El Papa, al final, no se ha puesto la muceta.
Ha llevado una mitra de esas que venden en las tiendas de los chinos. Como la casulla.
El anillo era de plata dorada.
¿Dónde ha estado el esplendor de la liturgia?
Muchos tradicionalistas han podido sentirse desilusionados por una simplicidad que algunos pueden leer como pauperismo, sobre todo si se comparan los elementos exteriores con el estilo imperio que se ha usado hasta hace poco.
Pero vayamos más "al punto".
Hay distintos modos de cuidar y servir a la liturgia.
No sólo de puntillas y oros vive el liturgista, ya sabéis.
El Papa hoy ha celebrado una liturgia pura y dura. Sin concesiones al personalismo ni a la afectividad. Sus únicas palabras fuera de las rúbricas, de las que no se ha ido ni a derecha ni a izquierda, han sido en la homilía. Leída.
Ni una sonrisa al respetable. Nada.
Creo que a Benedicto XVI le debemos su llamada de atención a lo que debe estar en el centro de la liturgia: Cristo. Con él llegó la ausencia de interrupciones y aplausos y vítores. Se acabó el juego Papa-público. Hemos venido a rezar. Punto.
El asunto era importante, porque lo que estaba en juego era la banalización de la liturgia, convertirla en un "momento comunitario" más. La autocelebración.
B16 recuperó la sobriedad litúrgica en ese sentido. La riqueza de ornamentos tuvo como fin no sólo abrir al hombre las posibilidades de la belleza, sino también poner lo que se hace hoy en continuación con lo que se hizo ayer.
Pero la belleza no se asocia sólo al barroco ni se ciñe a un lenguaje. El secreto de la belleza es que provoca en el hombre una herida que le abre a la trascendencia. Y hay muchos modos de ofrecerla.
Creo que el PPFrancisco puede ayudarnos a descubrir otro modo de acceder a esa belleza. Otras palabras para decir lo mismo. Su obediencia a lo esencial del rito, ¿no ha sido hermosa?
No conviene banalizar la belleza, ni reducirla a brillos, lentejuelas, movimientos... Quizá ese riesgo se estaba corriendo, con el peligro de no ayudarnos a "trascender", de limitar nuestra capacidad de ver intuir lo hermoso.
Porque Dios ha hecho las cataratas del Niágara.
Pero también ha hecho los ojos de un niño.
Porque hay que aprender a ver la gloria de Cristo Pantócrator en la Transfiguración.
Pero también en la Cruz.
La belleza salvará el mundo, se ha dicho.
Pero me atrevo a poner en boca de Cristo esto otro: "Mi belleza no es de este mundo".