«El publicano, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado... » (Lc 18,13-14)
1 Inclina tu oído, Señor, escúchame
que soy un pobre desamparado;
2 protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva, Dios mío, a tu siervo, que confía en ti.
3 Piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
4 alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti, Señor;
5 porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
6 Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica.
7 En el día del peligro te llamo, y tú me escuchas.
8 No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.
9 Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
10 «Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios».
11 Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre.
12 Te alabaré de todo corazón, Dios mío;
daré gloria a tu nombre por siempre,
13 por tu gran piedad para conmigo,
porque me salvaste del abismo profundo.
14 Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí,
una banda de insolentes atenta contra mi vida,
sin tenerte en cuenta a ti.
15 Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
16 mírame, ten compasión de mí.
Da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava.
17 Dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios y se avergüencen,
porque tú, Señor, me ayudas y me consuelas.
«Inclina tu oído/ Señor, escúchame». Dios no es una idea que hay que pensar sino una presencia, una realidad personal con la que hay que encontrarse, un «Tú» a quien hay que invocar. La iniciativa del encuentro siempre parte de Él: Él no para de buscarte. Y se puede hacer presente, bien irrumpiendo en tu vida de forma imprevista y extraordinaria, bien suscitando en ti la necesidad de invocarlo. Siempre que le llames te responderá, porque es Él quien inspira tu llamada.
Adquirimos el sentido de Dios invocándole. Por eso la Iglesia nos invita a rezar los Salmos, como hizo Jesús. Es la mejor manera de educar nuestra experiencia religiosa. Comienza llamándole. Y, para ello, echa mano de las palabras más sencillas que te sirven para interpelar a las personas y pedirles ayuda: «escúchame», «mira», «oye», «hazme el favor»... (hasta quince imperativos aparecen en este salmo). Sí, estás ante Alguien que te mira y escucha. No pienses demasiado en las palabras: no te servirán los discursos bien hechos ni las fórmulas aprendidas. Como sólo quieres que te haga caso, balbucea lo primero que se te ocurra.
«Soy un pobre desamparado». Es el único título que puedes presentar ante Dios. Y el único que te puede servir: ¿no es el Dios de los pobres? No intentes ocultar tus pobrezas y angustias personales. Ante los demás procuras aparentar seguridad e incluso una cierta altivez. Te toca desempeñar el papel de persona madura, responsable, honrada. Pero ante Dios, que conoce tu verdad, sólo puedes decir como el publicano del Evangelio: «Ten compasión de este pecador». Si hoy eres capaz de decir esto con sinceridad, ¡has vuelto a nacer! Tu vida ha comenzado a ser auténtica. Te puedes sentir justificado. Porque te has dado cuenta de que no tienes nada (lo que tienes no te sirve para nada): estás desnudo, eres ignorante, te encuentras solo, no puedes salvarte. Sólo te queda la posibilidad de gritar y ser escuchado. En una palabra, todo depende del Otro. Y esto es lo que Él estaba esperando para actuar.
«Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia». Aún la oración más individual e íntima necesita abrirse a la solidaridad con todos los hombres. Nunca estás solo ante Dios. Te acompañan todos los hombres, tus hermanos. Todos le necesitan. Y por todos ellos debes clamar a Dios. Sobre todo, por tus compañeros y compañeras de extravío. Juntos habéis errado; solidarios en el pecado y también en la amistad. No puedes volver a Dios tú solo, porque ellos forman parte de tu vida. Con ellos te postras ante Dios, el Padre que los quiere como te quiere a ti.
«Mantén mi corazón entero». Ésta es la oración más original de este salmo. El corazón entero es un corazón puro, sin mezcla; y, además, un corazón no compartido, indiviso. Y, como el corazón es el centro de nuestro ser, lo que aquí pedimos podríamos traducirlo así: que mi vida tenga unidad y que sea únicamente tuya. Cuando Jesús pregunta su nombre a un poseído, éste responde: «Me llamo Legión, porque somos muchos» (Me 5,9). Sí, sin Dios somos un haz disperso de sensaciones, ideas, proyectos y angustias. Sólo nos unificamos cuando nos entregamos a Él. Para mantener el corazón entero hay que dárselo. O, más exactamente, hay que dejárselo arrebatar. Y entonces experimentaremos la alegría apacible de quien ha encontrado la unidad de su ser.
«Unos soberbios se levantan contra mí». Nada de ingenuidades: ¡tienes enemigos! Hay fuerzas empeñadas en convertir tu vida en un fracaso. Y son potentes: ¡tantas veces te han derrotado! Sólo Dios puede ayudarte a vencerlas.
«Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal». La súplica se va transformando en himno de alabanza. Parece que queremos mover a Dios alabando su bondad. Repite esta definición una y otra vez, recréate en ella, como hace la Biblia (docenas de veces aparecen estas palabras en los Libros Sagrados). Y sentirás crecer en ti la presencia acogedora y tierna del Dios Amor, que se quiere convertir en el fundamento, el horizonte y la compañía definitiva de tu vida. De repente, tu pobreza se ha convertido en riqueza; tu vacío, que creías una desgracia, se ha visto llenado por la cascada arrolladora de la bondad divina. ¡Éste es el Dios verdadero! Como Moisés ante la zarza ardiente, descálzate, cae de rodillas. Y... calla: confórmate con ser amado.
«Tú, Señor, me ayudas y me consuelas». La última palabra es de consuelo. En la oración siempre ocurre lo mismo: entramos en ella con el alma triste, como Jesús en su agonía, y salimos de ella consolados. Porque entramos solos y salimos acompañados.
Regresar a Dios , esta exigencia de Dios tu amigo más antiguo, el Dios de tu niñez, de tu juventud , de tus ilusiones y esperanzas . Dios también el Dios abandonado , temido, olvidado ,... casi desconocido ¿ Cómo volver a Dios ? De la mano de Jesús : no hay mejor acompañante . "Se levantó de madrugada cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Salud de mi rostro, Dios mio . quien beba de esta agua, nunca más tendrá sed" porque el mismo que las pronunció murió gritando "tengo sed" Aviva los recuerdos de tu niñez . La iniciativa del encuentro siempre parte de Él Siempre que le llames te responderá, porque Él es quien inspira tu llamada. Sólo nos unificamos cuando nos entregamos a Él confórmate con ser amado . IDR-Valencia Dios te Bendiga porque nos hablas entregado a Dios un corazón que ama, un corazón limpio y puro Gracias
salmos que no sean los de todos los dias
Saludos y bendiciones, gracias, es muy útil su portal
Hola.
Siempre mi alma tiene sed de mi Señor, en el transcurso de mi vida Él me ha acompañado, me ha buscado... desde mi infancia y agradeciendo a Dios por una familia con altos valores cristianos he seguido en lo que me ha sido posible sus caminos y siento que sin Él soy nada, en mis tribulaciones oro, en mis alegrías y gozos oro con palabras de agradecimiento para Él. Siempre al final de mis reflexiones, meditaciones y oraciones le pido que por favor nunca se aleje de mi y que si por alguna circunstancia... yo lo hiciera que Él me acompañe hasta el final de mis días con fortaleza, aceptación de sus designios y en una constante oración, sea cual fuere: alabanzas, agradecimientos, perdón, súplicas, intercesión... "¡A mayor gloria de Dios!"