La Iglesia Católica tiene muchos tesoros. Es algo innegable.
Y no me refiero sólo a los pobres. Estoy hablando a un nivel más material.
La Iglesia tiene bienes, y muchos. Quedó claro, por ejemplo, cuando robaron a un convento de monjas un millón y medio de euros que tenían guardado en bolsas de plástico. ¡Qué tías!
Es fácil comprender que un millón y medio de euros es una pequeña fortuna.
Pero hay otros bienes cuyo valor se entiende mucho menos.
Por ejemplo, el Códice Calixtino.
Seguir la odisea de ese Códice, con el deán justo, parlanchín y descuidado (presuntamente), el electricista enfadado, beato y descuidero (presuntamente), el juez y la policía silenciosos, empeñados y cuidadosos (probadamente)... Está resultando una delicia de julio que ha conseguido que abandone la lectura de la última novela de Hosseini.
Pero, al grano: ¿qué tipo de riqueza es el Códice Calixtino para la Iglesia?
Las reacciones de la sociedad española y de las autoridades políticas han dejado en evidencia que, aunque la propiedad legal la ostente el Cabildo de la catedral de Santiago, el Códice es considerado por todos un bien social, propiedad, digamos "de todos".
Es evidente que si una cosa no la puedes vender no es completamente tuya. La viuda de Thyssen ha vendido un famoso cuadro de Constable para sacarse cuatro eurillos y seguir tirando, que el queroseno para aviones se ha puesto por las nubes. La gente ha protestado porque ya no se podrá ver esa pintura como hasta ahora. Pero nadie ha discutido el derecho que asiste a un propietario de vender sus propiedades.
No es así con muchos bienes de la Iglesia, respecto de los cuales ella ostenta más la tarea y la misión de ser custodia que poseedora. Si el Cabildo no puede vender el Códice para pagar el arreglo de las goteras o las puntillas de los canónigos -ahora que hay un revival trad-queen- pues es que no ostenta la posesión del Códice del mismo modo que la Thyssen era propietaria del Constable. Nadie aceptaría que viniera un coreano y comprara el Código y se lo llevara.
¿Obtiene la Iglesia pingües beneficios a cambio de poseer el Calixtino? Pues no sé. De entrada, parece que lo van a esconder en un sitio secreto (así se pierden las cosas, como pasó con la tumba de Santiago durante siglos) así que tampoco se le ve mucho sentido a la tenencia de un libro que nadie va a ver salvo casos excepcionales.
¿Debería vender la Iglesia -o ceder- el Códice a las autoridades civiles, como representantes de la sociedad o algo así? En fin. Sé que es el tipo de cosas que gustan a los estatalistas, pero me fío más de los canónigos octogenarios, con las salvedades incompetentes que pueda haber, que de políticos que no pasan regularmente por el confesionario y que quizá no crean que hay una justicia en el Más Allá, por si falla la justicia en el Más Acá.
¿Riquezas de la Iglesia? Es más fácil usar ese concepto para desacreditarla sin más y para alimentar justicialismos que examinarlo de cerca y descubrir los mil matices con que se debería emplear.
Comentar llamando "que tias" a las monjas de un convento, es poco serio, aunque para algunos sea politicamente correcto y actual y se echen unas risitas.
Comentar llamando al deán de la Catedral de Santiago parlanchin y descuidero (presuntamente) es poco serio, aunque al comentarista le vaya mejor la alegría y el buen humor que la seriedad entendida como respeto a la persona.
El ingenio se demuestra cuando hagas reir al lector sin tener que meterte con las personas, llamándole "tias" a las monjas, "parlanchin y descuidado (presuntamente) al deán de la Catedral, "descuidero" (presuntamente) al electricista, para que todo ello te produzca una delicia en este més de julio (¿no habrá otras cosas más deliciosas?)y que esa sea tan grande como para abandonar la lectura de la última novela de Hosseini. ¡Vaya nivel de lectura!, tan actual, tan importante, tan ... tan. Sabrás que hay también otras como Tratado de buenas maneras y costumbres, que siguen siendo "best sellers?" para los lectores.
¡Ves! con la viuda de Thissen has sido ingenioso.
P.D. Espero que el "Jefe" no me eche unas "philípicas" por haberme metido -sin acritud- contigo