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El Testigo Fiel
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Además de elegir en qué campos buscar, hay una diferencia fundamental entre la búsqueda simple y la avanzada, que puede dar resultados completamente distintos: la búsqueda simple busca la expresión literal que se haya puesto en el cuadro, mientras que la búsqueda avanzada descompone la expresión y busca cada una de las palabras (de más de tres letras) que contenga. Por supuesto, esto retorna muchos más resultados que en la primera forma. Por ejemplo, si se busca en la misma base de datos la expresión "Iglesia católica" con el buscador simple, encontrará muchos menos resultados que si se lo busca en el avanzado, porque este último dirá todos los registros donde está la palabra Iglesia, más todos los registros donde está la palabra católica, juntos o separados.

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La lectura literal

15 de octubre de 2013

En realidad la Biblia no lleva principios de interpretación muy distintos que los que requiere cualquier otro texto... ¡es un texto! y eso no cambia con que sea palabra de Dios. Sin embargo requiere, eso sí, una especial delicadeza en la lectura, del momento en que aquello que debemos encontrar en ella, la palabra del propio Dios, no se me da de manera directa y, por así decirlo, sin trabajar.

Aunque a lo largo del tiempo se han desarrollado distintos métodos de lectura -y se siguen desarrollando- se puede decir que hay un conjunto de principios de interpretación lo suficientemente aceptados como para contarlos como un patrimonio común a todas las formas de leerla.

Esos pocos principios están explícitos en el magisterio bíblico, especialmente en el del siglo XX, sobre todo la encíclica Divino Afflante Spiritu, de Pío XII, la constitución dogmática Dei Verbum, del Concilio Vaticano II, la declaración Santa  Mater Ecclesia (que nos ocupará especialmente, pues se refiere a la verdad histórica de los evangelios), y otros más recientes.

Lo primero que salta a la vista es que el objetivo de la lectura bíblica debe ser ante todo descubrir lo que ella literalmente significa. Cualquier otro sentido que pueda tener el texto bíblico está subordinado a lo que ella literalmente significa: el sentido literal no es sólo el primero, sino el que regula cualquier otro sentido que se le pudiera encontrar, tal como lo expresa sintéticamente Pío XII:

«Para el desempeño de esta obra tengan ante los ojos los intérpretes que, como la cosa principal de todas, han de procurar distinguir bien y determinar cuál es el sentido de las palabras bíblicas llamado literal.» (Divino Afflante Spiritu, 15)

 

La lectura literal

Ahora bien, es realmente difícil definir lo que es la lectura «literal»; y es difícil ante todo porque a todos nos parece que obviamente ya sabemos lo que quiere decir «literal», y que por tanto no hay nada que averiguar. Por ejemplo, alguien lee el pasaje del Apocalipsis que dice:

«Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel.» (Ap 7,4)

Y entonces puede explicar ese pasaje diciendo que se trata de una metáfora que hace pensar en una cantidad innumerable (por el mil, que tiene valor de "innumerable" cuando aparece en el Apocalipsis), mientras que 144, que es 12 X 12, evoca la totalidad del pueblo de la antigua alianza, simbolizado en las tribus, con la totalidad del pueblo de la Nueva Alianza, representado en el Apocalipsis por los 12 apóstoles del Cordero (cfr. 21,14). Por tanto la cifra de 144.000 no debe tomarse «literalmente»... ¡y ahí apareció la palabrita difícil!» ¿Acaso no dijo el papa que había que buscar ante todo el sentido literal?

Es que la palabra «literal» se usa en dos sentidos, los dos se aplican habitualmente en escritos sobre Biblia (y sobre otros temas, claro), y la confusión proviene de que esos dos sentidos no sólo son distintos, sino en alguna medida, opuestos.

 

Lo literal fundamentalista

En el uso popular de la palabra «literal», lo que queremos significar es qué dicen las palabras mismas de un texto, sin «trabajarlas», sin que dependan de la «interpretación».

Se trata en realidad de una lectura ilusoria, porque no existe ninguna palabra que no esté bajo un trabajo de interpretación. Las palabras «desnudas» no existen. Podríamos pensar, por ejemplo, que el diccionario nos da el significado «desnudo» de las palabras, pero en realidad lo que hace el diccionario (cualquier diccionario) es registrar los usos mayoritarios, y por tanto parte de la base de que registra palabras «en uso», en determinados contextos, con determinados hablantes.

Cuando conversamos con los nuestros, sin salirnos del estrecho círculo de pertenencia de cada uno, podemos mantener la ficción de que las palabras por sí solas significan algo, y que no requieren ser interpretadas. Lo que ocurre en ese caso es que el lenguaje de un grupo está preinterpretado por el propio grupo, todos se conocen, saben cómo habla cada uno, y nos parece que las palabras que usa cada uno tienen un significado natural. Pero todo hemos experimentado alguna vez la entrada en «los nuestros» de alguien nuevo... ¡y allí nos damos cuenta de que el significado de las palabras no era nada autotransparente, nada desnudo! cuando tenemos que comenzar a desbrozar supuestos para que «el nuevo» entienda de lo que estamos hablando, podemos ver con claridad cuánto transportan de interpretación nuestras palabras más comunes.

Aplicada a la Biblia, la lectura que podríamos llamar «salvaje», es decir, hecha sin ningún tipo de reflexión sobre qué clase de escrito es, sobre sus supuestos, sobre el enfoque interpretativo necesario, es muy común en los grupos fundamentalistas, precisamente porque esos grupos consideran que el hombre está en un contacto completamente directo y sin mediaciones con Dios al leer la Biblia... no toman en cuenta siquiera que ya la traducción es una mediación.

A ese tipo de lectura de la Biblia ilusoriamente literal, hecha a espaldas de cualquier método interpretativo, a espaldas de cualquier reflexión sobre las exigencias propias de lectura, que popularmente se llama «lectura literal», la llameremos a lo largo de todo este escrito «lectura fundamentalista», o «literal fundamentalista».

No es esa la lectura literal a la que se refiere la Divino Afflante Spiritu y todos los documentos que encarecen la lectura literal de la Biblia. 

Se trata de una lectura más bien pobre y limitada; puede convencer por un rato porque apela a la «evidencia» de las palabras. Por ejemplo, si en una secta nos dicen que sólo se van a salvar 144.000 creyentes de toda la historia y de toda la humanidad (así que hay que apurarse a pertenecer a tan selecto grupo), lo tienen fácil «demostrarlo»: se sugestiona al candidato con la frase de Jesús de que «muchos son los llamados y pocos los escogidos», y luego se pega la estocada con la lectura de Apocalipsis 7, ¿quien puede negar que ahí dice «literalmente» eso?

Pues no, lo cierto es que allí no dice literalmente eso, porque «literal» no es el ilusorio significado de las palabras desnudas.

 

Lo literal literario

¿Pero qué es, entonces, el sentido literal? En la frase siguiente a la citada dice Pío XII: «Que [los intérpretes] averigüen con toda diligencia este sentido literal de las palabras, por medio del conocimiento de las lenguas, valiéndose del contexto y de la comparación con pasajes paralelos; a todo lo cual suele también apelarse en favor de la interpretación de los escritos profanos, para que aparezca en toda su luz la mente del autor.»

Luego habremos de precisar un poco más los elementos que llevan al sentido literal, pero tenemos ya en estas palabras de la encíclica un primer acercamiento: lo literal requiere «decodificar» con exactitud aquello que no está contenido sólo en las palabras desnudas, sino en las peculiaridades del idioma, la relación con el contexto, la referencia a otros textos semejantes, etc.

Y en realidad hay que introducir aquí la gran marca del sentido literal, aquello que lo determina por sobre todo lo demás: el género literario. Ya tendremos ocasión de hablar más extensamente de ellos, pero en principio debemos decir que los géneros literarios son los moldes expresivos que determinan los alcances y los límites que expresan las palabras; son, por lo tanto, los marcos de referencia últimos para llegar a la verdad del texto, es decir, a su sentido literal.

Por ejemplo, si un texto es de género histórico, puedo esperar de sus afirmaciones una determinada relación con los hechos, pero si un texto, aun diciendo lo mismo, es de género parabólico, didáctico, poético, epistolar, etc... aunque cuente lo mismo, las palabras no significan lo mismo.

Comprender el género literario al que pertenece un texto es acceder al primer punto de referencia del sentido literal. No es el único, pero no podemos saltearlo, a riesgo de no poder comprender del todo el texto.

Vamos a poner un ejemplo de esto: el género parabólico -que tanto gustaba a Jesús- es un género didáctico, propio de un contexto de enseñanza popular y, sobre todo, oral; busca impresionar al oyente, dejarle fijada la enseñanza por medio de imágenes vivas; recurre habitualmente a la paradoja (el administrador infiel) y la exageración (los talentos); ¿debemos considerar que cada uno de sus rasgos es, por sí mismo, una enseñanza?

Por ejemplo, si buscamos la enseñanza de Jesús sobre Dios, nos topamos con esta frase de la parábola de los talentos: «Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste» (Mt 25,24), ¿habremos de decir que con eso Jesús está tratando de enseñar cómo es Dios? evidentemente no, se trata de una exageración retórica de la dureza de este patrón rico, que sólo elípticamente evoca a Dios.

Si esta frase estuviera en una alegoría -otro género literario didáctico- en vez de en una parábola, no cabría duda de que se trataría de una enseñanza acerca de Dios.

Muchas veces leemos las parábolas como alegorías, pretendiendo interpretar rasgo por rasgo, y relacionando cada uno de ellos con una enseñanza... ¡tremendo error! eso no nos lleva al sentido literal, sino que nos aleja de él.

Lo literal, lo verdaderamente literal, es aquello que respeta por completo las peculiaridades literarias del texto: su género literario, ante todo, pero también aquellos rasgos que provienen de las limitaciones del idioma, del contexto religioso, social, político, económico, cultural, etc. que se atienen también a los rasgos personales del estilo del escritor, que inciden no menos en el sentido del escrito.

La primera determinación de la interpretación (de la Biblia y de cualquier escrito) es la búsqueda del sentido literal, es decir, del sentido literario, del texto con todas sus condiciones.

 

¿Por qué leer la Biblia tiene que ser tan difícil..?

Es una pregunta legítima: si el sentido literal-literario es lo habitual, y su búsqueda vale para cualquier lectura, si cuando leemos un periódico decodificamos casi automáticamente si estamos ante una noticia, un rumor, un chiste, una opinión, ¿por qué hay que insistir tanto en ello cuando vamos a la Biblia? ¿por qué eso que hacemos automáticamente en la mayor parte de los casos la mayor parte del tiempo, nos falla al leer la Biblia, y nos falla con tanta frecuencia que hasta los documentos magisteriales tienen que insistir en ello?

Al leer la Biblia -¡y mucho más al leer los evangelios!- partimos de dos prejuicios tan sólidamente arraigados, que se vuelven dos enormes condicionantes de la lectura:

-La Biblia es fácil, ¡cómo no habría de serlo, si es la Palabra de Dios dirigida a cada hombre para su salvación!

-Puesto que ella es Palabra de Dios, no debe estar sujeta a las limitaciones humanas de la interpretación, debe ser «autotransparente», su sentido debe ser manifiesto y disponible en todas sus partes, para todos, y en toda ocasión.

No siempre hacemos expresos estos «pseudodogmas», pero es seguro que están allí agazapados, inconscientemente acechando cuando nos acercamos a la Biblia a leer.

Hay mucho que decir sobre «La Biblia es la Palabra de Dios», pero lo primero que debemos saber es lo que con toda seguridad esa frase no quiere decir:

-La Biblia no es un dictado de verdades que Dios hace al hombre, por el contrario, se expresa en todas las formas de expresión humana, no omitiendo, sino al revés, potenciando la tarea de los autores humanos.

-El ser palabra de Dios dirigida al hombre le da por su misma naturaleza una realidad comunitaria, eclesial: no está dirigida a cada hombre como si fuera un sujeto aislado, el intérprete perfecto; ella siempre se dirige a una comunidad interpretante, en cada momento de la historia y a través de la historia, por eso no es ni tiene por qué ser clara para todos en todo momento, precisamente porque potencia lo más humano de los hombres, la capacidad de vivir en comunidades, y de repartirse las tareas de la interpretación.

En la fe cristiana todo está codificado en clave de encarnación: si la inspiración divina de la Biblia, su propiedad esencial de ser Palabra de Dios, no reflejara también la encarnación, no sería más que una fantasía.

 

El principio-encarnación

Podríamos resumir la encarnación de Dios en la Biblia, su entintación, con este célebre pasaje de la constitución Dei Verbum, del Concilio Vaticano II, que expone cómo la Iglesia entiende hoy la verdad de la inspiración divina de la Biblia:

«Lo revelado por Dios, que se contiene y manifiesta en la Sagrada Escritura, fue consignado por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, conforme a la fe apostólica, tiene por santos y canónicos todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, puesto que, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales le han sido entregados a la propia Iglesia. Pero en la realización de los libros sagrados, Dios eligió a unos hombres, a quienes recurrió utilizando ellos sus propias facultades y capacidades, de modo que, obrando él en ellos y por ellos, transmitieron como verdaderos autores, todo y sólo lo que él quería.» (DV 11)

Cuando los contemporáneos veían a Jesús no veían de manera inmediata el Dios que era, veían el hombre, y viendo al hombre, escuchando sus palabras humanas, meditando sobre su trayectoria humana, y movidos por la gracia, podían descubrir en él lo verdadero: «¡tú eres el Hijo de Dios!»

Cuando leemos la Biblia no vemos en ella la Palabra de Dios, no oímos el lenguaje divino sino el humano, leemos la obra de unos hombres que escribieron usando sus propias facultades y capacidades, que sabían lo que sabían e ignoraban lo que ignoraban, que valoraban las cosas de diversa manera, igual que nosotros; la fe común no los hacía uniformes, no pensaban lo mismo sobre todo... igual que nosotros. Pero en ellos y a través de ellos podemos llegar a entrever aquello que habla de manera única Dios.

No se trata, por supuesto, de que una parte de la Biblia sea humana, y se pueda tirar, y otra divina, y se deba conservar: eso sería dualismo, no encarnación. Se trata de que todo en la Biblia obedece al proceso humano, y en todo a la vez habla Dios en una dimensión de profundidad a la que no llegamos más que escarbando trabajosamente.

 

Resumiendo

-Como nos decía Pío XII: la comprensión recta de la Biblia consiste en establecer su sentido literal.

-Pero ese sentido literal no debe entenderse al modo fundamentalista: literal es siempre literario, debemos entender el escrito con todas sus determinaciones de género, lengua, estilo, condicionamientos, contexto, etc.

-La palabra de Dios se halla como intención de ese sentido literal, no es un añadido ni un aparte, no la conseguimos quitando lo humano de la Biblia, sino, por el contrario, explorando en el significado humano de ella, ya que es ese sentido humano el que contiene «todo y solo lo que Dios quiso decir».

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