El 23 de septiembre de 1964 se trajo a discusión el tema de la libertad religiosa. Había que encontrar una fórmula teológica que defendiera la libertad de todos, católicos y no católicos. Esto implicaría el fin de los estados confesionales, en que la Iglesia fue no sólo protegida, sino auspiciada oficialmente por los estados. Entre los padres que defendieron la medida estuvieron mayoritariamente los estadounidenses y Mon. Karol Wojtyla, el futuro papa Juan Pablo II. Mon. Wojtyla vio en esta declaración una defensa de la Iglesia frente a los gobiernos hostiles, como lo son los estados comunistas.
La posición de Mon. Wojtyla fue compartida por un considerable número de padres conciliares. También se mencionó que una declaración a favor de la libertad religiosa favorecería el ecumenismo, ya que dejaría atrás de manera explícita, la idea de que la religión hay que imponerla a la fuerza.
A pesar de todo siempre hubo un número de padres conciliares que se opusieron a la declaración sobre la libertad religiosa, particularmente los españoles. El punto álgido era el reconocimiento de derechos iguales a la conciencia equivocada o errónea junto a la conciencia acertada de la verdad, o la conciencia católica.
La intervención del arzobispo Heenan, de Westminster, ayudó a aclarar el tema. El criterio de la libertad religiosa era el bien común de la sociedad y la dignidad de la persona. El estado, en su responsabilidad por el bien común, puede garantizar la libertad de culto y tratar todas las religiones en igualdad de condiciones. El arzobispo Heenan citó al filósofo Jacques Maritain (ver Bibliografía) sobre el tema del bien común. El objeto principal de la salvaguarda del bien común es el desarrollo integral de la persona y para eso es imprescindible garantizar la libertad de cada uno.
El 25 de septiembre se trajo el esquema revisado sobre los judíos. Aquí de nuevo surgieron dificultades con una redacción que a veces podía ofender a los árabes y en otras secciones, a los judíos. Había que dejar claro que no se pretendía emitir un manifiesto político, sino un documento religioso con preocupaciones religiosas que sólo eran de la incumbencia de católicos y judíos. El documento sólo buscaba orientar a los católicos sobre su conducta futura hacia los judíos, a partir del reconocimiento de que fueron y son el pueblo escogido de Dios, depositario de las promesas de Dios para la humanidad.
El cardenal Lercaro de Bolonia intervino para mejorar la redacción de modo que enfatizara los aspectos bíblicos y religiosos. Al final el documento también fue devuelto a comisión para ser revisado en términos de las observaciones y comentarios en el aula del Concilio.
El 20 de octubre se trajo a consideración el "esquema 13", el documento borrador sobre la Iglesia en el mundo actual (lo que finalmente sería «Gaudium et Spes»). La discusión de este documento duró hasta el 5 de noviembre. A diferencia de todos los demás documentos del Concilio, éste vino originalmente redactado en francés.
Se esperaba que este fuese el documento más característico del Concilio. Estaba dividido en varios capítulos: la Iglesia y su servicio al mundo; la sobrepoblación; la guerra; la pobreza. La asamblea lo aprobó como un documento de trabajo. El defecto mayor que se le encontró fue su falta de base bíblica y teológica.
La idea del documento era demostrar el papel de la Iglesia respecto a los problemas más acuciantes de la sociedad contemporánea. Tales problemas incluían el deseo de paz entre las naciones, que debía implicar un alto a la carrera armamentística nuclear; igualmente, los problemas de las sociedades del "Tercer Mundo", como el hambre, el desarrollo económico y la asistencia médica y sanitaria.
Pero sobre todo el documento planteaba un cambio fundamental en el enfoque de la Iglesia institucional. Representaba la transición de una actitud de guerra contra el mundo moderno, a la disposición para el diálogo sin que ello implicase alguna claudicación de las verdades de la fe.
Entre los temas que también habría que tocar estaba el de las ciencias y la tecnología. Esto no sólo preocupaba a la Iglesia; también preocupaba a los europeos en general, toda vez que los horrores del gobierno nazi en Alemania se podían entender en términos de lo que sucede cuando la ciencia y la tecnología se conjugan con una falta de sentido moral en los grupos gobernantes. Algunos también iban más allá y planteaban que la misma ciencia y la tecnología implican una lógica del dominio por sí mismas, lo que haría inevitable un futuro fascista para todos.
Evidentemente, la Iglesia estaba, y está llamada a responder a este tipo de problemática. El asunto todavía hoy está sobre el tapete, por así decir. De ahí que interesa mucho lo que finalmente los padres aprobaron con el documento de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (GS).
Algunos plantearon que la mejor manera de responder a los problemas del mundo contemporáneo sería la reforma interna de la Iglesia. Una Iglesia menos preocupada por los asuntos mundanos y más dedicada a ser pueblo de Dios peregrinante alrededor de la mesa eucarística podía contribuir más que de cualquier otra manera.
Ciertamente el documento requería más reflexión teológica, la que se siguió dando hasta finalizar octubre. Entre tanto hubo una lluvia de críticas, sugerencias e ideas de todo tipo sobre puntos que debían reformularse; otros, a rechazarse; otros, a incorporarse. La comisión de redacción tuvo que dividirse en subcomisiones para poder manejar todo el material.
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Lo felicito por su clara exposición de la problemática vivida durante el Concilio. Siento que la Iglesia no puede nunca cerrarse en si misma sino seguir siendo Maestra orientadora en la solución de los problemas vitales de la humanidad.