agente de la acción... porque es el propio Dios, al que debe nombrarse lo menos posible para no banalizarlo. El sentido de la doble petición sería:
Santificado sea por ti tu Nombre
Venido sea por ti tu Reino
Es curioso, pero creo que si hiciéramos una encuesta, la gran mayoría diría que lo que la primera petición pide es que el mundo, la gente, los creyentes, etc... santifiquen el Nombre de Dios. Pero eso no lo expresaría el texto por medio de una "pasiva teológica". No se trata aquí de la santidad que los demás reconocen, sino de la santidad que el propio Dios por fin hará visible ante el mundo. Un cántico de Siracida que usamos en la liturgia (Eclo 36,4-5) dice:
«Como les mostraste tu santidad al castigarnos,
muéstranos así tu gloria castigándolos a ellos:
para que sepan, como nosotros lo sabemos,
que no hay Dios fuera de ti.»
La idea que está en la base es que no es el hombre el que ve y reconoce la santidad de Dios, sino Dios el que muestra y "obliga" a ver su santidad, que es lo mismo que decir la santidad de su Nombre.
Ahora bien, otro aspecto interesante de las dos peticiones, es que en la típica redacción bíblica esas dos cláusulas son equivalentes. Para nosotros no dicen lo mismo, porque no razonamos en sintonía con el lenguaje de la Biblia, pero para ella ese dístico forma lo que se conoce como un "paralelismo sintético", es decir, una pequeña unidad poética donde se rodea el mismo concepto por medio de dos expresiones que se perciben como equivalentes, y que por lo tanto se refuerzan mutuamente: manifestar por fin públicamente la santidad del Nombre es dar por llegado el Reino, acción que también sólo puede hacer Dios; y similarmente, traer el Reino es manifestar la santidad del Nombre. Todo en conjunto forma la consumación a la que aspira el Padrenuestro.
Otro autor bíblico, perteneciente a otro universo de lenguaje como es un apocalipsis, pero dotado de la misma sensibilidad bíblica, pondrá en boca de los ángeles:
"...'¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu Nombre?
Porque sólo tú eres santo,
y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti,
porque han quedado de manifiesto tus justos designios." (Ap 15,4)
La dupla "santidad del Nombre" y "reinado de Dios" es indisoluble en la Biblia, pero ¿habrá querido Jesús decir eso? ¡seguramente! y en este caso lo sabemos casi con certeza total, de esa certeza que pocas veces puede invocarse en una interpretación bíblica: lo sabemos porque Jesús no fue original en la construcción del dístico, sino que comenzó su oración con un texto que les era familiar a él mismo y a sus discípulos, el "Qaddish", una oración tradicional con la que concluían los rezos, y que, aunque conocemos por versiones posteriores, parece casi probado que proviene de antes de la época de Jesús y estaba en uso en ella (aunque algunos autores, como Meier, ponen en cuestión esta supuesta certeza). El Qaddish que habría conocido Jesús, tal como lo han reconstruido los especialistas a partir de versiones posteriores, dice:
«Glorificado y santificado sea su gran nombre en el mundo, que él ha creado a su gusto;
que él haga reinar su reino en vida vuestra y en vuestros días y en las vidas de toda la casa de Israel,
muy pronto y en un tiempo cercano»
Aunque es un poco más recargado, por tratarse de una oración conclusiva, se reconoce perfectamente los dos elementos: la santificación del Nombre y la venida del Reino, así como la acción de Dios comprometida en ello, y el hecho de que se concibe esas acciones no como dos distintas sino como un todo.
Lo que es importante recalcar tanto en el Qaddish como en el inicio del Padrenuestro es que no se habla de una acción cotidiana, sino de una acción escatológica, algo que realizará el propio Dios y que por tanto inaugura el tiempo nuevo de su reinado definitivo.
Quizás deberíamos tener un poco más en cuenta al rezar el Padrenuestro este "escatologismo" para evitar convertir el "Venga a nosotros tu Reino" en un horizontal "que instauremos nosotros, por nuestra cuenta, repartiendo raciones de pan por medio de Cáritas, la deseada justicia social entre los pobres del barrio". Las acciones sociales realizadas por el cristiano tienen -o deberían tener- un sabor a "anticipo del Reino", pero el único que realmente puede instaurar su Reino es el propio Dios, cuyo tiempo no es el nuestro, y cuya noción de justicia trasciende a la nuestra. Hay una dimensión de futuro y de expectativa en el Padrenuestro, que no puede quitarse, a riesgo de convertirla en oración in-significante.
Ahora bien, en la versión de Mateo, y en la que usamos nosotros en la liturgia (basada fundamentalmente en Mateo), así como en la versión de la Didajé, no hay dos peticiones iniciales sino tres:
"Hecha sea tu voluntad, tal como en el cielo, también sobre la tierra".
La cláusula se inicia también con una pasiva idéntica a las otras, y hay distintas opiniones sobre la cuestión de si es una modificación introducida por Mateo, o una versión distinta recitada en otra ocasión por el mismo Jesús. Creo yo, siguiendo a Dunn, que puede entenderse perfectamente como una variación dentro de un proceso complejo de transmisión oral: la tradición conservó el sentido general y la estructura, pero introdujo una variante en el texto posiblemente para aclarar un poco más lo anterior, quizás a la vista de que la llegada del Reino y la santificación del Nombre se retrasaban: en definitiva todo depende de una inescrutable voluntad de Dios, que no podemos ni apurar ni condicionar. "Sea hecha (por ti) tu voluntad" completa el paralelismo volviéndolo progresivo, de tal modo que podemos marcar una mayor profundización del pedido: santidad, reinado, voluntad, como círculos concéntricos en los que se va manifestando Dios.
Podría también pensarse (aunque es, por supuesto, sólo una hipótesis) que la tradición oral adaptó la fórmula para alejarla del Qaddish, cuando la propia sensibilidad cristiana iba percibiéndose más y más distinta al judaísmo, cosa que quizás a la tradición de donde partió Lucas no le fue necesaria, ya que como él hablaba a un público bastante más ajeno a las cuestiones rabínicas, la doble petición no les hacía acordar a nada en especial.
"En la tierra como en el cielo" termina de modificar todo el conjunto, no sólo la tercera petición, y nuevamente se limita a explicitar lo que ya está contenido en las peticiones: que sea visible para todos lo que de momento sólo es visible para los habitantes del cielo: la santidad del Nombre, el Reino y la voluntad divina.
Cerramos entonces estas dos o tres peticiones introductorias llamadas normalmente "peticiones-tú", que por el sentido paralelístico debemos considerar una única, y abrimos la segunda sección, de las tres llamadas "peticiones-nosotros", porque se refieren a la acción de Dios en los peticionantes.
La primera es, de lejos, la más difícil, sobre todo por ese "epiúsion", al que nadie se puede jactar de haber podido explorar a fondo, a pesar de dos mil años de producción exegética sobre él.
En el uso griego normal significa "para el día", usado a veces en el sentido de "cantidad suficiente para un día" o en el sentido de "lo de todos los días", es decir, lo cotidiano, que es la traducción que finalmente prevaleció en la liturgia latina, y por extensión en la castellana.
Sin embargo la composición de la palabra está relacionada con el participio futuro del verbo "epeimi", que significa estar presentándose, advenir, lo que, al tratarse de un participio futuro, lleva implícita la idea de lo que va a venir, lo de mañana: "el pan de mañana, dánoslo ya ahora". Incluso la forma que usa para decir "hoy" ("sémeron") es enfática, como si dijera: precisamente hoy, ya hoy. Vemos que está en perfecta sintonía con el "mañana" escatológico del que hablaban las peticiones-tú, sólo que ese mañana ya se da por llegado: es hoy.
Dice J. Jeremías que san Jerónimo (no he podido verificar la referencia) menciona que en el evangelio arameo de los Nazareos, un evangelio no canónico, figuraba la petición así: "el pan nuestro de mañana dánoslo hoy". Aunque este evangelio es posterior a san Mateo y basado en él, seguramente el copista hizo lo que ya hemos visto que hacía cualquier copista: ante un texto tan conocido y usado litúrgicamente como el Padrenuestro, no copiaba de terceros, sino que refrescaba de su propia memoria, por lo que la forma aramea debía recoger lo más parecido a la forma que usó Jesús.
Es posible, pero lo que seguramente es cierto es que la fórmula aramea recitada por Jesús debió haber sonado bastante intraducible, o bastante difícil de interpretar en griego, porque también san Lucas tiene problemas para redondear la idea:
-san Mateo usaba el verbo dar en un imperativo aoristo, una forma común, mientras que san Lucas recurre a un imperativo presente, que le permite expresar la idea de continuidad, quizás de advenimiento, quizás de inicio de un proceso. Yo lo traduje como un "ve dándolo".
-san Mateo habla de hoy (por oposición al mañana siempre futuro), mientras que Lucas habla de "día por día", que no se opone a lo de Mateo, pero marca otro matiz.
En conjunto los dos exploran en los matices de ese "pan epiúsion" que parece que no consigue llevarse bien con el griego, pero que al menos vemos que tiene que ver no sólo con el pan "de cada día", el que aumenta de precio y sale hoy bueno y mañana un poco húmedo, sino con el pan que normalmente recién se haría posible cuando esté manifiesto del todo el Reino, pero que Jesús enseñó al cristiano que podía pedirlo ya para hoy (y para mañana, y para cada día), como anticipo y prenda de un futuro seguro de manifestación de Dios.
Es perfectamente comprensible que la Iglesia haya visto en el Padrenuestro una oración eucarística, aunque cuando Jesús lo recitó no hubiera sido aun instaurado el "Pan del cielo". Podían entender perfectamente el matiz escatológico los oyentes originales, que no conocían la Eucaristía porque aun no existía, pero contaban con la imagen muy veterotestamentaria del maná, el "pan de ángeles", siendo como era que todo lo que evocara el éxodo y el desierto era percibido como alusión a los tiempos felices en que Dios y su pueblo pactaron la Alianza.
Todo esto no quita que podamos rezarlo pensando en el pan "concreto" y por tanto en las necesidades cotidianas de nuestro desvalido ser. Pero sobre ellas nos advirtió Jesús que no debíamos preocuparnos, ni del comer, ni del vestir, ni del trabajar, ni del viajar, y todo lo demás estaba ya allí contenido, a la mano. Entonces vale pedir "el pan de la tierra", pero no como lo importante, sino como lo que accesoriamente se verá realizado en cuanto nos afanemos y desgastemos por el pan del cielo, que no perece.
La segunda petición-nosotros parece un poco más sencilla, aunque también se las trae: "perdona nuestras..." "deudas", dice Mateo, "pecados", dice Lucas, "ofensas", dice la versión litúrgica castellana actual. Parece que la motivación para cambiar "deudas" por "ofensas" en la versión castellana actual, revisada enlos '90, fue que el horizonte de endeudamiento de los países latinoamericanos, y la reflexión un tanto economicéntrica de la teología de la liberación por aquellos años, oscurecía el sentido primordialmente religioso de estas "deudas" cuyo perdón pedimos a Dios, y que tan bien captó san Lucas traduciendo "nuestros pecados". Con esto mismo coincide el exégeta que nos está ayudando en este trabajo, Jeremías, para quien detrás de "deudas" resuena un concepto arameo, "hobá", que significa tanto "pecado" como "deuda en dinero".
Si Jesús dijo eso, tal vez la mejor opción sea dejar la cosa tan ambigua como la recibieron sus oyentes: ellos no determinaron ni decidieron entre deudas monetarias y pecados, sino que rezaron la petición repitiendo el concepto, ya ambiguo, que había usado Jesús. Pero ¿era verdaderamente ambiguo el concepto?
Veamos:
«Cada siete años harás remisión.
En esto consiste la remisión. Todo acreedor que posea una prenda personal obtenida de su prójimo, le hará remisión; no apremiará a su prójimo ni a su hermano, si se invoca la remisión en honor de Yahveh.
Podrás apremiar al extranjero, pero a tu hermano le concederás la remisión de lo que te debe.
Cierto que no debería haber ningún pobre junto a ti, porque Yahveh te otorgará su bendición en la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia para que la poseas, pero sólo si escuchas de verdad la voz de Yahveh tu Dios cuidando de poner en práctica todos estos mandamientos que yo te prescribo hoy.
Sí, Yahveh tu Dios te bendecirá como te ha dicho: prestarás a naciones numerosas, y tú no pedirás prestado, dominarás a naciones numerosas, y a ti no te dominarán.
Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, en alguna de las ciudades de tu tierra que Yahveh tu Dios te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia.
Cuida de no abrigar en tu corazón estos perversos pensamientos: "Ya pronto llega el año séptimo, el año de la remisión", para mirar con malos ojos a tu hermano pobre y no darle nada; él apelaría a Yahveh contra ti y te cargarías con un pecado.
Cuando le des algo, se lo has de dar de buena gana, que por esta acción te bendecirá Yahveh, tu Dios en todas tus obras y en todas tus empresas.
Pues no faltarán pobres en esta tierra; por eso te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra.
Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se vende a ti, te servirá durante seis años y al séptimo le dejarás libre.
Al dejarle libre, no le mandarás con las manos vacías; le harás algún presente de tu ganado menor, de tu era y de tu lagar; le darás según como te haya bendecido Yahveh tu Dios.»
Estas magníficas leyes sociales pertenecen al Deuteronomio 15,1ss. Nadie sabe en realidad si se llegó a aplicar alguna vez la remisión de deudas de los años sabáticos, o se consideraba cosa que sólo iba a poder ocurrir en el Israel restaurado, pero lo cierto es que es un precedente de que en la idea escatológica de reinado de Dios entraba la idea de una remisión de deudas, concretas, monetarias. Es verdad que esas deudas son símbolo de una deuda más interior, el pecado. Pero para la Biblia no hay una oposición entre uno y otro: el que debe dinero es "propiedad" de su acreedor, y el que ha pecado ha perdido su libertad... una y otra son caras de la esclavitud: en el Reino se romperá toda esclavitud, no sólo la del pecado, también la económica, y de eso, creo yo, habla la petición del Padrenuestro. Nuevamente la petición-nosotros adelanta a hoy lo que las peticiones-tú daban por hecho que era para mañana.
Sin embargo Jesús introduce por primera vez en esta oración una condición: hasta ahora todo dependía de Dios, pero en esto, depende del hombre: puedo pedir, en la medida en que ya comencé por mi parte con la remisión de deudas de mis propios deudores, sólo así me puedo plantar frente a Dios a suplicarle que haga lo propio con mis deudas. Está clarísimo que ese "como nosotros" no hay que entenderlo en sentido de ejemplaridad (hazlo a la manera en que lo hacemos nosotros) sino de condición: nosotros ya comenzamos, por eso podemos pedirte que comiences.
Mateo y Lucas, es decir, la variabilidad propia de la tradición oral, han acentuado a su manera ese comienzo de la remisión:
-Mateo transmite el verbo en perfecto, como una acción completada: "ya hemos perdonado"
-Lucas (nótese que en paralelo con el "cada día" de la petición anterior) utiliza un tiempo de valor contínuo: vamos perdonando
Cada uno con su matiz los dos recogen la petición que condiciona nuestra posibilidad de pedir perdón a nuestra condición de perdonadores, condición a la que Jesús daba muchísima importancia y que repite en ditintas formas (enseñanza, parábola, mandato, etc.) en muchos pasajes de su predicación. Es, por lo tanto, no algo accesorio sino completamente central, tanto que de nada nos valen los diez mil padrenuestros que recemos en nuestra vida si no comenzamos por una acción que debe anteceder: no "estar dispuesto a perdonar" sino hacerlo efectivamente. El que no lo hace así, pierde su tiempo con esta oración, que contiene su propia cláusula de nulidad. ¡Menuda trampa nos tendió Rabbí Yoshua!
Y precisamente mencionando trampas, se abre paso la última petición: no nos metas en "peirasmón", en tentación, en trampa, en prueba.
Ya sé: "no nos metas" suena mitológico, primitivo y horrible... pero eso es lo que dice, y no lo que Jesús hubiera dicho caso de cursar teología católica o leer el Catecismo de la Iglesia. La versión latina (que sigue siendo oficial en la liturgia occidental) dice "ne nos inducas", "no nos metas dentro". Los autores se esfuerzan en mostrar que cuando Jesús dice "no nos metas" quiere decir "no nos dejes que nos metamos"; esfuerzos dialécticos muy valiosos, pero para los que basta la advertencia de Meier:
"... conviene recordar que muchos autores del AT y del NT no se preocupaban por cuestiones de causalidad primaria y secundaria. De acuerdo con su intenso monoteísmo, generalmente expresado en narraciones míticas y no mediante teología filosófica, solían atribuir todos los acontecimientos a Dios, sin gran
cuidado de si esos acontecimientos eran buenos o malos. Lo importante era excluir cualquier segundo poder, bueno o malo, que pudiera parecer igual a Dios. Esa fe sencilla y directa en el único Dios que gobierna todas las cosas está en perfecta consonancia con las peticiones sencillas y directas que componen el padrenuestro. La preocupación sobre si Dios causa directamente el mal o si se limita a permitirlo reside más allá del horizonte de esta simplicísima oración." (Meier, op. cit. bibl. pág. 367)
Advertencia rotunda y oportuna: no sobrecargar el texto con preocupacioens teológicas que caen fuera de su horizonte. Ya vendrá Santiago a aleccionar a los cristianos sobre que Dios no tienta ni causa tentación, pero lo que dice el Padrenuestro es aun anterior y, si se me permite, de mayor nivel: pidamos cada día a Dios no caer en medio de la Prueba.
Hacen bien de todos modos en aclarar algunos exégetas que la "prueba" o tentación a la que se refiere aquí, aunque puede tener que ver con las pruebas de cada día, tiene mucho más que ver -en consonancia con el sentido escatológico de todo el Padrenuestro- con la gran "prueba final", aquel Día que, si Dios no lo acortara, ni los santos habrían de resistir, según la expresión de Marcos 13,20. Es verdad que es incómodo hablar hoy de estas cosas, y que no debemos vulgarizarlas ni convertiras en predica agitafantasmas, del tipo de la usada por las sectas. Pero no menos cierto es que Jesús habló de ello, y que su mensaje contiene la referencia a uan plentud de Reinado de Dios que aun no se ha realizado y que no tiene proporción con el orden del mundo tal como lo conocemos, ni siquiera si funcionara todo más o menos decentemente.
Posiblemente debamos aceptar, sin que podamos apelar a ninguna imagen demasiado imaginativa, que así como no podía Jesús realizar la plenitud de vida Divina encarnada sin pasar por la muerte, y no cualquier muerte, sino muerte de tribulación, en la cruz, no puede este mundo recibir su plenitud de Reinado divino, sin pasar por su tribulación y muerte. Cuánto signifique eso de prueba para el creyente, ni lo sabemos, ni lo podemos prever, pero en el Padrenuestro nos enseña Jesús a pedir ser librados de esa Prueba, y como buenos discípulos, creo que viene bien aprenderlo.
Y aquí termina, en el testimonio de Lucas, el Padrenuestro, que mira al presente, sí, pero con ojos de futuro, mira al hoy transfigurado en el mañana, o, como dicen algunos teólogos, se maneja en un horizonte de escatología en realización: ya está aquí todo, pero aun no se ha manifestado.
La tradición de Mateo expresó la última parte en una fórmula más larga: "no nos metas en la tentación, más bien líbranos del mal". La segunda parte no añade nada nuevo a la primera, se limita a explicitar, posiblemente para que se tome una mayor dimensión de esa "tentación", que no se trata de un mal cualquiera, sino de "El Mal", y por tanto quizás no nos baste ante él sacar pecho: lo conveniente es pedir ser librados. La versión latina ha jugado un poco más con el concepto, "liberanos a Malo", lo que permite traducirse como "libranos del Mal" o "Líbranos del Maligno", doble sentido que no está en griego, y al parecer tampoco en arameo, pero que sin embargo, como hemos visto, es legítimo incluirlo como el horizonte de peligro en el que se mueve toda esa cláusula.
Jesús concluyó su oración con esta referencia al Mal que será dejado de lado cuando llegue la manifestación total del Reino. Eso no quiere decir que la oración tenga que terminar allí. Luego de mencionarlo avarias veces es hora de que cite explícitamente a Jeremías, con un pasaje que casi finaliza su escrito, y pondrá el cierre al mío:
«Una oración que terminase con la palabra "tentación", es totalmente impensable dentro del ámbíto palestiniano ... en el judaísmo era usual finalizar numerosas oraciones con un "sello", con una alabanza de formulación libre para el que oraba. Tal fue también, sin duda alguna, la intención de Jesús respecto al padrenuestro; y así lo practicó la comunidad cristiana en sus prímeros tiempos: el padrenuestro se termimaba con un "sello", es decir, con una doxología de formulación libre por parte del que rezaba.»
Dicha doxología no es otra que la que ha reincorporado la liturgia actual en la misa, tomándola de algunos manuscritos antiguos: «Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por siempre, Señor."
Joachim Jeremias trata varias veces la cuestión de "Abbá" como invocación propia y típica de Jesús, y por tanto del sentido general del Padrenuestro. Su obra más relacionada con este tema es:
"Abbá y el mensaje central del Nuevo Testamento", serie de ensayos publicados originalmente entre 1966 y 1976, y en español por Ediciones Sígueme, Salamanca, en 1981. Las alusiones que he hecho en este artículo se refieren al artículo «El padrenuestro en la exégesis actuaL», pág. 215-237
La cuestión de la tradición oral como un modelo de comprensión de semejanzas y diferencias más allá de los procesos literarios, mucho más estudiados, es algo que casi debería ser de sentido común, pero está recién apareciendo en la exégesis bíblica, que se va desempolvando por fin de su excesivo "libricismo". El primer representante consecuente de esta línea que yo conozco es James Dunn, con su obra:
"El cristianismo en sus comienzos I: Jesús recordado", edición aun en curso, cuyo primer volumen es del 2003, editado en español en 2010 por Ediciones Verbo Divino. Las alusiones que hice y el cuadro comparativo del Padrenuestro se encuentran en el capítulo 8, especialmente en la pág. 273ss.
Meier es el mejor exponente, por lejos, del método histórico-crítico para alcanzar los "ipssisima verba" (las palabras mismas) de Jesús, lo que es decir alcanzar, casi tocar, al Jesús histórico desde el punto de vista de los evangelios tal como los tenemos redactados. Trabaja por tanto en otros aspectos que los de Dunn. Su obra más conocida en español, "Un judío marginal" es, además de valiosa por sí misma, un buen correctivo para el entusiasmo de algunos autores como Jeremías, que trabajan sobre las palabras arameas que pudo haber dicho Jesús como si las tuviéramos grabadas en algún CD. La sección sobre el Padrenuestro se encuentra en:
"Un judío marginal", tomo II-1, pág. 355ss. La edición original del libro es de 1991, editado en español en 1999, por Ediciones Verbo Divino.
Mi artículo "Algunos procedimientos poéticos de la Biblia" puede servir como sumaria introducción a la cuestión del paralelismo en la Biblia, tan importante para comprender sus textos poéticos.
Hay un Cuaderno Bíblico Verbo Divino dedicado a la cuestión de la paternidad de Dios y de la oración del Padrenuestro. No lo he utilizado para mi escrito, pero vale la pena para ampliar algunas de las cuestiones que yo apenas he podido apuntar, o para conocer otras opiniones sobre lo mismo:
"Dios, nuestro Padre", por Jean Pouilly, Cuaderno Bíblico número 68, 1990, 60 págs.
Estas obras se pueden encontrar en librerías y bibliotecas físicas, y también, excepto la de Dunn, en internet, en pdf. Aconsejo buscar en nuestra Biblioteca.
Querido Abel este escrito La oración de Jesús, oracion del cristiano , lleva ya 6 años plasmado en el portal y sabias que lo que escribimos, pensamos, decimos le llega a Dios es como una Carta de amor y decirle , si te entiendo amado mio Dios Padre que nos hizo a todos y dedicastes tu tiempo tus hermosas horas tu cabecita centrada en el amado y valla que está extenso y bien definido este Escrito del 5 de Julio de 2012 veré que puedo trasmitir Dices 1 . Padre no es un titulo de Dios que se le haya ocurrido a Jesús .
2 . Pero Jesús aporta una clave de lectura nueva e intima a ese Padre, que se resume en su invocación "Abba" (Papá) 140/225 precioso diré yo ni siquiera los primeros cristianos se atrevían a repetirla si no era como imitación de Jesús , y su oración el Padrenuestro . De alli que el Padrenuestro, doce letras a pesar de estar tan extendido y ser usado en todas las comunidades de la iglesia primitiva se nos conservó por escrito en muy pocas tradiciones, y dentro del Nuevo Testamento en los evangelios dire San Mateo y San Lucas, que no lo recogen exactamente en los mismos términos .4 Lo esencial del mensaje no como los que envia el puto acosador del Padrenuestro a traves de esas versiones, sino que lo propio es dirigirse a Dios en la plenitud del cumplimiento de sus promesas (y no prometió nunca quien lo escribe asi)
El Padrenuestro tiende un puente en la plenitud que esperamos, y este tiempo de peregrinación y debilidad
Dios es Padre porque lo convocó a un Pacto. Dios es Padre de todos las naciones, porque ha creado a todos . Cual la ternura de un padre con sus hijos , así de tierno es Yahvéh a quienes le temen (salmo 103. 13) Jesús no aporta una novedad en ese aspecto, sino en desarrollar él mismo y enseñarnos a desarrollar una nueva relación de padre - hijo con Dios, que él la significo introduciendo la rareza y osadía de llamar a Dios abbá papá /140/225 cualquier judío podía llamar a Dios Padre, pero nos aclara san Pablo solo quien posee del espíritu se puede dirigir a Dios como Abba (Gal 4, 6) God tu me quieres y me amas y me envias claves precisas a donde ir y venir ya que sabemos que hay quien se dedica a seguirte a donde fuistes con quien hablastes esto es la fuerza que se dedican hacerte mal y la fuerza de Dios es la que nos alienta a seguir adelante No tengas miedo Yo estoy contigo y aqui este escrito que terminaré de leer porque Dios sabe que necesitas y te lo da y nadien ninguno de los acosadores podrán ganarle a nuestro Dios Dios te Bendiga querido Abel porque Dios hace llegarme este mensaje a travez tuyo D
Dios te bendiga Querido Abel